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Cuento: El Rey pendenciero, el arma más poderosa del Reino y la disputada mano de la Princesa Vesot

Publicado el 15 junio 2021 por Universo De A @UniversodeA

¡Ay, que iluso fue por mi parte marcarme esa meta de un relato corto por mes!, ¡cómo me olvidé de cuando lo intenté con las novelas por entregas y lo difícil que era publicar los capítulos correspondientes!… con todo, y aunque quizás no sea capaz de publicar una narración mensual, sigo teniendo claro que lo haré con extremada frecuencia (básicamente, porque disfruto mucho de los momentos de creación) y que la sección de Grandes Relatos seguirá siendo la gran, y principal protagonista (es decir, la que más publique), de la actual etapa de Universo de A.

La razón de mi trompazo anterior con la realidad, es que me he dado cuenta definitivamente (aunque siempre lo he sabido, de un modo u otro), de que eso que se suele comentar de que las creaciones propias son como hijos, no es una metafora vana o un cliché en absoluto; no sólo por los tópicos de lo que cuesta desprenderse de ellos o que se les quiera por igual, sino también por otras cosas… y es que, verdaderamente, el acto de creación artística se asemeja a un parto: es un proceso difícil, agotador, y algunas veces, hasta doloroso, pero también, terriblemente satisfactorio… e incluso, en ocasiones, hasta sientes una cierta depresión postparto. Las similitudes de tener hijos con la obra artística no terminan ahí; porque, por ejemplo, en ambos casos, puedes guiarles, pero al final ellos eligen el camino que quieren tomar; sabes cómo empieza en asunto pero no cómo acabará (en el caso concreto del cuento que publico hoy, jamás me imaginé que tendría una extensión tan larga… pero salió así), y en algún momento, debes dejarles ir o liberarles al mundo….

En definitiva, que en todo acto de creación siempre existe un cierto descontrol e inevitable caos, y más cuando tienes (como es mi caso, en este momento, gracias a gestionar casi todos mis medios de producción) tanta libertad creadora, con lo que no quieres coartarte o ponerte limitaciones (ya bastantes impone la vida), y el tiempo es la más grande de ellas; por lo que, de ahora en adelante, publicaré mis nuevas narraciones con toda la frecuencia posible, pero sin fechas de entrega.

Por lo demás, hoy os presento mi nueva incursión en el género del cuento de hadas, la cual, posiblemente, sea la última en un tiempo, no porque lo que haya hecho no haya sido satisfactorio, que sí, sino porque creo que es momento de explorar otros horizontes….

Una última curiosidad, cuando esbocé el planteamiento para este cuento (es lo que generalmente hago -aunque sé que no soy el único-, anoto ideas, luego, en un futuro, veo si puedo y quiero desarrollarlas… porque, mi consejo para todo creador siempre será, que, aunque no se puedan impulsar o elaborar inmediatamente, jamás hay que dejar escapar las fugaces flores que ofrece la inspiración), dejé escritas las siguientes palabras como concepto general a plasmar o conseguir: “Cuento, o con la forma de tal, pero con muchas vueltas y fondo”. Y francamente, creo que he logrado ese objetivo inicial del que partió todo, lo cual es sumamente gratificante.

Así pues, paso a relatar:

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El Rey pendenciero,

el arma más poderosa del Reino

y la disputada mano de la Princesa Vesot

Había una vez, en un lugar muy lejano, dos monarcas, conocidos como el Rey Tádomo DV, y su esposa la Reina Efrolía; que no eran capaces de tener hijos, lo que les ponía muy tristes, tanto por el deber que tenían hacia su nación, como por lo mucho que se querían; lo cual despertaba la inmensa compasión de todos sus súbditos, pues eran enormemente queridos por estos; sin embargo, y a pesar del deseo unánime de que la situación cambiara, y por más que personas de todas las clases sociales intentaron buscar soluciones (hubo campesinos que animaron, e incluso pagaron, a los curanderos de su localidad para acudir a la Corte, y caballeros que recorrieron todo el mundo buscando a una persona que pudiese ayudar a los soberanos a concebir), y enviaron a palacio, desde sesudos médicos con la ciencia más avanzada, hasta hechiceros, grandes conocedores del arte de la alquimia; lo cierto es que nada cambió: los monarcas parecían condenados a no tener nadie de su sangre que les heredase. Con todo, los años pasaron, y si bien el dolor y la preocupación por la falta de un descendiente no desaparecieron, al menos se mitigaron; y con ello, llegó la aceptación de aquel hecho por parte de todos los habitantes del lugar, pues el pensamiento realista debía imponerse por fuerza: los soberanos ya eran demasiado mayores como para poder procrear, era una batalla perdida.

Y efectivamente, así lo pensaba ya todo el mundo (incluidos los propios Reyes); cuando llegó un día, mientras iban en carruaje a uno de los pueblos fronterizos de su Reino, para acudir a una ceremonia oficial, en que, mientras iban por el bosque, se toparon con una niña tirada en medio del camino por el que pasaban; el cochero intentó desviar el transporte para rodearla sin más, pero la Reina Efrolía ordenó parar, y se bajó del vehículo para acercarse a la muchacha.

-¿Quién eres, preciosa? -preguntó gentilmente la soberana- ¿qué haces en medio del camino?, ¿no ves que es peligroso, que podría pisotearte cualquier caballo o cualquier carroza al pasar?.

La niña, no muy agraciada, contestó que estaba allí precisamente para eso, su familia entera había muerto de unas terribles fiebres, y ahora ella no tenía a donde ir, había intentado sobrevivir en el bosque, pero ahora se había partido una pierna y estaba absolutamente desesperada. Los soberanos, rápidamente se apiadaron de ella, y tras una breve conversación, decidieron adoptarla.

Sin embargo, la nueva Princesa adoptiva rápidamente horrorizó a propios y extraños, tanto en la Corte como entre el pueblo: ¿si los Reyes iban a prohijar a alguien, por qué no a una persona de la sangre más azul pasada por cinco filtros?, ¿y por qué no a un varón, un guerrero que defendiese el Reino si fuese necesario?, o, en cualquier caso, de ser una niña, y de cualquier clase social, ¿por qué no a una con una belleza despampanante de la que todos pudiesen estar orgullosos cuando les representase. en vez de a esa cría feúcha, torpe, y, para colmo, con una cojera crónica?… la decisión de los monarcas parecía injustificable. Para colmo, la niña adoptada, proveniente, claramente, de un nivel extremadamente bajo, era incapaz de adaptarse a los modos cortesanos, en infinidad de ocasiones hacía el ridículo o provocaba vergüenza ajena debido a su ordinariez; por si fuera poco, tampoco se portaba bien; además de que parecía ser incapaz de tener cabeza para los estudios.

Una y otra vez, los Reyes fueron aconsejados; por los más desconsiderados, que debían deshacer lo hecho y que tenían que devolver a aquella inefable chiquilla al lugar donde la habían encontrado, pues, realmente, no era su responsabilidad; pero incluso los más piadosos, apuntaron que era necesario deshacerse de ella, poniéndola a cargo de una familia de su propio ambiente, donde su adaptación fuese más sencilla, menos difícil y no les pusiese, ni a ellos ni al Reino, en un compromiso; pues, incluso a pesar de su adopción oficial, ¿quién querría reconocer a tal cría como Princesa?, cierto que no tenía, ni podía tener, a pesar de lo anterior, ningún derecho al trono (en aquel país las leyes sólo permitían la sucesión a personas consanguíneas), pero igualmente, seguía siendo parte de la Familia Real, y por tanto, imagen, representación del país, y mientras eso siguiese así, constituía un problema. Pero, por más presión que recibían en ese aspecto, los monarcas siempre respondían: “el día en que adoptamos a esa niña se convirtió en nuestra hija, ¿qué clase de padres seríamos si la abandonásemos? nuestro deber es ayudarla en todo lo que podamos”, y por más que les insistían en que la niña no era de su sangre, ellos se negaban a perder a la que consideraban su hija, y por la que, a pesar de los disgustos que les daba, habían llegado a sentir amor, aunque sólo fuera porque sabían que estaba tan sola y necesitada como ellos… además de que sería lo más parecido a un descendiente que tendrían.

Pasó el tiempo, y la Princesita no mejoró nada, quizás incluso empeoró; fue entonces cuando llegó una gran celebración, que llevaba mucho tiempo preparándose en el Reino: la conmemoración de la subida al trono de la dinastía; todo estaba previsto, dispuesto triunfalmente, con sólo ver el programa se podía sentir algo de aquella gloria futura… pero había un elemento que fallaba: la niña adoptada; no había manera de que pudiera hacer un papel digno en un evento de gran categoría, al que acudirían incluso representantes internacionales; lo cual no se podía permitir, así que se sugirió a los Reyes, Tádomo y Efrolía, que no se la incluyese en nada, y que se la encerrase en sus aposentos, o mejor, se la enviase a un castillo lejano bajo la supervision de un aya. A ello, los monarcas se negaron en rotundo, recordándoles a todos que su hija, la Princesa, por su dignidad, debería estar presente en unas celebraciones de ese calibre.

Y aunque se intentó demostrar a los soberanos, enseñándoles la incapacidad de la niña adoptada para salir adelante en ninguna de las situaciones previstas por el protocolo, estos se empeñaron en que su hija no podía estar excluida de nada.

Llegó el gran día, la ceremonia más importante de todas, la más solemne… y la niña se portó peor que nunca: no sólo no daba una a derechas, es que ni lo intentaba; se cansaba muy rápido de todo, perdía la atención, no recordaba nada de lo que tenía que hacer, y para colmo, su comportamiento era de lo más vulgar, soez y maleducado. Fue entonces cuando se colmó el vaso, y a punto estuvo de haber allí mismo una revolución, pues todos los presentes le exigieron al monarca que abominase inmediatamente de esa niña inicua. El Rey Tádomo DV afirmó que era consciente de su responsabilidad para con su Reino, que sus súbditos eran como sus hijos, más aún a falta de descendencia propia; pero por la misma lógica, iguales o mayores deberes tenía hacia esa chiquilla que había acogido en el seno de su propia familia; que, en cualquier caso, un buen padre no elige entre sus hijos; y que, desde luego, tampoco desampara a sus vástagos más débiles o menos dotados por la naturaleza, sino que, quizás o precisamente por ello, los quiere y ayuda más.

Tan fuerte fue la furia que se desató ante semejantes declaraciones, que allí mismo, legisladores del Reino realizaron dos documentos: uno de abdicación y otro para repudiar a la adoptada; y, a continuación, todos los presentes le manifestaron al monarca que no saldría de aquella sala sin firmar uno de ellos, el que él mismo eligiera… estaba contra la espada y la pared.

Sin embargo, el Rey sabía que su oficio consiste en hacer lo correcto, con lo que, aproximó a sí mismo el documento de renuncia al trono (para desesperación de toda la concurrencia, que veía que su coacción no había tenido éxito) , y estaba a media firma cuando….

-No sigas papá, ya no hace falta.

Todos se dieron la vuelta; la voz que habían escuchado parecía la de la niña adoptada, pero no sonaba como siempre (torpe, estúpida, confusa, tartamudeante, con una pésima dicción e incapaz de pronunciar bien palabra alguna…), sino, muy por el contrario, hermosa, melodiosa, suave, fina, acariciadora… sobrenatural. Cuando, a continuación, cada uno de los presentes miraron a aquella que había pronunciado la frase que había acallado, completamente, por primera vez en la historia, la sala del trono; aunque reconocieron a la niña perfectamente, esta se veía muy distinta: ya no parecía tan infantil y enclenque, sino una grácil jovencita; ya no era feúcha, sino con una belleza distinta, con atractivo y personalidad… en definitiva, en su conjunto y totalmente, resultaba encantadora. Para todos, aunque mil veces la habían visto (y despreciado) fue como si hubieran vuelto a conocer, por vez primera, algo que ya habían conocido; como si se hubiesen quitado un velo, o un cristal empañado de delante, y ahora, pudiesen ver clara y objetivamente, algo que, en realidad, siempre había estado a la vista y delante de ellos.

-Gracias por haberme desencantado -prosiguió la adoptada-. Todos deben saber que yo soy una hechicera que ha dedicado su vida entera a proteger a los virtuosos y bondadosos; por ello, cuando una bruja malvada intentó destronar a un abnegado Rey, para beneficio de unos envidiosos y codiciosos republicanos; me batí en duelo con ella, y esta, para evitar ser derrotada, me lanzó un maleficio, según el cual, debería parecer la niña más terrible, malcriada del mundo, y solamente, si algún día llegaba a conocer el verdadero e incondicional amor paternal, me libraría del encantamiento, con el que llevo penando más de cien años… por ello gracias de nuevo.

Nadie en la sala fue capaz de pronunciar una palabra, en realidad, casi ni de respirar, ante algo tan extraordinario.

