Mi abuela Ángela nació en un pueblo de la provincia de Cáceres: Acebo. Es cierto que cada pueblo es el mejor para quien en él ha nacido. Y ocupa un lugar importante en el mundo de los sentimientos, a pesar del tiempo o la distancia.
Cuando mi abuela me hablaba de su pueblo, el tiempo detenía su paso y yo, emprendía, al hilo de su voz, un viaje hacia aquel lugar -mágico desde entonces en el mundo de mis sueños. Escuchaba sus palabras en respetuoso silencio, pendiente de cada una de ellas. Eran la llave que abría la entrada a un mundo que parecía pertenecerme porque lo que ella me contaba, pasaba a ser a mis ojos de niño, un maravilloso secreto entre los dos. Casi como un tesoro enterrado al que podíamos llegar con el deseo y la palabra.
Han pasado muchos años desde entonces, y puedo aún, si cierro los ojos, evocar las inflexiones que acompañaban su relato, cada uno de sus gestos. cada momento vivido en el silencio expectante que mi abuela sabía crear para mí...
-"Atrás quedan Salamanca, Ciudad Rodrigo, Robleda, Villasrrubias. Estamos cruzando El Puerto de Perales, y aparece el cartel anunciador: Acebo, 7 Kms. El coche inicia un recorrido por una estrecha carretera que serpentea la sierra, agreste e increíblemente hermosa. Siempre en descenso. De pronto, abajo en el valle, cientos y cientos de olivos muestran su esplendor brillante, de tonos verdes, suaves, limpios. Y al aire de sus ramas, el fruto de los dioses - la aceituna - que juega al escondite con las hojas, mientras le hace guiños al sol, cálido e increíblemente bello a la caída de la tarde.
Cuando pasados varios años -la abuela había fallecido - recorrí aquellos lugares, esta vez de la mano de mi abuelo, pude reconocer cada uno de ellos tal y como me los había descrito. Tuve la extraña sensación de que mi abuela había pintado con su voz, un inmenso cuadro que ante mis ojos tomaba forma exacta a la que yo había descubierto en el mundo de mis sueños gracias a su palabra.