- Vaya, al fin te encontré, espejito mágico.
- Perdone, señor, pero no es casualidad, lleva mucho tiempo buscándome. Lamentablemente, estoy al servicio exclusivo de la reina y usted solo es el monarca.
- ¿Solo soy el monarca? No me puedes hablar así ¿Acaso quieres que te rompa en mil pedazos, puto vidrio mohoso?
- Si me rompe, no tendrá con quien aliviar su desconsuelo, porque sé que ha venido a escondidas para que le ofrezca mis consejos. No se fía de la pandilla de imbéciles que le rodea.
- Vaya, eres adivino, el Servicio Secreto me había informado de tus cualidades, pero no que llegaras a tanto.
- Estoy en la cúspide de mi condición cristalera y me jode un poco que la reina me haya colocado en este desván roñoso del palacio.
- Si quieres te envío a la sala de espejos de nuestro palacio de primavera para que puedas presumir de tu superioridad junto a los otros, aunque siendo los de allá tan ampulosos quedarás muy cutre. Lamentablemente, no tengo autoridad sobre el de Versalles y lo de darte un marquesado o una condecoración quedaría como muy psicópata, muy a lo Calígula.
- La ironía no evitará que sigan tomándolo como la marioneta elegida para suceder al que quería ser eterno ni tampoco impedirá su ansiedad por buscar respuestas para dejar de serlo.
- Yo no soy un muñeco, idiota quebradizo. El pueblo no me aprecia como debiera porque desconoce mis cualidades innatas.
- ¿Se refiere que desconocen que le gustan las regatas, el vino, el papeo, los deportes, los toros, que le regalen cosas valiosas o follar como un descosido con unas o con otras?
- Debes disculparme, a pesar de mi exquisita educación cortesana, no conozco el protocolo para pedir consejo a un puto pedazo de cristal tan irreverente, soez y descarado.
- Pues hasta que no lo aprenda me mantendré callado. Usted decide, majestad.
- Habla ya. Dime lo que debo hacer para qué la plebe tenga mejor imagen de mí y quizás te convierta en consultor permanente de mis cuitas.
- Sinceramente, búsquese primero a un especialista en oratoria, ahora lo hace fatal y resulta un auténtico peñazo oír sus discursitos.
- No te pases, soy campechano pero hasta cierto punto.
- ¿Quiere o no quiere oír la verdad?
- Sigue.
- En segundo lugar, creo que debería organizar un pollo. Una bronca de primera apoyándose en la carcunda. Esa que como está de guardia sobre los luceros no sabe lo que pasa aquí abajo. Excelsos marciales de bigotito, pero muy vulnerables. Solo se sienten seguros si usan la pistola, los galones y los lingotazos de aguardiente para defenderse. Eso sí, que el rival esté encadenado. Se lanzarán a la piscina y entonces, llegará la hora de ponerlos a remojo. Reblandecidos y amansados con la degradación y unos añitos de trullo desaparecerán de la escena; pero, ojo, si las cosas se ponen feas mejor tenerlos a mano. Su sacrificio, majestad, le convertirá a usted en el héroe de las masas, el salvador modernizador moderno, valga la redundancia.
- ¿Has acabado, cornucopia parlanchina?
- ¿No está satisfecho con mis consejos?
- Has llegado demasiado lejos y aún no te he hecho la pregunta que me ha traído hasta aquí.
- Atrévase, monarca,
- Usaré la fórmula de rigor: Espejo, dime una cosa, ¿Quién es en este reino la más hermosa?
- Se lo diré, pero le aviso, no seré su espejo alcahuete.