-Por fortuna -continuó la que había sido la niña adoptada-, sortilegios como aquel con el que me maldijeron tienen un precio: si finalmente se rompen (y no es nada fácil conseguirlo), quien hizo uso de ellos pierde todo poder mágico, el cual pasa por entero a quien lo sufrió; por lo que, en este momento, mi enemiga se ha convertido definitivamente en una simple mortal, y yo soy doblemente poderosa.

-Hija -respondió la Reina Efrolía- te queríamos cuando no eras nadie, y te queremos ahora igualmente. Para nosotros nada ha cambiado: sigues siendo nuestra niña.

-Sin embargo, como podéis ver, vuestra niña ya es mayor, y parte del ciclo de la vida es dejar que los hijos hagan su vida… -dijo mientras veía como las lágrimas empezaban a brotar de los ojos de sus padres adoptivos- no obstante, gracias a ese doble poder que he mencionado, ahora soy capaz de concederos algo que antes nunca hubiera podido (y que pocas de mi clase pueden, pues es alterar las leyes naturales más recias), vuestro mayor deseo: una hija propia, una descendiente legítima, que os sirva pues, como compensación, de la pérdida de esta adoptiva; anhelo que además confiero con mayor gusto que nunca, pues nadie ha demostrado jamás mayor deseo, ni méritos, para la paternidad. Albergarla en tu vientre, y la felicidad que tendrás al sentir latir su corazón en tu interior, es mi regalo para ti, mamá. A ti, papá, te regalo esta espada -y, mágicamente, tal objeto apareció delante del Rey-, para que puedas defender a tu futura sucesora, y con la que, siempre que lo desees, podrás derrotar a todo el que se enfrente a ti cuerpo a cuerpo, por muy fuerte y hábil que sea en la lucha.

-Para recordarte siempre -respondió el Rey Tádomo DV-, y por el cariño y gratitud que te tenemos, le pondremos tu mismo nombre a nuestra futura hija: se llamará Vesot.

A continuación, la que había sido la niña adoptada, dio un abrazo a sus padres, y pareció empezar a desaparecer, cuando el soberano exclamó sollozando:

-¡Espera!, ¿Volveremos a verte?.

-Por supuesto -respondió la hechicera-, ¿qué clase de persona sería, si no volviese para el bautizo de mi hermana? además, le traeré un regalo, que podréis entregarle cuando consideréis que debéis hacerlo. Pero después, deberé seguir mi camino, mi lugar no está aquí.

Y dicho esto desapareció. Mas cumplió su palabra: efectivamente, poco después, la Reina Efrolía se quedaba encinta, y su embarazo fue maravilloso… en realidad, todo fue tal cual había pronosticado la hechicera, incluido el precioso bautizo, que se convirtió en la más grande celebración que jamás había vivido el Reino; y en el que vieron, y se despidieron, ya por última vez, con ese sentimiento agridulce que siempre tienen los cambios de ciclo en la vida, de la que había sido su hija adoptiva, para dar la bienvenida a otra nueva y propia.

Así, los años pasaron, y la descendiente biológica de los Reyes, creció tremendamente sana, hermosa e inteligente: una auténtica Princesa. Pronto deslumbró a todos en su propio país con su gracia y talento, por lo que su buena fama no tardó en extenderse y comentarse por el mundo entero.

Sin embargo, a pesar de esto (y de las, en cierto modo, garantías sobrenaturales que habían recibido), sus padres no podían evitar ser muy sobreprotectores con ella (ya desde su infancia), al fin y al cabo, constituía todas sus esperanzas de futuro, y también de su mayor responsabilidad y herencia: el Reino.

Se dijo que todo esto (y lo que pasaría después), se debía a que, especialmente el Rey Tádomo DV, se tomó de modo literal, y en todos los sentidos, las palabras de la hechicera de que debía defender a su sucesora; y si tal cuestión sólo había sido un rumor durante mucho tiempo, este extremo no tardó en parecer confirmarse, precisamente cuando la Princesa Vesot estaba a punto de alcanzar la edad apropiada para desposarse; momento para el cual, debido al ya mencionado, alto renombre de la hija del Rey (y el prestigio de su nación), se estaban preparando, desde hacía mucho tiempo, las candidaturas de los más variados pretendientes, algunos de la sangre más azul, incluso turquesa o lapislazuli… pero todo esto se frenó en seco ante un acontecimiento totalmente inesperado; pues, escaso tiempo antes de que la ansiada fecha llegase, era expedido un Real Decreto, según el cual, y para sorpresa de todos, se anunciaba que todo aquel que pretendiera la mano de la hija del soberano, debería enfrentarse a este en singular combate, y solamente si derrotaba al monarca tres veces, el candidato podría casarse con la heredera del Reino.

Mucho se comentó, a lo largo y ancho de aquel país, e incluso de los extranjeros, una ley tan particular… y de hecho, no faltaron los que se escandalizaron ante ello: ¿acaso aquel padre no estaba llevando su obsesión sobreprotectora demasiado lejos? era sobradamente notoria la fuerza, inteligencia y habilidad del monarca, especialmente en la lucha cuerpo a cuerpo, lo que le hacía prácticamente imbatible… pero para colmo, además contaba con aquella espada mágica (que sin duda usaría), la cual, definitivamente, lo hacía absolutamente invencible; así que, ¿de qué servía un decreto como ese?; sin duda, nadie cuestionaba la gracia y enormes virtudes de la Princesa Vesot, y que, por supuesto, debería casarse con alguien digno, a su altura… además, al fin y al cabo, no era menos cierto que ¿quién podía recriminar a un padre, a cualquier padre, el querer lo mejor para su descendencia? se podía entender que el progenitor la quisiese tanto, la viese tan buena y se sintiese tan orgulloso de su hija única (a menudo los padres se sienten así en casos inmerecidos, así que, con más razón podía darse tal situación en esta ocasión, donde sí existían objetivamente los méritos) como para no querer desprenderse de ella sino en favor de un yerno que realmente lo valiese y diese la talla… pero, no obstante ¿no estaba llevando el soberano su afán de custodia de su sucesora demasiado lejos?, incluso analizando el asunto desde un punto de vista pragmático, ¿de qué serviría una futura Reina solterona? (ya que, aparentemente, habría que esperar a que el invulnerable padre muriese, para que esta pudiese tener la oportunidad de casarse, una vez libre de las desmedidas exigencias de tan estricto custodio), ¿se debía todo aquello, tal vez a que, como los monarcas ya se habían quedado sin una hija, ahora no soportaban perder otra, y querían retrasar su inevitable progreso, y evolución vital, el mayor tiempo posible? todas estas cuestiones, y otras muchas teorías, a cada cual más estrambótica, fueron largamente comentadas y rumoreadas tanto en aquel Reino como en otros extranjeros, convirtiéndose todo el asunto en fuente de gran debate y polémica.

Con todo, como se ha dicho, la buena fama de la Princesa había volado muy alto, y aunque en el Real Decreto no se aclaraba que sería del perdedor del combate; ante lo cual muchos se acobardaron, temiendo que, aunque el precio de la victoria fuese la mano de la hija del monarca, el costo de la derrota bien pudiese ser la propia vida (algo no tan extraño según las costumbres duelísticas de aquellos tiempos, en los que el vencido quedaba a disposición del campeón… y a nadie le agradaba la idea de ser decapitado en el campo de la lid, por una espada… por mágica que esta fuese); lo cierto es que una mezcla de razones (ya fueran la hermosura de la sucesora al trono, su virtud, la ambición por su herencia, o incluso por el propio orgullo y vanidad de haber tenido el mérito de derrotar a alguien supuestamente invencible) llevaron a algunos valientes, y otros temerarios, a presentar sus candidaturas.

De nada sirvió. Al principio, todo el mundo estaba pendiente, con intriga y emoción, de los aspirantes: se les alababa o criticaba ferozmente, se creaban grupos de apoyo o partidarios, ¡e incluso se hacían apuestas en favor de uno u otro!… pero, rápidamente, todo el asunto se volvió rutinario y aburrido, siempre se repetía el mismo esquema: el Rey Tádomo, con sus impertinentes (unas gafas con mango que siempre usaba para examinar los documentos del Reino, e incluso en las recepciones públicas y reuniones privadas con las más variadas personas -a pesar de que nadie sabía exactamente que enfermedad podía tener en los ojos, ni se recordaba que alguna vez hubiera sido visitado por un médico de la vista-), comprobaba y aceptaba todas las candidaturas, a continuación, hacía llamar al pretendiente en cuestión (por riguroso orden de llegada de la solicitud), al que invitaba, en una audiencia, con la mayor afabilidad, a una cena con la Familia Real, y a hospedarse en el castillo el día previo al combate… pero ahí se acababan las cortesías: al día siguiente, se producía el duelo, y, aunque el postulante podía elegir el arma que quisiese para luchar, lo cierto es que daba muy igual: el resultado siempre era exactamente el mismo, Tádomo DV, sin apenas despeinarse, derrotaba al más pintado.

Al principio, pasaron por el combate valientes y ambiciosos. Después, viendo que, finalmente, no había peligro de muerte (tras la derrota, el Rey dejaba marchar a todos), simples aventureros… poco importaba: fuertes, inteligentes, mercenarios expertos, hábiles estrategas en la ciencia militar, campeones de esgrima… todos, uno tras otro, sucumbían ante el soberano sin la menor piedad, y ni uno solo pasaba del primer combate.

Y así fue como cundió el desánimo, y lo que había sido una avalancha de pretendientes; un duelo (¡y hasta dos o tres!) diario; una costumbre, un entretenimiento cortesano cotidiano; se transformó en un cuentagotas; no sólo porque se estuviesen acabando y disminuyesen los solicitantes, ante una situación tan claramente desesperanzada; sino porque, encima, las derrotas infligidas por el monarca eran, en múltiples ocasiones, inmensa, excesiva y deliveradamente degrandantes: Su Majestad no tenía el más mínimo recato en, apenas pasados unos segundos del comienzo del duelo, y con casi un solo, pero determinante movimiento, desarmar o tumbar a cualquiera del modo más humillante; de modo que, muchas, y muy grandes reputaciones, fueron destrozadas en apenas un instante… al fin y al cabo, cuanto más grande era la expectativa por un candidato, mayor era la decepción con su fracaso.

Hubo quien incluso pensó que todo aquello era, en realidad, una estrategia de política exterior, una advertencia del peligro que supondría declarar la guerra a aquel Reino… otros, menos filosóficos y más desencantados, aseguraron que el asunto, verdaderamente, no trataba de otra cosa que del extremo, ridículo engreimiento y jactancia de aquel Rey y su Princesita.

Pero ciertamente, estos últimos no sabían qué pensaba la hija del soberano de toda aquella situación que tanto tenía que ver con ella… la verdad es que estaba triste, desesperada y más en desacuerdo imposible. Todo el asunto, desde el principio hasta el final, le parecía mal, un sistema ridículo y un despropósito sin sentido alguno. Es necesario darse cuenta, de que la Princesa Vesot era una mujer muy leída y culta, así que aquella exaltación y apología de la fuerza física (que suponían, directa o indirectamente, aquellos duelos) le resultaba del todo inadmisible, incluso vulgar.

Y aunque públicamente, como debía ser, la Familia Real mantenía la compostura, según se cerraban las puertas de los apartamentos privados del castillo, se producían unas discusiones brutales: la Princesa no dejaba de recriminarle a su padre semejante método de elección de su marido (que ni siquiera tenía la excusa de estar basado en algún tipo de antigua, insólita y extravagante tradición o costumbre, sino que, para colmo, estaba recién inventado, ex profeso para ella), con el cual, lo único que se podría conseguir sería un esposo corpulento, pero sin duda estúpido, ¿y de qué iba a hablar con un tonto?, ¿con quién compartiría sus múltiples inquietudes?, ¿cómo soportaría, durante el resto de su vida, a un más que probable vanidoso al que sólo le importa e interesa su cuidado exterior?, ¿cómo aguantaría, ya no sólo tener que llevar una vida pública impecable con él, sino encima compartir la intimidad? (el escaso tiempo para ello), la cual es aún más cara, apreciada y sagrada para una persona cuya vida transcurre bajo un escrutinio público constante… el solo pensamiento le resultaba insoportable.

La hija del Rey era perfectamente consciente de que su matrimonio era una cuestión de estado, así que, ciertamente entendía que no se podía basar únicamente en sus preferencias personales, pero de esto último, a lo que estaba pasando, que a todas luces no parecía servir a nada positivo, había un abismo.

Finalmente, cuando la sucesora de Tádomo DV se hartó de discutir con este, dándolo por imposible; decidió recurrir a su madre, que esperaba que la comprendiera mejor, aunque sólo fuera por una mayor empatía como mujer… pero se encontró con la misma respuesta: su padre sabía lo que hacía, y que no iba a hacer nada por mal de su hija; además era el Rey, por lo que había que apoyarlo, respetarlo, y atenerse a lo que había ordenado, aún más siendo de la Familia Real, pues había que dar ejemplo, si no fuera así, ¿con qué derecho se le podría pedir a sus súbditos lo mismo?.

