Esta historia tampoc tiene naaaaaada que ver con la realidad…
Había una vez por estos mundos de Dios o del diablo una muñequita muy bonita muy bonita muy bonita pero muy mala muy mala muy mala: tanto es así que los pasados Reyes no le trajeron más que toneladas ingentes de carbón del malo. Pues bien, esta muñequita tan linda pero tan mala se encontró un día con otro muñequito, tal vez no tan bonito pero muy bueno muy bueno muy bueno, y muy listo muy listo muy listo, y como suele suceder en estos casos se liaron y tuvieron un muñequito bebé.
Vivieron felices durante mucho tiempo, y así fue gracias a la paciencia jóbica del muñequito, porque relamente la muñequita tenía un carácter que hacía imposible cualquier tipo de conviviencia: de vez en cuando se dejaba las luces encendidas y los cajones abiertos; guardaba el cuchillo del pan en el cajón de los cuchillos que no eran del pan; tenía la pretensión de turbar el masculino descanso sagrado del muñequito que trabajaba siete horas al día pidiéndole una cena al mes, una eventual escapada al cine y al teatro e (¡incluso¡) una anual salida a la discoteca, y a negarse él por motivos obvios, quedaba una vez cada año o cada dos con sus amigas, atentando de esta manera contra la sacrosanta institución de la familia con la mayor desfachatez. Pero no acaban ahí los desmanes de esta malvada muñequita: permitía al muñequito bebé que jugara cerca del sillón destinado al cabeza de familia, sabiendo que los inocentes juegos del pequeño colmarían la paciencia del agotado muñequito, que se vería obligado a desahogarse pegando golpes por toda la casa y asustando al bebé, todo por culpa de su taimada compañera. Pero no acaba ahí la cosa: la muñequita elegía a propósito trabajos que la mantenían ocupada hasta la noche y a veces los fines de la semana, descuidando a su bebé porque obviamente no era obligación del padre cuidarlo, y alegando (quien esté al tanto de la fenomenal economía del país de las muñecas entenderá lo burda que es esta mentira) que eran los únicos que le llegaban y que la economía doméstica muñequil necesitaba un poco de alivio, habida cuenta de lo exiguo que era el sueldo del muñequito. Y como guinda, la muñequita tenía la malvada constumbre de, en su tiempo libre, dedicarse a hacer cosas artísticas e incluso crear banners reivindicativos para webs y blogs con consignas como: “Gracias al Pensionazo de ZP, los jóvenes tenemos dos años más para conseguir nuestro primer trabajo” o “Ancianos, ¿queréis ser libres? Hasta los 67, Arbeit macht frei”; a veces incluso dejándose (¡horror!) platos por fregar o ropa sin guardar cuando hacía esas cosas. Mientras que todo el mundo sabe que una mujer, sea o no muñeca, no tiene derecho a hacer nada divertido hasta que en su casa quede todo impecable, indiferentemente de que su su pareja masculina lleve cinco horas en el sofá viendo la tele con una manta sobre las rodillas.
Pero un día, pasó lo que tenía que pasar en estos casos. All pobre muñequito se le hincharon las narices, dio todos los golpes que pudo en todos los muebles de la casita de muñecas, y amenazó a la muñequita de separarse de ella, con las consecuencias que pueden leerse entre líneas en estos casos. Y entonces ella vio la luz, comprendió los errores cometidos, y prometió que por fin había aprendido la lección y que no volvería a ser mala. Y vivieron felices y comieron perdices (ella las comió de tofu, que era vegetariana). Colorín, colorado, no sé si este cuento ya se ha acabado.