Revista Opinión
Por esas casualidades del destino, mientras deambulaba sin rumbo pensando qué hacer, un joven desempleado se cruzó con un viejo amigo al que saludó sin intención de detenerse, pero al notar un brazo que lo sujetaba y unas palabras que le interrogaban, no tuvo más remedio que pararse a charlar un rato. Se sintió obligado a reconocer que estaba en paro y que iba a echar currículos por ahí en busca de cualquier oportunidad, en lo que fuera, porque de informático no encontraba nada, salvo arreglar torpezas, gratis, a conocidos. Su amigo le respondió con sus preocupaciones a causa de la separación de su mujer y de unos hijos que pasaban de él como de la peste. Era funcionario y el sueldo lo empleaba en pasar una asignación a su exmujer, socorrer a quienes no querían ni verle y pagarse el alquiler que contrató cuando tuvo que abandonar el que había sido su hogar. El resto, para café y cigarrillos. Vueltas de la vida, le dijo. Cuando se despidieron deseándose suerte, el joven continuó su camino sin rumbo, con la cabeza echándole humo por aquellos problemas del amigo que ahora se sumaban a los suyos. No hallaba razones para sonreír. Y menos aun después de asistir a los entierros de una vecina y de su hija, que habían sido asesinadas por el hijo y hermano de ambas, enloquecido por las drogas. Maldita violencia y malditas drogas, exclamó en medio de la acera, justo en el momento en que leía, al pasar frente a un quiosco de prensa, el titular de un periódico que decía que el FMI recomendaba nuevos recortes en sanidad y educación, además de subir algunos impuestos. Querrán que no estudiemos ni que nos pongamos enfermos, total, para qué, pensó de inmediato. Aprovechó para dejar un currículo al quiosquero por si precisaba de algún ayudante que lo sustituyera en vacaciones u otras circunstancias. Al regresar a su casa, harto de patearse la ciudad, su madre le tenía preparada unas lentejas y una naranja de postre, almuerzo que comía con desgana mientras escuchaba, mezclado con el parloteo ruidoso de su madre, lo que decía un presentador del telediario: que, según el presidente del Gobierno, el país está recuperándose y rebajando la tasa de desempleo. ¡Cabrones!, refunfuñó, lo que hizo enmudecer a su madre y hacerla huir a la cocina, al tiempo que un anuncio de Loterías del Estado intentaba convencer a la gente de que todos se confabularían para hacerte feliz si compras algún décimo, aunque no te toque el premio. No pudo aguantar más. Se encerró en su cuarto sin ganas de volver a salir y se puso a preparar nuevos currículos, por hacer algo. Aunque fuera Navidad.