Sin embargo, aquello seguía siendo demasiado, y la Princesa Vesot se negaba a resignarse a un destino innecesariamente desgraciado, así que decidió empezar a tomar cartas en el asunto, de un modo sutil, disimulado, apropiado… pero, esperaba, lo suficientemente determinante como para que la ayudase a conseguir sus objetivos. No iba a ser una figura decorativa que se conforma con lo que llega, iba a buscarlo, a perseguirlo, y, a ser posible, a conseguirlo.

O eso era lo previsto… pero la situación cambió de la noche a la mañana de la manera más repentina. Un inesperado día, cuando no se había anunciado, ni se aguardaba la llegada de nadie, se presentó en la puerta del castillo, un Príncipe llamado Tecisteo: guapo, fuerte; y, como se vio en la cena, discreto y correcto. Tras haber inspeccionado al imprevisto candidato (en la audiencia dada con motivo de su llegada, para invitarlo a la cena, como era habitual), con sus impertinentes, como solía y había hecho con todos, el Rey adoptó una actitud especialmente cordial con el nuevo aspirante… no de forma extremadamente evidente, pero sí lo suficiente como para que la Princesa no diese crédito, ¿qué había pasado aquí?, ¿acaso Tádomo DV se había cansado de luchar con todos?, ¿tal vez el largo parón y sequía, que habían precedido a la llegada de este último pretendiente, y quizás las continuas discusiones familiares, le habían hecho darse cuenta a Su Majestad de lo equivocado de su método?, ¿tal vez había entendido, súbitamente, que su hija no se iba a hacer más joven, y ya, sólo por eso, y ante la falta de nuevos postulantes, iba a aceptar al último que había llegado sólo porque no había más?, ¿de verdad ese iba a ser el final de todo este absurdo asunto?.

Al principio la Princesa Vesot decidió acallar estas ideas inquietantes, y creer que todo aquello era obra de su imaginación; tal vez, la ausencia de novedades, o la continuidad de una situación tan difícil para ella, la había turbado, y ya veía cosas que no eran; al fin y al cabo, el Rey había sido cortés con todos… hasta el día siguiente. Sí, sólo había que esperar, y el problema se resolvería por sí solo, como siempre.

La jornada posterior, se celebró el combate, que no levantó expectación alguna porque todos sabían de sobra su previsible y decepcionante desarrollo y desenlace, así que las abanderadas tribunas del elegante campo de tela de justas (antes atestadas, y causa de conflicto permanente entre los asistentes -todo el mundo quería ser el primero en gritar un “¡viva!” dedicado al nuevo miembro de la Familia Real-, hasta el punto de que hubo que regular el acceso al lugar, por lo que un porcentaje considerable del servicio del castillo tuvo que abandonar sus tareas para ayudar a gestionar el evento, y no pocos de los concurrentes a este, debido al conflicto continuo que había por conseguir un sitio, acabaron en duelos que nada tenían que ver con el de la mano de la Princesa) se mantuvieron casi vacías, con la excepción de algunos ociosos, que fueron a sentarse allí, del mismo modo que podrían haber ido a un banco de los jardines… ¡pero, ay, lo extraordinario no avisa, y más de una persona, que maldijo su suerte al no ser capaz de entrar en los primeros combates, ahora se descubría afortunado!… o al menos en presencia de algo diferente e inesperado….

El combate comenzó con los protocolos habituales, nada inusual, y a lo que nadie prestó la más mínima atención, salvo la Princesa Vesot (aún con la mosca detrás de la oreja), y tal vez, la Reina Efrolía, que, como siempre, se hallaban presentes en la tribuna real. Pasada esa primera parte, y después de haber realizado el saludo reglamentario; lo imaginable, previsible y usual, era que el candidato atacase, y el monarca, de una simple estocada, le derribase, o incluso que, con apenas un gesto, pusiese el filo de su espada en un lugar, tan mortal, que al aspirante no le quedase más remedio que proclamar su rendición si pretendía salir con vida (no faltó alguno de ellos que, ante el sentimiento de humillación por haber perdido -y aún sabiendo, y habiendo sido advertido, de las condiciones del duelo- calificó todo el asunto de abuso y farsa, pues, dijo con no falta de malicia, que que uno de los contendientes poseyera una espada encantada, no parecía precisamente una lucha equitativa)… pero nada de eso pasó en esta ocasión: para empezar, el Príncipe Tecisteo no fue el primero en atacar, y tras un rato con ambos contendientes midiéndose, a la vez que daban vueltas en círculo; por romper aquella tensión que comenzaba a haber, el soberano marchó sobre su adversario en la lid, y, desde arriba, asestó un golpe directo… ahí fue cuando todos los presentes, que miraban de soslayo, pensaron: se acabó, a otra cosa… pero, para sorpresa de todos, el candidato a la mano de la Princesa, no sólo no fue desarmado, sino que, paró el golpe, y, encima, resistió el embate, consiguiendo, tras un poco de tiempo, obligar al monarca a retroceder en su ataque y cambiar de táctica… nadie daba crédito. Para colmo, el duelo se prolongó, y comenzó a volverse verdaderamente emocionante: con rápidas y hábiles estocadas que llegaban de todos los lados, ofensivas que eran detenidas mediante paradas espectaculares… nadie recuerda quién fue exactamente (aunque más de una persona, e incluso familias nobiliarias enteras, reclaman tal distinción), pero lo cierto es que, sólo hubo un cortesano que, llegado aquel punto, tuvo el valor de apartar los ojos, y salir fuera del campo de justas para proclamar, a voz en grito, lo que estaba pasando… en apenas unos pocos minutos, el lugar que había sido abandonado por “aburrido” volvía a conocer una gloria mayor que la que nunca antes había tenido (y posiblemente, nunca más fuera a tener).

Todos los presentes recordarían, hasta el día de sus muertes (independientemente de lo que pasó después) aquella lucha sin igual (que, en versiones muy poetizadas, modificadas y llenas de licencias artísticas, llegaría a convertirse en un cantar épico y legendario, ya fuera en versión hablada o cantada, habitual en el repertorio de bardos, juglares y trovadores múltiples), en la que ambos contendientes lucieron lo mejor de sí mismos, cual si aquello fuera una demostración del arte de la esgrima… pero los minutos pasaban, y el enfrentamiento no parecía decidirse entre ninguno de los dos participantes… con lo que aquello se convirtió en una prueba, ya no de habilidad con la espada (que parecía estar bastante igualada), sino de resistencia.

Muchos supuestos expertos en la lid (algunos de los cuales ni siquiera habían llegado a estar en dónde sucedieron los hechos, pero opinaron con tono aleccionador, como si hubiesen sido los propios implicados en la refriega) manifestaron, con cierto aire, inesperadamente poético y simbólico, y más tratándose de personas de armas; que aquel no había sido un enfrentamiento de fuerza bruta (en cuyo caso, sin duda, afirmaban con seguridad, habría ganado el Rey), sino, muy por el contrario, un combate entre lo viejo y lo nuevo (no siendo esto, únicamente, una forma de señalar la edad de los participantes en la lucha, y su distancia intergeneracional, sino también refiriéndose a tácticas, lucha cuerpo contra cuerpo… etc), lo emergente y lo decadente; el pasado que, por glorioso que fuera, al final, debía ceder su sitio para dar paso al inevitable futuro… etc.

El caso es que, tras media hora batiéndose, se veía claramente que Su Majestad empezaba a flaquear, pues, al fin y al cabo, era un hombre de una cierta edad, y, por en forma que se mantuviese, difícilmente podía competir con un joven en las mismas condiciones (físicas y de conocimiento de la esgrima), con la ventaja extra de estar en su plenitud corporal. Fuera como fuera, llegó el momento en el que, el Rey Tádomo DV, para evitar una fuerte ofensiva que le venía tirada desde arriba (irónicamente, igual a aquella con la que él empezó el combate), optó por dar un paso atrás… con tan mala suerte que, su veterano, pero exhausto cuerpo, no pudiendo soportar más aquel sobresfuerzo, debido a aquel embate continuo, tenaz, firme e incansable, perdió el equilibrio debido a un tropiezo en el cruce de pies… y cayó en la arena.

La Princesa Vesot ahogó un grito. Sólo la Reina Efrolía hizo gala de una regia contención. El resto de los presentes fueron bastante menos sosegados: el que menos, lanzó un grito de asombro… y las que más abierta y escandalosamente se expresaron, fueron algunas mujeres que, ahogadas por sus propios corsés (con los que pretendían resultar más atractivas y deseables, al parecer más delgadas… acto de vanidad que dio pábulo al rumor de que sólo se habían comportado así para llamar la atención de posibles galanes), al ser incapaces de inspirar y espirar adecuadamente, se desmayaron, dando a la situación general, aún más aspecto de hecatombe.

De cualquier modo, el Príncipe Tecisteo, ignorando todo lo que pasaba a su alrededor, y con la misma concentración que había caracterizado su limpia técnica de lucha, siguió el protocolo con una gran dignidad, absolutamente exenta de arrogancia, y situó su espada encima del Rey, de forma lo suficientemente apropiada como para declararse vencedor de la justa, pero sin que resultase humillante, y respetuosamente, solicitó la rendición a su oponente. Lo único que el monarca hizo, fue mirar hacia otro lado, pero como no se levantó, ni hizo el más mínimo gesto de resistencia, el recién llegado fue proclamado campeón.

Aquello sí era una novedad. Pronto, la noticia corrió como la pólvora por toda la Corte, de esta, pasó a la capital; en poco tiempo, todo el Reino lo sabía; y, no demasiado después, la cuestión traspasó fronteras; manteniendo atareadas y ajetreadas a embajadas y cancillerías varias, dónde se analizaba, pormenorizada, e incluso exageradamente, todo el asunto y sus consecuencias.

Los únicos a los que la afamada derrota del Rey Tádomo DV no pareció impresionar, fueron los juristas más letrados y puristas, los cuales, siempre que tenían la oportunidad, recordaban a todos, con tono desdeñoso y docto, que todo aquello, en última instancia, no significaba nada, puesto que el Real Decreto expedido por el monarca, especificaba claramente que este debía ser vencido tres veces, cosa que no había pasado, y, a buen seguro, no sucedería ahora que el soberano había tenido la posibilidad de observar, conocer y medir adecuadamente a su adversario.

Con todo, los leguleyos aún tuvieron más oportunidades de lucir en sociedad sus conocimientos, y convertirse, orgullosamente, en el centro de atención de los salones y tertulias a las que acudían; puesto que la situación se volvió, si cabe, más intrigante y tensa: aún no había fecha para el segundo combate. La razón, volvía a ser legislativa, pues la ya mencionada ley en boca de todos (y que había convertido, en las conversaciones informales, a quién más, quién menos, en juriconsulto), especificaba que el subsiguiente duelo sólo podría celebrarse mientras no hubiese otros primeros duelos (hablando claro: todos los contendientes con los que el Rey luchase debían estar al mismo nivel); y ahora que se había demostrado, fácticamente, que Su Majestad no era invencible, rápidamente, volvió a aparecer la avalancha de candidatos a la mano de la Princesa (algunos, que ya lo habían intentado, probaron a solicitarlo por segunda vez, pero naturalmente, sus peticiones fueron rechazadas; una vez más, siguiendo la legalidad establecida); al fin y al cabo, estaba claro que el monarca estaba envejecido, que en realidad había sido derrotado por el propio e inexorable tiempo… y que, por tanto, ahora también podría hacerlo cualquier otro.

Terrible equivocación. Como si el duelo con el Príncipe Tecisteo no hubiese sucedido nunca; y quizás con aún más furia, todos los siguientes aspirantes fueron derrotados con una contundencia, si cabe, todavía más drástica, radical y denigrante. El mensaje era evidente: el león dormido se había despertado y rugía fuertemente, dejando claro que, para nada estaba acabado, y que no había despojo alguno que recoger o del que aprovecharse. Entre tanto, el campeón del anterior lance, cumplidor y correcto, permanecía en el regio castillo, en calidad de invitado de la Real Casa, a la espera.

Resulta fácil imaginar lo pronto que los pretendientes volvieron a ser contados: estaba claro que el monarca no había perdido ni un rastro de su destreza con la espada, y, claramente, aquella efímera y extraordinaria victoria anterior contra él, comenzaba a tener la pinta de haber sido solamente una pura casualidad (de hecho, no faltaron rumorosos que comenzaron a decir que, ¿no se comentaba en la Corte, unos pocos días antes del notorio suceso, que el soberano se había quejado de un cierto dolor en la rodilla, o de que se había lastimado el tobillo al bajar de un caballo?). Poco importaba, el futuro lo diría, pues, teniendo en cuenta las circunstancias, el segundo combate no sería retardado durante mucho más tiempo.

