Carola Chávez.
Cristinita era la hija de la cocinera de un colegio privado de Caracas. Una negrita hermosa de ojos achinados, dueña de una sonrisa que hacía cosquillas de tan linda que era. Estaba entonces en primer grado, ahí, becada en el colegio donde trabajaba su mamá.
Cristina era amiga de todos, entre niños hubo pocos roces y los pocos que hubo eran reproducciones de las palabras de alguna prejuiciosa mamá, dichas en casa, lejos de los disimulos que la sociedad impone. Todos eran niños felices de primer grado hasta que llegó la navidad. Es que el amigo secreto puede develar secretos nada amistosos.
El día del intercambio llegaron los niños con paquetes de colores con grandes lazos, globos y cintas. Todos los regalos parecían maravillosos si los juzgábamos por su envoltorio.
Fueron pasando de uno en uno, descubriendo a sus amigos y recibiendo sus presentes. ¡Eran maravillosos en verdad! El último alarido en juguetes para esa navidad de 1992: las Tortugas Ninjas más ninjas de todas, Barbies como inventadas por Osmel; todos aderezados con chocolaticos gringos: Milky Way, Snickers y Kisses de Hershey, porque regalar un juguetote así, solo, sin ponerle más cariño achocolatado, como que no te dejaba muy bien. Había que destacar, porque en el intercambio participaban hijos de algunos prominentes madres y padres, la competencia era dura y escatimar gastos era exponerte a la vergüenza de quedar como un pelabolas.
Llegó el turno de Cristinita, casi al final. Ella, emocionada por todo lo que había visto, fue a recibir la maravilla que estaba segura que le iba a tocar. Un abrazo y un paquete, que si bien no era tan grande como los otros que habíamos visto, tenía un envoltorio bien bonito. Lo bonito lo arrancó Cristinita en un segundo y luego rompió la caja de cartón que se interponía entre ella y su juguete soñado.
El sueño se rompió en pedazos filosos que se nos clavaron en el corazón. Sus ojitos chinos llenos de lágrimas de dolor, confusión y rabia, sus manos apretando el regalo: una Barbie usada, muy usada, de pelo enredado y opaco, que luego tiró contra el suelo. La fiesta se acabó.
“¡Qué niña tan soberbia! Te aseguro que nunca en su vida ha tenido un juguete mejor” -Dijo la madre que cometió este despropósito y, tranquilaza, salió del colegio deseándonos a todas una feliz navidad.