Por Arturo Sánchez
(Publicado originalmente en Revista Punto Tlön, Quito, 19 de junio de 2016)
Wind (tomado de: https://www.flickr.com/photos/followtheseinstructions/5743403543)
Existía un país ubicado en el Medio Oriente, del cual el nombre nunca se llegó a conocer. Se pensaba que el nombre de este pueblo fue puesto por el dios de los vientos orientales y que las personas no eran dignas de pronunciar su nombre. Los únicos que conocían su nombre eran los sacerdotes de ese país.
Un día, el Sumo Sacerdote del pueblo, conocido como Damián, decidió hacer una conferencia con todo el pueblo. Cuando estaban reunidos, Damián indicó que se avecinaba un castigo por parte de su dios:
—Este pueblo ha llegado a perder su significado, a perder su identidad, por lo que tuve una visión. …Todos seremos exterminados, menos aquellas personas totalmente puras, para que puedan reconstruir tan pueblo sagrado —dijo con mucha seriedad.
Todo el pueblo, después de oír tales palabras de sentencia del sacerdote, decidieron prepararse para lo que se venía. Se llenaron de suministros. Muchos hicieron las cosas más deseadas, entre otras cosas.
En todo este sosiego, un niño, al cual lo consideraban huérfano decidió ir hablar con el Sacerdote. Una vez en el Santuario, el niño buscó al sacerdote y le dijo:
—¿Es verdad lo que tú has dicho? —su tono de voz fue inquisitivo y algo temeroso— Ya no tengo padres, …nada, …no tengo a donde ir. Mi único hogar es una casa que yo armé debajo de la arena; vivo con escorpiones que siempre nos han rodeado.
El sacerdote, con un tono tranquilizador y aliviado respondió:
—Hijo, si en verdad tienes fe, sabrás cómo evitar este castigo, esta maldición hacia nosotros. Ni la arena ni los escorpiones lograrán acabar contigo.
El niño salió muy preocupado. Se fue a su hogar debajo de la arena. En esta se puso a pensar acerca de todo y cómo evitar una muerte tan evidente. Sin embargo, no llegó a ninguna conclusión. Mientras tanto la gente del pueblo comenzó a morir, sin razón evidente alguna. Cada día el número de pobladores iba disminuyendo en grandes cantidades.
Un día, el niño se dio cuenta de que el viento los mataba. Tenía un compuesto ácido, que al momento de respirar, acababa con sus pulmones. Por lo que el niño decidió avisar a la gente de esto. Los pobladores no salían de sus casas, siempre estaban cubiertos, pero de igual manera había una pequeña brecha por la que el viento entraba y los mataba.
El infante, era una de los personas que el viento aún no mataba, pero sabía que su hora estaba cerca. Por lo que llegó a entender las palabras de Damián: que la salvación venía por parte de otra muerte, una muerte digna, por lo que decidió irse al santuario de su dios y quitarse la vida ahí mismo, burlando a la muerte, teniendo un fin totalmente puro.
Este pueblo quedó en la extinción. Y nunca más se vio soplar tanto viento como en esa época.