Pero había quien no estaba dispuesta a esperar a que el tiempo venidero le diese una respuesta (al fin y al cabo, se trataba de su propia vida, y no de un divertido cotilleo ajeno), y esa era la Princesa Vesot; a la que el principal aspirante a su mano estaba lejos de satisfacerla; sí, era incuestionablemente guapo y atractivo, pero la verdad es que su personalidad nunca le había caído en gracia: tan aparentemente afable, recto, caballeroso, respetuoso, circunspecto… ¿quién actua así, si no es para obtener un beneficio o es un remilgado?; en la primera cena con la Familia Real, este apenas sí le había dirigido la palabra, concentrándose casi exclusivamente en su padre, ¿qué pasa, que acaso ella era posesión de su progenitor y sólo había que contentarlo a él?, y, posteriormente, cuando ella había intentado acercarse a su pretendiente, lo había encontrado sumamente esquivo, hasta que finalmente, este le confesó que quería respetar el Real Decreto, la normativa del duelo, a su padre y a su Casa, por lo que prefería no profundizar en su relación hasta que hubiese ganado, tal y como estaba estipulado. Eso ya era el colmo, ella, ¡casada con un total desconocido!, ¡peor aún, con un completo estúpido que lo único que sabía hacer era manejar una espada, entrenar su cuerpo y hacer lo que le dijeran como un niño!, ¡Hasta ahí podíamos llegar!.

Pero ya está dicho que la hija del Rey estaba decidida a intervenir en algo que tanto la afectaba; y efectivamente, iba a hacerlo: a lo largo de los siguientes días, decidió fijarse atentamente en los candidatos, y elegir ella misma al más conveniente….

Poco tiempo después, llegó un Caballero llamado Quinwed al castillo, no era el colmo de la belleza, pero sí que pronto demostró una especial capacidad para ganarse a la gente… a todo el mundo menos al Rey, que tras observarlo con sus impertinentes, pareció mostrar un leve desprecio al recién llegado, ¿acaso esa actitud era clasismo?, ¿se suponía que el problema era que el nuevo no tenía el rango de su, aparentemente, hasta ahora, favorito? (que, aparte de la primera simpatía por haber vencido, no había conseguido ninguna más, debido a su aislamiento y obsesivo cumplimiento estricto de la legalidad… ni un arrebato romántico, un guiño hacia los que le habían apoyado, o siquiera, algo que diese que hablar a unos cortesanos siempre ansiosos de charla insustancial…) aunque, esto último parecía desmentirlo, aparentemente, el hecho de que el monarca no había rechazado ni una sola solicitud de las que habían llegado, proviniesen de quien proviniesen… pero también era cierto que tampoco les había dejado ganar.

Sin embargo, desde el principio, la Princesa Vesot quedó encantada con el recién llegado, que se adaptaba muy bien a ella, siempre con las palabras y comportamiento oportunos: ya desde la primera audiencia, apenas prestó atención a otra cosa que a la hija del soberano; luego, resultó tan galante en la cena… pero lo mejor, fue como, rebeldemente, se saltó todos los protocolos y, en medio de la noche, se presentó bajo el balcón de la heredera del Reino… tras una larga conversación (en la que ¡cuántas promesas se hicieron, cuánto planificaron todo lo que harían cuando, al fin, pudieran ser el uno del otro!), que duró casi toda la noche, a pesar de que él debería batirse al día siguiente (¡pero cuánto hacía y se arriesgaba por ella!, ¡cuántas demostraciones de amor le estaba haciendo saltándose todo lo establecido!); ella tuvo muy claro que él era el elegido, ¡cómo dudarlo!: un hombre hecho a sí mismo, siempre tan gentil, que se esforzaba por coincidir y sacrificarse por ella en todo….

-Ojalá fuésemos libres para estar juntos, ¡somos el uno para el otro! -afirmó Quinwed, mirando a la Princesa desde un suelo que, en no demasiadas horas, dejaría de estar brumoso para dar paso al alba-, el problema es ese duelo que nos lo puede impedir… si hubiera alguna manera de vencer a tu padre… ¡pero qué debilidad podría tener un hombre tan bravo y listo!, ¡y encima con esa espada!

-Umm, puede que haya una manera. Ciertamente, respecto a su arma, nada se puede hacer, pues forma parte de una selección de la Real Armería, ubicada en la cámara del tesoro, a la que sólo el Rey puede acceder, pero hay otras cosas que se pueden intentar….

Así pues, en primer lugar, la Princesa Vesot, recomendó a su elegido que al día siguiente se declarase indispuesto, y pidiese postergar el duelo un día, pues necesitaría su cuerpo y sus reflejos en el mejor estado posible para el combate… aún cuando fuese a contar con una ayuda extra: lógicamente, la hija del monarca, y más siendo su única descendiente, había sido entrenada en las armas y el arte de la guerra, en múltiples ocasiones por su propio padre, por lo que conocía a la perfección todas sus debilidades, manías, flaquezas, tendencias, dónde bajaba la guardia… etc, conocimiento que había multiplicado, sabiendo que le sería útil llegado el momento, a través de observarle intencionadamente, con suma atención, desde que habían empezado los combates, y especialmente, desde que había decidido buscar a su futuro marido ella misma; además de que, por supuesto, sabía de primera mano la situación de la salud física del soberano, y como, efectivamente, el combate que había perdido le había dañado ciertas articulaciones que, con seguridad, aún seguirían convalencientes… todo esto le reveló a su favorito para hacer lo posible que se alzara vencedor; y además, consideró que era lo más apropiado, ¿no había sido todo aquello, hasta ahora, una vulgar refriega de fuerza bruta? pues ahora pelearían maña y fuerza, y a ver quién ganaba, ¿no se le había dicho que debía respetar el sistema? pues bien, lo destruiría desde dentro o con sus mismas armas… el Rey creería que había vencido el mejor (o se vería obligado a reconocerlo, atrapado por sus propias normas), y en realidad, la mejor sería ella, porque, aún cuando su padre creería haber elegido él (o según sus reglas) en realidad, sería su hija quién realmente lo habría hecho.

Y así, el plan salió más o menos como estaba previsto: al día siguiente, el caballero Quinwed se declaró indispuesto, pero como los médicos no le encontraron nada (salvo un ligero cansancio), sólo se retrasó el duelo un día. Dada su capacidad para ganarse a la gente, su cierto magnetismo personal o lo que habían gustado públicamente sus llamativos y apasionados gestos hacia la Princesa, y como esta los aceptaba, más o menos sutilmente; su combate generó cierto interés y expectación… y desde luego, sí iba a dar espectáculo; para empezar, duró más que ninguno otro anterior, y para seguir, el Rey parecía estar en un constante estado de desconcierto, que muchos pudieron percibir; y no era para menos, su adversario parecía sabérselas todas, prever todo lo que iba a hacer antes de tiempo, y, para colmo, intuir cada una de sus debilidades…. En lo que respecta a la hija del Rey, le pareció percibir, en algún momento, como si su padre hubiera adivinado lo que había hecho y le hubiese enviado alguna mirada de recriminación… pero, seguramente, sólo se trataba de nerviosismo.

Sin embargo, lo que estaba claro, es que esta vez el monarca no pensaba dejarse vencer tan fácilmente, dio guerra, agotó, y no se lo puso nada fácil a su adversario; cuando parecía que el soberano al fin caía o era vencido… milagrosamente se recuperaba y luchaba con incluso más fuerza… pero su contrincante tenía muchos ases en la manga (entregados, oportunamente, por la Princesa), de modo que, al final, aún quedando sumamente igualados, y, desde luego, terminando la lucha en un estado físico similar y no ventajoso para ninguno de ambos (aunque Su Majestad pareció saberlo disimular con un mayor sentido de la dignidad)… el Rey Tádomo DV era derrotado.

¡Qué emocionante y qué maravilla, este candidato que daba qué hablar, y que no era un soso como el otro! (que sólo parecía gustarle al Rey, quizás porque así nunca tendría un yerno que le hiciese sombra y que además hiciese todo lo que le dijese) pensaba la Corte, alegrándose de que esta nueva situación pusiese las cosas más emocionantes, y con todo el mundo deseando que, al fin, se empezase a avanzar y se produjesen los segundos combates… el deseo colectivo podría ser cumplido con facilidad, pues, sorprendentemente, esta segunda victoria no animó a más candidatos sino más bien lo contrario: cundió la teoría de que era la espada la que decidía a unos predestinados, así que era una tontería intentarlo, si estaba de ser, sería… fuera por esto, o fuera porque pocos mas se podían o querían presentar ya, lo cierto es que, en no demasiado tiempo, se anunció que se pondría fecha a los segundos duelos.

Respecto a la Princesa, saboreaba una victoria que veía como suya… una pequeña parte de ella, en el fondo, se sentía mal por el Príncipe Tecisteo, pues, al fin y al cabo, era consciente de que este había respetado las normas, tenido una paciencia inmensa (como invitado en la Corte, tenía una existencia discreta… al contrario que el festivo y divertido Quinwed, cuyas juergas en sus aposentos, tenidas lugar después de ganado el combate, a pesar de ser, en principio, fiestas privadas, comenzaban a comentarse en todo el castillo, haciendo que muchos quisiesen conseguir una invitación para tan jolgórico y canallesco evento, el cual, se decía, era algo como nunca se había visto antes en aquel lugar), y llevado el asunto con una inmensa resignación y dignidad, más sabiendo que no podía ser fácil estar en una situación de tensión constante como la que estaba sufriendo, sin duda demostraba persistencia… pero todos estos pensamientos de la hija del soberano, rápidamente eran acallados por otros que preguntaban: ¿y acaso eso era todo?, ¿debería por ello resignarse a soportar a una persona superficial y sin conversación?, ¿a un más que posible narcisista, o como mínimo un ser apático y anodino?, ¿un bobo sin iniciativa alguna, y que claramente sólo sabía mostrar arrojo con las armas?; ella, una mujer culta, leída, preparada, sin duda se merecía algo más. Y estaba dispuesta a tenerlo.

Por ello, la hija del Rey sabía que no debía desaprovechar el tiempo, el efecto sorpresa había dado resultado una vez, pero quién sabe si funcionaría otra; así que las conversaciones clandestinas nocturnas desde el balcón, con su pretendiente favorito, se continuaron manteniendo, con el principal objeto de descubrir el mejor modo de alcanzar la victoria final.

-Quizás haya una manera -afirmó Quinwed-, todos sabemos del poder fenomenal de esa espada, y que ese tipo de magia, a veces, se une a las emociones, los deseos más internos y el subconsciente más oculto… si consiguiéramos predisponer a Tádomo en contra de Tecisteo, posiblemente le derrotaría.

-Es posible, ¿pero cómo? no creo que de una persona tan insustancial se pueda decir gran cosa….

-Pues precisamente, tal vez ese sea su mayor defecto. Al menos según lo que se rumorea en la Corte: se dice que su familia perdió el trono a manos de una revolución que los echó por inútiles y apáticos; ahora su nación es una república… tal vez por eso está aquí, porque no tiene donde ir, o porque quizás quiera ganar en este país lo que perdió en el suyo propio… en todo caso, dudo que Tádomo, como jefe de estado, quiera arriesgarse a que en este lugar pase lo mismo, introduciendo ese lastre y elemento conflictivo en su propia casa; Y como padre, no creo que quiera para su hija a un niño mimado cuyo único mérito le viene por herencia. Yo me he trabajado llegar a donde estoy; nadie me ha regalado nada, todo lo he conseguido por mí mismo, porque lo valgo, he ido de abajo hacia arriba.

“Vaya, vaya”, pensó la la hija del Rey; así, la pareja, habló de que lo mejor sería que ella fuese, con la excusa de comentar “esos preocupantes rumores”, a ver a su padre, y así, conseguir su objetivo. Pero era más fácil decirlo que hacerlo, desde el combate con Quinwed, el monarca se había mostrado inaccesible con su hija, no habían tenido ni un momento privado, y cada vez que había la posibilidad, el monarca decía “debo ir a reflexionar”, y se marchaba del lugar, de modo que la situación de intimidad, antes algo habitual, ahora se había vuelto imposible.

Pero una de las características de la Princesa Vesot es que no se rendía fácilmente, así que, con determinación, decidió conseguir encontrarse en privado con su padre, en parte, por el plan que se había trazado; pero también, porque lo cierto es que estaba preocupada por su actitud últimamente (¿estaba enfadado tal vez?, ¿quizás porque sabía que había hecho trampas?), la cual como hija la disgustaba (aunque tenía claro que no cedería en sus intereses o futuro), y quería hablar con él, limar asperezas, y quien sabe, si las cosas salían bien, si conseguía comprenderla, volver a la cariñosa y franca relación que siempre habían tenido. Pero nada salió como ella esperaba, absolutamente nada.

