La señorita Casilda llevaba pocos días trabajando para el señor Talbot, pero en ese escaso tiempo ya había demostrado su buena disposición para el trabajo. Era diligente y pulcra como ella sola. Un poco boba, eso sí, pero nunca se vio una doncella más eficiente y cumplidora.El señor Talbot era un un caballero tranquilo, muy formal y respetuoso, que vivía para su colección de arte. Sus pinturas eran su gran tesoro y su mayor placer. Por eso, el día que observó cierta anomalía en la pared de su estudio sintió una mezcla de ira y asombro que le resultó novedosa.Llamó a la señorita Casilda, que era la única persona del servicio que entraba en el estudio. -Casilda, no nos andemos con rodeos, ¿dónde está el cuadro? -¿Qué cuadro, señor? -El cuadro de Spiers que estaba en esa pared. -Pero, señor, si está ahí, ¿es que usted no lo ve? -Casilda, no estoy para bromas. Ese no es el cuadro. Ese cuadro es otro. Es parecido, de acuerdo, pero no es mi Spiers. -Ay, señor, yo no me atrevo a llevarle la contraria a usted, pero es que si no le llevo la contraria no voy a poder decirle nada. -Casilda, alguien se ha llevado mi cuadro y ha dejado ese otro en su lugar. -Ay, qué sofoco, señor Talbot. De verdad le digo que nadie se ha llevado nada, que su cuadro está ahí como estaba ayer.El señor Talbot comprendió que era inútil seguir insistiendo y Casilda, nerviosa y confundida, salió de la habitación conteniendo el llanto.Talbot llamó a sus amigos, que conocían el estudio y todo lo que allí había tan bien como él mismo, y entre los que se encontraba precisamente el jefe de la policía.-Y bien –dijo-, ¿qué os parece? Y los amigos, mirando el cuadro, unos con la mano en la barbilla, otros con los brazos en jarras, dijeron: -No hay duda: te han robado el Spiers y te han dejado otro cuadro en su lugar. -Lo cual no deja de ser un detalle, porque así no se nota el cerco en el papel de la pared. -La doncella tiene que saber algo. -Eso creía yo –dijo Talbot-, pero insiste en que el cuadro sigue ahí, en que es ese, y de ahí no hay quien la saque. -¿Y no será que se está haciendo al tonta? -No tiene que hacerse la tonta, podéis creerme –dijo el jefe de policía-. Y después de haber hablado con ella estoy convencido de que es sincera cuando dice que este es el mismo cuadro que estaba ahí antes. Lo cree de verdad. El señor Talbot y sus amigos siguieron observando el cuadro con detenimiento. Incluso lo miraron con lupas centímetro a centímetro, lo cual les ayudó a llegar a sabias conclusiones. -Querido Talbot –dijo el jefe de policía-, si aquí ha habido un robo, es el robo más raro que he visto nunca. Se han llevado un Spiers y te han dejado otro. No cabe duda, la firma es del mismo artista. -Eso creo yo –añadió Talbot-, y sin duda el estilo es el de Spiers, es inconfundible. Incluso se repiten elementos del otro cuadro: este jarrón rojo, el manto que cubre la silla, la espada… -O sea, que este cuadro, hasta ahora desconocido, podría pertenecer a una serie. -Y entonces más que un robo esto sería un regalo maravilloso. -Sí, pero, ¿por qué llevarse un cuadro para dejar otro de igual o mayor valor? En estas disquisiciones pasaron horas Talbot y sus amigos, tras las cuales quedaron convencidos de que la solución al enigma la tenía la señorita Casilda: o era ella misma la artífice del cambio de cuadros o había prestado ayuda a quienquiera que hubiese llevado a cabo el trueque. Ahora bien, qué sentido tenía tal intercambio era algo que no alcanzaban a imaginar.Por la noche Talbot decidió aclarar el asunto de una manera u otra. -Casilda, dígame, ¿usted cree que este cuadro es el mismo que había antes? -Sí señor. Bueno, no es que lo crea, es que estoy completamente segura. -Bien, bien, de acuerdo. Pero no me negará que hay algunas diferencias. -Claro señor, eso no lo puede negar. -Vaya, vamos por buen camino. Entonces admite usted que la imagen de este cuadro no es la misma que la del otro. -¿Qué otro, señor?Talbot respiró profundamente. -Vamos a ver, Casilda, présteme mucha atención, ¿de acuerdo? -Sí, señor. -Bien. ¿Se acuerda usted de lo que se veía en el cuadro hace dos días? -Uy, sí que me acuerdo señor. Se veía una habitación llena de cosas: libros, papeles, platos, sillas, jarrones… -Bien, muy bien, Casilda. Y dígame, ahora, ¿se ve lo mismo en el cuadro? -Bueno, exactamente lo mismo no. -Ajá, entonces ¿reconoce usted que lo ha cambiado?Y Casilda, echándose a llorar otra vez, dijo: -Sí, señor, lo he cambiado. Pero ha sido con mi mejor intención. -¿Cómo? ¿Me ha robado el cuadro, lo ha cambiado por otro y encima me dice que ha sido con la mejor intención? -Ay, no, no, señor. Yo no he robado nada, usted se confunde, señor, yo soy una persona decente. -Pero Casilda, muchacha, no me saque de quicio. Me acaba de decir usted que sí, que ha cambiado el cuadro. -Pero no por otro, señor. Y ante la mirada de sorpresa de Talbot, Casilda explicó: -Es que estaba todo tan desordenado, tirado por el suelo, y viejo y sucio, que me pareció que lo mejor era entrar a limpiar y a ordenarlo todo, como debe ser. -¿Qué? -Y le ruego me disculpe si he hecho algo mal. Pero le aseguro que no he roto ni he tirado nada, señor, de verdad. Lo que no se ve es porque lo he guardado en los muebles. -¿Me está usted diciendo, Casilda, que ha entrado usted en el cuadro? -Sí. -¿Y que ha limpiado y ordenado la habitación? -Sí. -La habitación que se ve en el cuadro... -Sí, señor. -Pero… Casilda… ¿cómo ha podido…? -Ay, discúlpeme, señor, se lo ruego; yo creía que era parte de mi trabajo.
Benjamin Walter Spiers
Armour, Prints, Pictures, Pipes, ChinaAll Crackd Old Rickety Tables, and Chairs Broken Backd, 1882