Entró en el despacho privado, que el monarca tenía en sus aposentos, sabiendo que lo encontraría allí, ocupado en asuntos del Reino, pero conociendo que a esa hora solía tomarse un breve receso, para así tomar un ligero tentempié (durante el cual, de pequeña, su madre solía llevarla, pues se convertía en la alegría, el ánimo de su padre para seguir adelante… ahora quizás, con mayor o menor consciencia de ello, la Princesa pretendía recuperar ese recuerdo en su beneficio), que le diera fuerzas para continuar con su ardua labor.

-Hola papá -dijo dulcemente, casi infantilmente la sucesora del Rey-, últimamente has reflexionado tanto, que no hemos tenido ni tiempo para hablar… aunque ya sé que desde hace un tiempo sólo discutimos….

-No te preocupes, hija mía -contestó el monarca, con un tono de cierto cansancio por el trabajo-, ya he meditado lo suficiente y he llegado a una conclusión….

La Princesa se quedó asombrada, y temerosa, ante semejante afirmación, así que decidió intervenir e interrumpir rápidamente:

-Tal vez cambies de opinión cuando sepas lo que comenta toda la corte, ya sé que no debemos hacer caso a cotilleos vanos, pero merecería la pena investigar el fundamento de este, verás….

-Sé lo que has hecho -manifestó cortante el Rey.

La descendiente del soberano se quedó muda, sabía que esa situación podía darse en algún momento, pero no esperaba que fuera así.

-Y porque lo sabía -continuó el monarca-, dejé vencer a Quinwed, ¿o acaso creías, de verdad, que se puede derrotar a un arma invencible por más que el adversario conozca tus debilidades? por eso es mágica, porque las condiciones físicas normales no la afectan.

Tras una breve pausa, el Rey, continuó en un tono más paternal:

-Me he equivocado hija, y lo siento. Creía que mi última misión como padre, e incluso como Rey, era encontrarte a la persona ideal, a alguien como tu madre lo ha sido para mí: no sólo una persona que se pueda sentar dignamente en el trono a tu lado, sino que además sea tu fuente de apoyo, fuerza, y afecto constante, en definitiva, alguien que sea el primero y mejor de tus súbditos… pero ahora, me doy cuenta de que esto ni me correspondía a mí, ni estaba en mis manos. Quizás, en eso únicamente, tenían razón aquellos que me han criticado tanto por ser excesivamente sobreprotector….

Y de repente, como cambiando totalmente de tema, el soberano adoptó un tono más risueño:

-¿Sabes? todo el mundo cree que el arma más poderosa del Reino es mi famosa espada. Pero se equivocan. Son estos impertinentes.

Y dicho esto, sacó de su bolsillo aquellas gafas con mango (las cuales, debido a su simplicidad y desornamentación, era fácil suponerles un uso absolutamente pragmático), que, con el tiempo se habían convertido en algo característico de él; y a continuación, cogió de un cajón de su escritorio una preciosa caja realizada en caoba y otras diversas maderas finas, además de con preciosas incrustaciones de nácar; que a la Princesa no le costó identificar (a pesar del evidente contraste), como realizada ex profeso para aquel objeto, al parecer tan precioso, el cual fue depositado en tal recipiente, con el que el padre se acercó a su hija para continuar su discurso:

-Supongo que te acordarás de tu hermana mayor adoptiva, te hemos hablado muchas veces de ella….

-Sí, la hechicera buena gracias a la cual yo nací…

-Exacto -continuó el progenitor con seriedad-, pues bien, todos conocen los dos regalos que nos dio a tu madre y a mí, pero sólo nosotros conocemos el que decidió hacerte a ti con motivo de tu bautizo. Al entregárnoslo (la última vez que la vimos a solas, el día de la celebración), nos dijo que podríamos conferírtelo cuando lo considerásemos, y que, entre tanto, éramos libres de usarlo. Ahora, después de tantos años, puedo y quiero dártelo, diría que ya casi no me hace falta, pues estoy de vueltas de todo, y con el tiempo, aprendes a ver estas cosas por ti mismo… con todo, me fue muy útil siendo más joven. Pensaba legártelo con motivo de la boda, para obsequiarte algo especial, pero considero que ya es el momento…

Dijo el monarca mientras entregaba a su sucesora la mencionada caja, de fina marquetería, con los impertinentes dentro; y ella le miraba con una extrema extrañeza… no estaba entendiendo nada de aquel alegato aparentemente sin sentido….

-El regalo, es decir, los impertinentes, son mágicos, y su poder, aunque no lo creas, es mucho mayor que el de la espada; al menos en mi opinión, pues creo que, como dijo un sabio, la mejor victoria es la que se obtiene sin llegar a luchar. El poder de este objeto consiste en que, a través de él, se puede ver el alma de las personas (¿por qué crees sino que nunca me he equivocado con nadie?): su auténtico carácter, de dónde vienen, están y a dónde van, sus verdaderas intenciones, quienes son realmente… en definitiva: todo; apenas con un vistazo, nada se oculta a estas lentes maravillosas, y hasta lo que absolutamente nadie sabe (a veces ni el propio observado) se revela a través de ellas…. Ahora son tuyos. Úsalos, ayúdate de ellos para decidir qué pretendiente te conviene… y cuando lo hayas hecho, si durante el duelo, tras pasar un tiempo prudencial, los posas sobre cualquier superficie, sabré que debo derrotar al aspirante con el que me esté batiendo, y si los mantienes en los ojos, le dejaré vencer. Tú decides. Lo único que te pido, es que aprendas la lección más importante que enseñan estos impertinentes: lo que parece evidente, no siempre lo es.

Y dicho esto, el Rey Tádomo DV volvió a su escritorio, y retomando un tono más jovial, dijo:

-En fin, me he pasado de tiempo con la pausa, ¡ya me hacías esto de entretenerme cuando eras pequeña!; hasta más tarde, mi niña… por cierto, antes de que entraras, ya había enviado a mensajeros y un pregonero para anunciar que el segundo combate tendrá lugar mañana, bueno es que estés informada de ello para que liberes tu agenda de otros posibles compromisos. Ahora déjame, debo resolver ciertos asuntos de la guardia real: al parecer, su relevo es incompatible con el patio dónde habitualmente se celebra, pues se están haciendo unas obras allí… así que lo cambiaré al lugar más próximo y apto, que son los jardines meridionales; sí, lo sé, será casi debajo de tu balcón, y habrá una presencia constante de soldados bajo de tus aposentos, pero no te preocupes, será algo temporal, y no resultarán una molestia, además de que conocen la situación… en fin, voy a continuar con el trabajo… ya sabes lo que se ha dicho “Inquieta vive la cabeza que lleva una corona”….

Estaba claro que no había más que hablar, así que la Princesa salió de los aposentos de su padre, portando la caja con el preciado y fabuloso objeto, y volvió a los suyos propios, completamente confusa y desconcertada, ante aquel sobreexceso de información.

El día siguiente despertó con gran expectación para los que fueron capaces de digerir la noticia; otros aún no habían asimilado el (algunos dijeron que intencionado) efecto sorpresa; y no faltaron cortesanos que lamentaron haberse marchado del Real Castillo para pasar una temporada en sus propiedades, lo que, estando demasiado lejos o con una capital colapsada por la noticia, les impedía retornar para los segundos duelos.

Desde que los pregoneros hicieron el anuncio público, nadie tuvo tiempo a reaccionar, excepto para correr la noticia, que resultó inesperada en todos los aspectos: para empezar por lo precipitado (¡de un día para otro!, ¡en qué cabeza entraba organizar un evento de tal magnitud, que tantísimo interés suscitaba, de una manera tan improvisada!); pero no sólo, lo que llevo a unos cuántos a intentar sobornar, sin éxito, a los incorruptibles funcionarios de la Corona, para conseguir un sitio, fue el hecho de que no habría segunda oportunidad: los dos duelos tendrían lugar el mismo día, uno de mañana, otro de tarde (y se había dispuesto de tal modo que era imposible a acudir a ambos, había que elegir).

Por su parte, la Princesa Vesot sólo había podido quedarse ella sola con sus pensamientos, hasta el primero de los combates, al que acudió (bien acompañada de sus nuevos impertinentes, por la curiosidad que estos le levantaban, sin duda; además de porque se lo había pedido su padre; pero también, en parte, con el objetivo de lograr, una vez más, vencer a su progenitor con sus propias armas, y encontrar todo lo malo que tenía el aspirante menos meritorio a sus ojos) sin haberse podido volver a comunicar con su querido Quinwed… en cualquier caso, el primer lance no sería el suyo, sino el del Príncipe Tecisteo.

Al contrario de lo esperado, las tribunas no estuvieron demasiado llenas, el pretendiente de la mañana no era especialmente popular, y dado que había que elegir a cuál de los dos combates ir, la mayoría se decantó por el del favorito, que era por la tarde. Es más, se diría que pocos de los que fueron allí tenían auténtica fe o interés porque el Príncipe venciera, y que, simplemente fueron, porque sabían que difícilmente entrarían al otro, así al menos, tendrían algo de qué hablar a la hora de contrastar ambos candidatos.

Sólo la Familia Real, dado que tenía tribuna propia, podía acudir a ambos duelos, y así fue. Los contendientes se presentaron en el campo, y, acto seguido, la Princesa Vesot alzó los impertinentes, un objeto sorprendentemente sencillo, que con razón había pasado desapercibido durante todos esos años, a pesar de su, al parecer, fascinante poder. Con ellos, apuntó hacia el Príncipe Tecisteo, y empezó a ver….

Lo que se le mostró fue una mezcla de lo esperado y a la vez de lo que no lo era en absoluto: el aspirante matinal, lejos de ser un privilegiado, precisamente por haber nacido, en apariencia con todo, por eso mismo, había estado siempre sin nada; con un padre extremadamente estricto que quería inculcar, a él y sus hermanos, los deberes, responsabilidades y sacrificios que el trono implicaba, había sido implacable con ellos en su educación, no permitiéndoles que hicieran uso de prebenda alguna. Lo que hacían los demás, ellos tenían que hacerlo doblemente mejor, para demostrar su valía y que no se lo debían todo a ser hijos del Rey.

Todo ello, había convertido al Príncipe Tecisteo, en particular, en una persona austera, perfeccionista, honesta, honrada, cumplidora, ética y moral… pero tales cualidades no siempre gustan, o fastidian a ciertas personas; a lo que había que sumar su ya mencionada posición, belleza natural… y sí, también su gran inteligencia y cultura, que con el tiempo había aprendido a disimular, no hablando más de lo preciso, lo que le volvió una persona de aspecto taciturno… todo lo cual había provocado que, ya desde niño, y a lo largo de una buena parte de su vida, sufriera muchísima envidia y le hicieran la vida muy difícil… pero existen dos personas ante el sufrimiento: quienes no aprenden de él (o que no son capaces de superar o cicatrizar las heridas que les han causado), los cuales se acaban convirtiendo en seres similares a aquellos monstruos que tanto dolor les infligieron, y por tanto, se dedican a seguir expandiendo dolor por el mundo; y quienes sí aprenden de él, que, muy por el contrario, dedican su vida a intentar evitar que otros padezcan las miserias que ellos han sufrido. El principesco pretendiente era de estos últimos.

El combate seguía, y la Princesa Vesot no bajaba ni por un momento los impertinentes (aunque sabía que debería hacerlo si quería que aquel candidato fuera eliminado), ansiosa por seguir indagando, por descubrir qué se le podía ocultar, para seguir observando sorprendida, y profundizar en aquella alma, hasta ahora, claramente desconocida… fue así como vio todas sus auténticas intenciones: supo que él había visto un retrato suyo, y sintió un fuerte enamoramiento, por lo que preguntó por ella, y cuanto más sabía, más le gustaba, deseando verla en persona para conocerla mejor, descubrir si eran compatibles (aunque todo parecía indicar que sí)… se iban a preparar los trámites o alguna excusa diplomática (del tipo de un viaje oficial al Reino de Tádomo DV) cuando a su padre le fue robado el trono.

Para bien o para mal, surgió el famoso Real Decreto (sobre cómo aspirar a la mano de la Princesa Vesot), con el que, nuevamente, aunque en el exilio, el Príncipe Tecisteo volvió a ver la luz, y su oportunidad para, al menos, conocer a su amada… pero como era prudente y no un alocado, no deseando idealizarla, o hacerse ilusiones debido a su precaria situación; además de que, al fin y al cabo, había que ganar tres combates contra una espada invencible y un monarca bastante próximo a ello; asimismo, también deseaba conocerla de verdad, despacio, pues realmente le gustaba; sin mencionar que quería protegerse emocionalmente a sí mismo para no hacerse, o que le hicieran daño (por si las cosas no salieran bien en cualquiera de los sentidos -y había muchos-: ya fuera que no consiguiera vencer los duelos, que su adorada no fuese quién él esperaba, o que a ella él no le gustase… etc)… todo lo anterior, que la hija del Rey había malinterpretado, era lo que lo había mantenido a distancia de ella; además de, por supuesto, su propio código de honor, que exigía un máximo respeto hacia ella, su honra y buena fama; hacia su padre (al fin y al cabo estaba bajo su techo); su Casa; la legalidad vigente… explicado claramente: él no era ningún aventurero que viniese allí para ver si salía algo; él quería hacer las cosas bien, porque ella realmente le gustaba e interesaba.

El tiempo pasó y pasó… pero la Princesa Vesot estaba cada vez más confusa y desconcertada ante aquella nueva avalancha de información (que aunque estuviera volviéndose constumbre últimamente, no por ello era más fácilmente asumible); aparentemente se había equivocado por completo con el Príncipe Tecisteo…¿lo había juzgado mal?, peor, ¿lo había prejuzgado?… y resultaba irónico, porque, precisamente ahora que lo sabía todo sobre él, tenía, por primera vez, algo que previamente nunca había sentido por el que había sido el primer vencedor: curiosidad. Así que, completamente paralizada, e incapaz de sacar los ojos de aquel objeto fascinador, la cogió totalmente por sorpresa cuando se anunció el fin del combate: Su Majestad, Tádomo DV, había sido derrotado por segunda vez.

La hija del Rey abandonó las tribunas casi inmediatamente, sin prestar atención a la mirada complice y cariñosa de su madre o a su leve caricia; y mucho menos a los corrillos, que ya bullían escandalizados con el nuevo comadreo, todos entendían que no se hablaría de otra cosa, y quienes habían estado presentes en el duelo, se sabían protagonistas, fuentes principales de información… al menos hasta aquella misma tarde…. Pero lo dicho, la Princesa decidió huir de todo ello, y evitar a todo el mundo para no hacer ningún tipo de declaración, estaba demasiado desorientada.

Sin embargo, después de la comida (¡ah!, ¿por qué comer y dormir hará que todo se vea mejor?), entendió que, aunque algo había cambiado, tampoco había que sacar las cosas de quicio, Quinwed era su hombre ideal, y del mismo modo que los impertinentes le habían descubierto la virtud del Príncipe Tecisteo, igualmente, confirmarían su conocimiento sobre su favorito… sí, vale, el doblemente campeón era una bellísima persona, estaba enamorado de ella y tenían muchas cosas en común; muy bien, pero, la realidad, es que no habían interactuado apenas directamente (más allá de la cortesía básica); mientras que con el caballero se había probado sobradamente su conexión… finalmente, agotada y turbada por el exceso de pensamiento sobre un tema que difícilmente podía resolver en ese momento, decidió, sabiamente, dejar de reflexionar acerca de ello (todos deberíamos hacer eso cuando nos encontramos en situaciones así). Además, poco quedaba para el duelo de la tarde, y entonces, con toda seguridad, se despejarían todas las dudas que pudiera albergar.

Pero no iba a ser así, de hecho, su confusión iba a aumentar; la cual, antes que en la mente de la Princesa, comenzó en los accesos al Campo de tela de justas y en sus gradas, pues este era el duelo que todos querían ver… varios de ellos, el día anterior, hasta habían tenido la oportunidad de felicitar por adelantado al candidato en la fiesta, que se celebraba en los aposentos que se le habían asignado en el castillo, en el momento en el que el mensajero entró, improvistamente, para dar el aviso del Rey Tádomo DV… aunque algunos de los presentes supieron de tal información a través de alguna ventana, desde donde oyeron a los pregoneros. Con todo, la juerga no se suspendió, ¡el combate era por la tarde, había tiempo de sobra para descansar!… además, Quinwed contaba con ver a la hija del Rey antes… cosa que, a posteriori, se demostraría imposible, debido a la fuerte presencia de la guardia bajo su balcón. Claramente, se habían acabado los encuentros íntimos y secretos. El pretendiente creyó la explicación oficial, cuando al día siguiente se informó al respecto, sobre la presencia militar en tal sitio; y, en cualquier caso, no consideró que eso fuera a resultar determinante para sus posibilidades, al fin y al cabo, realmente, la sucesora del soberano poco más le podía aportar ya.

El mencionado ambiente de alboroto en las gradas, no benefició al aturdimiento mental de la Princesa Vesot cuando entró a la tribuna real; donde su madre ya estaba presente, entreteniéndose discretamente con una de sus actividades favoritas, por resultarle de lo más relajante: el bordado. A continuación, ambas tuvieron ese tipo de conversación en la que lo que se habla es totalmente insustancial, y lo que se calla es absolutamente vital, y que, aunque esto último quiere saltar de la boca, se retiene ahí; pero la charla no duró mucho, no sólo porque no diera de sí (además de que, en la garganta, se generaba una obstrucción, al tragar todo lo que no se podía o quería decir), sino porque el combate comenzó, y la única descendiente del soberano necesitaba volver a usar el regalo de bautismo, de su hermana mayor adoptiva, con total atención, con la esperanza de resolver definitivamente su desorden mental.

Y una vez más, comenzó a ver… y las sorpresas fueron incluso mayores que la primera vez, además de que el visionado resultó incluso más aturdidor: Quinwed sólo le había dicho la verdad en unas pocas cosas: realmente se había trabajado llegar a donde había llegado, básicamente, porque en su ambición ilimitada, no le había importado pisar a quien fuera necesario para conseguirlo, incluso a los que con mejor, o interesada voluntad, le habían ayudado, a todos había traicionado según le habían dejado de ser útiles o le había convenido, con tal de sobrevivir él o de sacar algún tipo de beneficio; efectivamente, nadie le había regalado nada, básicamente porque lo había robado él mismo, ya fuera dinero o una posición o lugar que correspondía a otro; y ciertamente, había sido su valía en las artes de la inmoralidad, su don de gentes, con el que ocultaba a una tóxica y peligrosa serpiente, lo que le había permitido ir de abajo a arriba; al precio que fuera, acabando con quien tuviera que acabar… incluido el padre del Príncipe Tecisteo, puesto que Quinwed (que no ostentaba el título de Caballero, tal vez, la menos grave de sus muchas y peligrosas mentiras), era uno de los conspiradores republicanos que lo había destronado.

Lo cierto es que aquel Rey (progenitor del doblemente campeón), preocupado al enterarse de las actividades ilícitas de ciertas élites, que se estaban enriqueciendo y consiguiendo influencia de un modo venenoso, ordenó una investigación… pero estas personas viles habían creado ya toda una telaraña de corrupción en la que no faltaba quien pudiera perder más o menos economicamente, o su reputación y posición verse comprometidas como mínimo; y que, con la estricta justicia de la monarquía, seguro que el asunto terminaría en los tribunales y todo saltaría por los aires… para evitarlo, una serie de confabulados, dieron un golpe de estado y cometieron el mayor hurto imaginable: el de un trono.

Mediante la maledicencia, la demagogia, la tergiversación de la verdad… etc consiguieron engañar y manipular a los más simples e incultos; a eso unieron falsas promesas de un futuro supuestamente mejor (que, en realidad, sólo les beneficiaría a ellos, pues les ponía en el poder, a costa, claro está, de privar a todo el país del bienestar y justicia de los que antes habían gozado)… y con eso pudieron simular una falsa revolución, con la que instauraron una república que aseguraba sus privilegios, en la que todo lo que hacían (por inmoral que fuese) quedaba legalizado y legitimado; de modo que se creaba una oligarquía en la cual, aquellos que antes hubieran sido, lógicamente, perseguidos por sus delitos, ahora, por el contrario, eran elogiados por ellos. Aquel terrible sistema, por supuesto, no tuvo duda alguna en prohibir, por completo, lo que se le opusiese (comenzando por la propia monarquía, o todo lo que de algún modo la evocase), además de acallar, y matar, a quienes pensasen en defender la justicia, de modo que se dieron múltiples bajas en la población… naturalmente, también en la propia Familia Real, que a duras penas consiguió alcanzar el exilio para escapar de aquellos asesinos de ellos y de su propia nación.

Quinwed había mamado de aquel sistema republicano, se había educado en su inmoralidad, movido con gran soltura y sacado mucho beneficio de él… había nacido en una familia humilde, y, profundamente envidioso por naturaleza (como también lo eran el resto de los golpistas, de ahí su oportunista ideología antimonárquica), siempre había deseado tener lo que tenían otros, especialmente si era más de lo que él poseía; de hecho, según su particular ética, si él no disfrutaba de algo (especialmente si era para él solo), no veía razón para que otros lo hicieran… así, de niño no había dudado en cometer pequeñas rapiñas para, según su curioso sentido de la integridad, repartir un poco mejor el mundo… aunque el único que obtenía algo de su peculiar redistribución era él mismo.

Sin embargo, casi tanto o más que a quienes poseían más que él, el falso caballero sentía un desprecio profundo hacia toda la gente buena, honesta, trabajadora, honrada, eficiente, eficaz y competente; de la que se burlaba en sus círculos, calificándolos de sumisos y fracasados; aunque esto no impedía que tratase con ellos para engañarlos, utilizarlos o aprovecharse de ellos en cuanto tenía la ocasión… sin embargo, la realidad era que odiaba tanto a este tipo de personas porque, a la hora de la verdad, lo más valioso que tenían, su dignidad moral, era algo que él nunca podría robar o siquiera tener por tan solo un instante… además de que, evidentemente, eran personas que construían, mientras él sólo podía destruir.

Por supuesto, su familia ya tenía contactos en aquel mundillo indecente, en el que se querían hacer las cosas de un modo que les beneficiase a ellos, de modo que, a través de intercesiones e influencias varias (lo cual resultaba irónico, porque él siempre presumía de que, como persona de orígenes bajos, difícilmente podía haber gozado de las recomendaciones que tanto criticaba a otros supuestos privilegiados -las cuales les presuponía sólo por haber nacido en una posición, que su resentimiento, fundado en un profundo complejo de inferioridad, consideraba mejor o más ventajosa que la suya-… lo que era, a todas luces, el colmo de la hipocresía por su parte), pudo ir entrando, trepando… y luego, su valía en todo tipo de malas artes, debida a su perfidia natural, hizo el resto. No le resultó difícil: no tenía ni conciencia, ni el más mínimo respeto por la humanidad (lo demuestra el cómo sedujo a mujeres casadas sólo para que le hablaran bien a sus maridos de él -o las puso en una situación difícil para luego coaccionarlas-, o cómo destrozó la vida de solteras, viudas… ya fuera acabando con su reputación, o incluso negándose a hacerse responsable de embarazos no deseados bajo el pretexto de que “en el nuevo regimen, que estaban construyendo, todos deberían ser libres de elegir lo que querían sin ataduras”… eso, sin mencionar las vidas y familias enteras que destruyó mediante extorsiones, chantajes, engaños, estafas y timos de toda clase… etc), sólo sus propios objetivos, y no se paraba ni respetaba nada con tal de conseguirlos.

Todo lo cual era curioso, pues, como se ha comentado, no era muy agraciado; aunque se diría que, a fuerza de envidiar a los que poseían belleza física; en contrapartida, su fealdad exterior se había acabado vertiendo en su interior, de modo que había desarrollado un don de gentes y un atractivo muy efectista, que, para él, era su legítima arma contra los que de otro modo le hubieran rechazado (o al menos así se autojustificaba), por lo que veía perfectamente lícito usarlo en su contra y utilizar a los demás en su propio beneficio… al fin y al cabo, cuando no hay escrúpulos, estos no son un problema.

Pero el problema de los escorpiones (como de todos los seres venenosos y repugnantes) es que no pueden evitar picarse entre sí; y eso mismo le pasó a Quinwed, que también fue traicionado por varios de sus, supuestamente, más firmes aliados y que más comprometidos estaban con él… al menos hasta que dejó de convenirles (pues obviamente, entre republicanos, él no era el único inmoral, sólo uno más); de modo que no pudo conseguir el puesto principal de mando al que aspiraba en la nueva república; además los que tomaron el poder (que eran los que siempre lo habían tenido en aquellos deshonestos círculos, y que no estaban dispuestos a a permitir que nada ni nadie cambiase el status quo, que debía favorecerles únicamente a ellos), con el, más o menos claro propósito de librarse de él (ahora que ya no les iba a ser más útil, pues ya tenían lo que querían), pronto tuvieron otros planes para tan incómoda persona: una nueva misión (al parecer de vital importancia para el asentamiento definitivo de la nueva república), o excusa, que le mantendría lo suficientemente alejado como para exterminar o minar a los contactos que le quedasen, o que pudiesen cuestionar, de algún modo, a los dirigentes del nuevo sistema.

Tal excusa se estuvo valorando un tiempo, ¿cómo se le podía anular, definitivamente, y devolverlo a su sitio?… pero, finalmente, vino dada sola: la noticia de la primera victoria, en el famoso duelo por la mano de la Princesa Vesot, cruzaba fronteras… ¿y adivina quién era el inesperado vencedor? pues sí, un viejo conocido, nada menos que uno de los hijos del Rey que había conseguido escapar del genocidio republicano: el Príncipe Tecisteo. Por supuesto, él en sí mismo no suponía un problema, su padre y su hermano mayor estaban vivos (la república sólo había conseguido capturar, torturar y asesinar, de la Familia Real, al hijo menor, un niño, y a una hermana -que fueron encontrados refugiados en casas de criados del castillo, cuyas familias, por el recién inventado delito de deslealtad republicana, fueron enteramente pasadas a cuchillo-), por tanto no tenía ninguna opción al trono de pretender reivindicarla… pero constituía el pretexto perfecto para enviar a Quinwed lejos, bajo la justificación de que, de ganar, el “ciudadano Tecisteo” podría influir, o conseguir ayuda militar, para recuperar su antiguo Reino para su padre; si a eso se le sumaba el dato de la famosa, y peligrosa, espada invencible… la excusa para mandar a alguien allí, en una misión de clara y supuesta gran importancia, tomaba la mejor forma imaginable (a pesar de que, lo dicho, era ya demasiado elucubrar que el exiliado Príncipe consiguiese vencer más de una vez, o que, aunque lo consiguiese, que también pudiese lograr convencer a su familia política de que su Reino se embarcarse en una guerra que nada tenía que ver con ellos).

Así pues, la misión de Quinwed era clara: tenía que asesinar al hijo del depuesto Rey para que no tuviese oportunidad alguna de ganar… y los dirigentes republicanos, por su parte esperaban y deseaban, secretamente, que, cuando tal cosa se hubiese consumado, no sólo se hubiese eliminado a otro miembro más de la Familia Real (es decir, a un posible estorbo para que ellos mantuvieran su poder), sino que, por añadido, con algo de suerte (o forzando esta mediante la filtración de la documentación adecuada), el incomodo enviado a la misión también fuese descubierto, procesado y finalmente neutralizado en el extranjero… a continuación, la república se lavaría las manos, desentendiéndose totalmente de él, afirmando que actuaba por su cuenta, y dejando actuar a la justicia foránea… de modo que se matarían dos pájaros de un tiro, nunca mejor dicho.

Por supuesto, el falso caballero, o sabía o sospechaba, demasiado bien aquellos planes, elaborados por gente tan o más taimada que él… y dado que los sinvergüenzas se reconocen y se leen con gran rapidez entre ellos; Quinwed entendía perfectamente que estaba en un callejón del que tendría que hallar la salida, porque no tenía a donde ir, y que debía ganar en aquel país extranjero lo que había perdido en el suyo propio. Así pues, elaboró su plan particular, no iba a ser el típico tonto al que manipulaban para que otros consiguieran beneficio (como tanto él había hecho, por otra parte); en primer lugar, se presentó con una buena excusa en aquella Corte, que fue, competir por la mano de la Princesa, ello quedaba justificado ante la república como necesario para que un extranjero como él pudiera permanecer allí sin sospechas… pero también beneficiaba a su auténtica intención, que era seducir a la hija del Rey, no para usarla y tirarla inmediatamente, como había hecho con tantas otras mujeres antes, sino para que esta le introdujese en las debilidades de su Reino… ¡y qué fácil fue!, ¡pobre estúpida que tan inteligente se creía y nada podía contra su astucia!, pensaba el republicano; daba igual, si algo sabía este es que hasta la persona más lista podía ser engañada fácilmente por una lo suficientemente malévola y astuta, sólo había que saber cómo dorarle la píldora adecuadamente: cuando decir que sí, cuando que no; cómo expresar las opiniones para que pareciesen sinceras, pero sólo resultasen convenientes; cómo hablar lo justo para dar a entender lo que era necesario o que la persona lo entendiese como quería… etc; Quinwed era un consumado maestro en ese tipo de cosas, así que sabía que aquella, que veía como una tontita privilegiada, caería en sus redes… por alguna extraña razón, en cambio, el Rey se le resistía, parecía como si desconfiase, peor aún, como si, ante todo lo que hacía, le viese venir y se adelantase a él… pero eso no preocupó al segundo candidato, no sería el primer monarca que destronaba y no necesitaba su alianza, al fin y al cabo, Tádomo DV era un Rey, y como tal, estaba sujeto a la legalidad, por lo que se vería obligado a seguirla, le gustase o no, precisamente porque, sino, al ser la cabeza visible del sistema, todo este quedaría deslegitimado si no seguía sus propias normas… con las que Quinwed pensaba atraparle y destruirle, a él y a todo el bien que representaba.

Fue así como el falso caballero consiguió utilizar a la hija del soberano contra su propio padre, manipulada bajo la creencia de que eran sus propias ideas, su decisión y que ella estaba eligiendo algo… cuando todo lo que hacía le había sido inoculado, de forma sutil, previamente, por su hipócrita pretendiente (que no sentía otra cosa que desprecio hacia ella).

Pero aquel no era el fin de sus planes, por supuesto que no, existían varios objetivos puestos en marcha: como extender un veneno inmoral mortal en la Corte mediante la generación de un constante descontento (ese era el objetivo de las fiestas), captarlo, y generarse aliados con ello; y para conseguirlo, ¿qué mejor que inventarse un enemigo común? pues fue el propio Quinwed quien, con las peores malas artes (a las que tan acostumbrado estaba, por otro lado), filtró, exageró, mintió y tergiversó absolutamente todos los rumores sobre la caída de la familia del Príncipe Tecisteo y sobre este mismo, mediante todo tipo de patrañas e infundios…y dado que el hijo del Rey extranjero callaba, y no participaba en la vida en la Corte, difícilmente se podía defender de tales embustes; por lo que rápidamente se convirtió, de cara a la galería, en lo opuesto a lo que realmente era… de hecho, como si se tratase de un grotesco intercambio de personalidades, para la gente en general, el verdadero Quinwed se transformó en Tecisteo, y el auténtico Tecisteo en Quinwed… pero eso también era parte lógica del plan del malvado: destruir públicamente la imagen de su adversario, anulando aún más sus posibilidades ante todo el mundo… a la vez que, aunque sólo fuera por oposición, mejoraba la suya propia y se hacía ver como el mejor candidato posible, creando así, también, una presión a su favor… y él sabía muy bien lo útiles que podían ser las masas, cómo manipularlas… no era la primera vez que lo hacía, al fin y al cabo.

Después, el propósito era avanzar en los combates, lo deseable era ganar al final; pero, de no hacerlo, siempre se podría intentar asesinar al Rey en uno de ellos (ahora conocía sus debilidades, y quizás la Princesa le pusiese más en bandeja), o incluso retar al Príncipe Tecisteo a duelo “por el amor a la Princesa”, y así, también matarlo a traición en un lugar lo suficientemente discreto… pero, como se ha dicho, estos eran planes secundarios, porque de finalmente ganar (y seguro que a esto último, la imbécil de Vesot le ayudaría, pensaba él), su plan era organizar un atentado terrorista (siguiendo una tradición muy arraigada en la ideología republicana) durante la Boda Real, con el que eliminar a todos cuantos se le pudieran oponer (o simplemente estuvieran presentes, daba igual la cantidad de muertes, víctimas inocentes, con tal de lograr un objetivo superior: satisfacer su ambición), crear un vacío de poder, y, en medio de este, hacerse con el mando, y, por supuesto, con todos los tesoros del Reino… que rápidamente se convertiría en una república de la que él sería el presidente.

En semejante futura posición, no le costaría negociar con aquellos que le habían mandado a la misión, una intervención militar que le asegurase en el puesto… al fin y al cabo, desde que la nación de dónde provenía se había convertido en una república, la ruina había arrasado el país, pues la corrupción era tan extrema que ya nada quedaba en unas arcas públicas vacías por un hurto constante y desproporcionado… ¿y que mejor, para solucionar eso, que el dinero de un Reino próspero como el del Rey Tádomo DV? el intercambio parecía de lo más sencillo y justo: él obtenía y aseguraba su posición al mando, y los que le habían enviado no caían en una indisimulable bancarrota. Todos ganaban (excepto los gobernados).

A todo ello, había que sumarle la eliminación definitiva de toda posible oposición, y de aumentar la ganancia gracias a la masacre terrorista mencionada (de la que, llegado el momento, encontraría el modo de culpar a la Corona, o de justificar que esta se lo merecía, con palabras tan grandilocuentes como faltas de contenido), pues a la celebración del matrimonio sin duda acudirían los más altos representantes de los más variados países, incluidos otros soberanos, cuyas florecientes monarquías, debido al caos generado, también podrían quedar a su disposición, para que tomase sus estados, de forma más o menos directa, ya fuese mediante guerras (y poseyendo una espada invencible, ¿quién podría oponérsele?) o inestabilidades inducidas… hablando claro: si su plan salía como había previsto, iba a ganar mucho más de lo que jamás hubiese ambicionado en toda su vida… lo cual no era poco, porque si había algo ilimitado en Quinwed, era la codicia.

Con la visión de todo lo anterior, Su Alteza Real cada vez estaba más mareada, quizás habría quien podría pensar que era porque estaba usando unas lentes que no se adaptaban a sus ojos… pero eso no explicaría lo revuelto que tenía el estómago y lo cada vez más mal que se sentía… sin embargo, era extraño: estaba totalmente paralizada por la fascinación que produce lo horrible… y a la vez no sabía qué pensar… como con el Príncipe Tecisteo, buscó y buscó respuestas, pero las imágenes del alma del que era su favorito, que le devolvía aquel objeto mágico, eran demasiado claras. Y ella estaba cada vez más agarrotada, aunque ya no sabía bien por qué, si por el terror, la incredulidad, la indecisión, la tristeza, el desengaño, la duda…. Posiblemente por lo anterior, fue incapaz de detectar las miradas que, de vez en cuando, le lanzaba su padre, para saber que debía hacer. Pero la Princesa no se decidía, no hacía nada determinante, el máximo gesto que había hecho era dejar los impertinentes a medio camino entre sus ojos y la tribuna. No importaba, quedaba un tercer duelo. Finalmente, tras un tiempo bastante extendido de enfrentamiento, y con el Rey, más agotado por fingir una lucha que por combatir de verdad, este, se dejó derrotar, por supuesto, de un modo camuflado y poco evidente.

¡Cuántas aclamaciones, cuántos vítores e incluso algunas flores fueron lanzadas al nuevo doble vencedor!, todo lo cual este recibió con una sonrisa de disimulada avidez y una cierta sorna: sabía que estaba consiguiendo exactamente lo que quería, que ya estaba mucho más cerca de lo que buscaba… y todos aquellos que ahora le aplaudían y apoyaban, no eran conscientes de que estaban labrando su propia destrucción, o de a qué clase de ser perverso estaban elevando de modo absolutamente inconsciente….

Aquella noche, mientras, oficialmente la Corte decía celebrar ambas victorias (pero en realidad sólo celebraban la de Quinwed… o al menos este era el único presente en la fiesta) el Rey optó porque la Familia Real evadiera todo acto público (hubo quien dijo que era para no mostrar preferencia por ninguno de los candidatos o dar a entender algún tipo de parcialidad) y convidó a sus miembros a una cena privada en uno de los salones más pequeños, tranquilos y recónditos del castillo… era una invitación a una intimidad familiar deliciosa, como hacía tiempo que, especialmente desde que la Princesa se había hecho mayor, por unas u otras circunstancias, no tenían oportunidad de disfrutar.

Una vez más, como estaba siendo demasiado frecuente últimamente, el yantar se celebró con una tensión palpable aunque disimulada. Finalmente, fue el propio monarca el que rompió el hielo y habló de lo que todos estaban pensando:

-He visto que has comenzado a dar uso al regalo de tu hermana. Me alegro de que hayas encontrado ocasión para hacerlo. Su poder es grande, pero sólo es efectivo si realmente miramos, prestamos atención a lo que se ve a través de él… hay que saber darle utilidad. Al principio, sin duda los impertinentes te producirán cierto mareo, confusión, como si fuesen unas lentes que no están hechas para tus ojos o lo que necesitas ver… ¿pero no es así, en cierto modo, también la propia verdad? en cualquier caso, como tantas otras cosas en la vida, te acabarás acostumbrando, aunque al principio pueda costar….

-Yo, por suerte, apenas he tenido la necesidad (ni ganas) de utilizarlos -afirmó la Reina-; pero sí recuerdo que, al principio, a veces tu padre se llegaba a poner verdaderamente mal, después de pasar bastante tiempo usándolos, casi enfermo incluso… de hecho, llegué a la conclusión de que no podía seguir así y le recomendé no abusar de su poder… básicamente porque siempre he creído que, las más de las veces, es mejor no hacer preguntas de las que uno no quiere saber la respuesta….

-Ya -respondió la Princesa con cierta suspicacia, mientras usaba los cubiertos con una sofisticada naturalidad muy propia en ella-, pero la pregunta sería, ¿realmente te muestran la verdad o sólo lo que otros quieren que veas?, porque, en el fondo, ¿qué es realmente la verdad?….

-Te muestran los hechos -interrumpió el soberano-. La interpretación de estos, y como uses esa información, te corresponde solo a ti; los impertinentes, lo habrás advertido, no modifican tu visión sobre el mundo o tus impresiones previas (eso, repito, sólo tiene que ver contigo), sólo te aportan más información o complementan la que tenías.

-¿Y entonces se supone que son confiables, que no pretenden manipular ni forzar nada?, ¿hasta el punto de valer como única fuente de información? -dijo con cierto tono desafiante la hija del Rey-. Cambiando de tema, he estado examinando planos del castillo, y se me ha ocurrido un nuevo sitio a donde trasladar la guardia, porque entenderás que prefiera el canto del ruiseñor, o incluso el del gallo, al de la corneta para despertarme….

La Princesa Vesot esperaba una mirada dura, furiosa, gélida de su padre, y más después de haberle hablado de un modo tan provocador… sin embargo, muy al contrario, obtuvo una de tristeza y de angustia; quizás, fue eso también lo que provocó que no se atreviera a seguir adelante con su discurso; además de que ella misma sabía que no había hecho bien con aquellos encuentros nocturnos, pues había traicionado, o como mínimo puesto en cuestión, a su propio padre, la ley, la Corona e incluso a sí misma, y su honor, con su irresponsabilidad… así que en ningún caso podía exigir abiertamente retomarlos (sin mencionar que tampoco estaba segura de si su padre sabía sobre ello, aunque sospechaba que sí, pero, si no tenía esa información, prefería no hacerle más daño…), por más ganas que tuviese de aclarar las cosas y de volver a hablar con Quinwed, para intentar desvelar algo por sí misma, sin ayuda de magias extrañas que, hasta ahora, ni sabía que fueran posibles siquiera, y en las que no estaba segura de si confiar….

Con todo, lo que se había dicho (y cómo se había dicho) ya había resonado en la estancia, lo que provocó un silencio que pareció durar una eternidad. Pero Su Majestad, el Rey Tádomo DV, tal vez para evitar otro enfrentamiento más, o una mayor incomodidad, respondió con docilidad (no exenta de una fuerte y evidente intuición):

-Respecto a la Guardia Real, eres libre de hablar con el capitán e intentar convencerle, pero sabes bien como es de estricto, riguroso… y militar en todos los sentidos de la palabra; antes de que digas dos palabras, te habrá abrumado con todos los puntos estratégicos del castillo y difícilmente encontrarás manera de contradecirle. Además, este plan ha sido aprobado por el estado mayor, de modo que el tema se complica aún más. Sabes que las cosas aquí no se hacen arbitrariamente, pero, no obstante, si tan segura estás, presenta tu propio proyecto, como todos, serás escuchada, y si demuestras que es mejor, sin duda será aprobado. Aunque no creo que este sea el mejor momento para eso. Tu agenda institucional está repleta de compromisos, algunos de los cuales ineludibles, pues tienen que ver con tus pretendientes… no los podemos tener esperando a verlas venir indefinidamente. Hablando de estos, sé que siempre te has quejado de que no has pasado suficientemente tiempo con ellos en un ambiente, digamos, más distendido; pues bien, mañana se harán dos anuncios: el primero se refiere a que mañana se celebrará un gran baile de despedida (sería de mal gusto hacerlo cuando ambos o uno de ellos haya sido derrotado); y el segundo a que, tras un día de descanso, se convocará el tercer y último duelo.

-Pero amor mío -respondió la Reina, aparentemente dirigiéndose a su marido, pero mirando casi en todo momento a su descendiente-, ¿qué pasará si ambos te derrotan otra vez?, ¡nuestra hija no puede casarse con los dos!.

-Pues entonces -afirmó el monarca-, como también está contemplado en el Real Decreto, la Princesa elegirá a su preferido, o incluso a ninguno de ellos si no los considerase dignos. Pero me atrevería a decir que esa situación nunca ha supuesto un problema para ella.

El tono, evidentemente irónico que destilaba esta última frase, resultó especialmente hiriente. No lo fue menos que, justo a continuación, el monarca posase su servilleta encima de la mesa, dando por concluida su cena, y se retirara, invitando, sin embargo, al resto de su familia a continuarla. Lo hicieron, madre e hija, pero fue en un casi continuo, desagradable e incómodo silencio. Justo antes de terminar, y retirarse, la Reina Efrolía rompió aquel mutismo para decir:

-En realidad no sabíamos cuando darte los impertinentes, ¡quién sabe cuándo es el momento!; si lo hacíamos demasiado pronto, posiblemente te hubieras resabiado demasiado… tenías que tropezar, caer y volver a levantarte, aprender a confiar, desarrollar tu propia intuición, moral, límites con los demás… sin embargo, ahora me pregunto si no te los hemos dado demasiado tarde… creo que tu padre ha cometido un error al, en cierto modo, sugerir que debías usarlos con completos desconocidos de primeras, ¿cómo vas a tener confianza en ese objeto que también es un extraño?; ahora pienso, que quizás debimos habértelos entregado antes para que así, pudieses aprender a usarlos y ver, no sólo las cosas malas, lo que oculta la gente, eso que, curiosamente, tanto deseamos saber; sino también, las cuestiones positivas, incluida la conveniente intuición que has tenido con tantas personas o las buenas elecciones que has hecho en ese aspecto… ¿no confias en la magia de los impertinentes? te entiendo hija, es más, veo prudente y lógico que quieras ser crítica, pero entonces ponlos a prueba: úsalos con gente que conozcas de siempre, de quienes lo sabes todo y difícilmente te pueden ocultar nada, con aquellos que te han probado su honestidad, lealtad y cariño.

Y dicho esto, se marchó del lugar; dejando a la Princesa con aún más dudas sobre todo, y agarrando con la mano, en un movimiento inconsciente, los impertinentes, que llevaba dentro de uno de los bolsillos de su vestido.

El día siguiente despertó a todos con las noticias que Su Majestad había dado a su familia de antemano; lo que causó gran emoción, por supuesto, porque se celebraría el tercer combate próximamente, y así se resolvería definitivamente aquel tenso aunque emocionante empate, poniendo final a la cuestión que había dado tanto de qué hablar durante mucho tiempo, cuyo desenlace todos querían presenciar y aguardaban con impaciencia (fuera cual fuera su origen y círculo social); pero también, la exaltación fue mayor, en parte, porque hacía tiempo que no había un gran baile oficial, que, siendo en honor de unos huéspedes extranjeros, por fuerza tendría nivel de evento de estado, y por tanto sería mucho más fastuoso.

“Nada de impertinentes” pensó la Princesa Vesot, mientras se daban los toques finales a su atuendo para el baile, acondicionando su peinado para ponerle una bella diadema de brillantes con pendientes a juego; cosa que hacía su camarera mayor, hija primogénita y heredera de un importante noble, la cual había estado al servicio de la hija del Rey desde su infancia, lo que las había convertido en buenas amigas y confidentes… pero precisamente por ese sentimiento de afecto, y aunque se sentía un poco culpable, la sucesora al trono había mantenido a la descendiente del aristócrata ajena a mucho de lo relacionado con todo aquel asunto de los duelos, los pretendientes, sus conflictos familiares… para no comprometerla (y más teniendo en cuenta que la heredera a la Corona no siempre había actuado como debería haberlo hecho). “Mi madre tenía razón, yo tengo una buena intuición, y con ella puedo juzgar sin necesidad de magia: iré al baile, hablaré con ambos y a ver que veo”, concluyó la sucesora al trono para sí misma.

Y efectivamente, aquella celebración de la danza colmó las expectativas de todos, encantadora, lujosa, con buena selección musical y conversación… ciertamente, muchos de los presentes ya habían estado en las desenfrenadas juergas de Quinwed (financiadas con el dinero que había robado previamente a sus compatriotas), donde los comportamientos insanos, las drogas y, en definitiva, el descontrol era la regla; así que no es que el evento del baile les resultase excepcional, pero este último se diferenciaba de lo anterior en que tenía clase, estilo, ese tipo de sofisticación, carente de vulgaridad, que posee todo festejo cuyo objetivo no es la fiesta por la fiesta, y que resulta excepcional, porque realmente se celebra algo, y se hace bien.

La aceptación de la invitación al acto, y consiguiente aparición del Príncipe Tecisteo, fue una sorpresa para todos (a aquellas alturas, no faltaba quien lo apodara, despectivamente, “el monje”), y pronto lo convirtió en el centro de atención (más que Quinwed, a quien tenían más visto) de una insana curiosidad, cosa que él detectó y rechazó, con lo que, rápidamente, volvió a quedarse solo en la fiesta… pero poco le importaba, no había venido allí por ellos.

Toda la Familia Real estaba presente, pues presidir el acto era su deber; y aunque los Reyes no dudaron en abrir el festejo con una apropiada, y digna danza, además de hacer todo lo que el ceremonial exigía, también entregaron algún que otro baile extra, no a la Corte, sino a ellos mismos y al gran amor que se profesaban, moviéndose al compás, muy abrazados y susurrándose intimamente al oído, cosa que a veces derivaba en alguna que otra discreta risotada… sin embargo, sin duda alguna, como era de esperar, la gran protagonista de la gala fue la hija de los soberanos, no sólo, obviamente, por la plenitud de su juventud, belleza y estilo, sino también, como es lógico, por la situación en la que se encontraba… ¿era, así pues, aquel, su último baile como soltera y su despedida de ello? algunos de los allí presentes la habían visto nacer y seguido toda su evolución vital, con lo que, aquel momento de floración definitiva, de tránsito a una nueva etapa, de la que había sido una Princesa tan ansiada, tan deseada, era muy emotivo, y prometedor de una nueva, y quizás, incluso mejor época.

-Su Alteza Real -dijo el Príncipe Tecisteo, acompañando sus palabras con una formal reverencia-, el protocolo, por haber sido el primer doble vencedor, me concede el primer baile con vos, ¿querréis hacer el honor? -dijo mientras tendía galantemente su ejercitado brazo.

-Así es, mi señor; ojalá sepáis bien los pasos de esta pieza, pues es de mis favoritas -respondió la Princesa con una apropiada sonrisa.

Él le devolvió el gesto, contento con tal cordialidad. Sin embargo, la hija del Rey no se engañaba a sí misma, puede que para la mayoría de los presentes aquello sólo fuera júbilo y diversión, pero ella, por toda una experiencia vital, sabía sobradamente que aquella celebración, como toda ceremonia cortesana, estaba muy marcada (estaba archidecidísimo con quién bailaría cada pieza, el protocolo lo tenía todo extremadamente pensado para evitar que nadie se sintiera ofendido o fuera de lugar, hasta el último detalle había sido medido y evaluado para garantizar el éxito, lo que no dejaba sitio posible a la improvisación), por lo que debería aprovechar cada segundo con cada uno de sus pretendientes.

Y fue, durante ese acto tan romántico que es la danza, el cual, cuando se ejecuta bien, y de forma armónica, conjuntamente, es lo más parecido que existe a estar enamorado; cuando observó algo que hasta ahora no se había molestado en percibir del Príncipe, pues sus pensamientos preconcebidos sobre él se lo habían impedido: vio en sus ojos la gran devoción que sentía por ella (ahora que lo pensaba, ¡era increíble que hubiese necesitado previamente unas lentes para darse cuenta de ello!); y fue entonces cuando empezó a redescubrirlo: su discreción, y sin embargo, su ingenio al hablar, que la introducía en una conversación buena y placentera; su formalidad, pero a la vez, su capacidad para sorprender, cuando hizo alguna que otra pirueta que ella no esperaba… en realidad, hasta su talento para bailar la asombró, y cuando, sorprendida, la hija del Rey le dijo con los ojos “vaya, nunca hubiera dicho que sabes divertirte”, él, como si hubiera entendido a la perfección aquellas palabras nunca dichas, le susurró con una sonrisa abierta y sincera: “para cada cosa hay su momento”… fueron también los pasos sincrónicos de la danza, los que la llevaron a ver cómo se podían llegar a complementar… así, por ejemplo, ciertamente él era muy prudente, y ella era más bien impulsiva, sin duda podían compensarse… y como en eso, en tantas otras cosas.

La pieza terminó, y la pareja hubo de separarse… aunque ambos hubieran deseado pasar más tiempo con el otro, pero ciertamente, los dos sabían que pertenecían a un mundo en el que la propia voluntad, muchas veces, se debe sacrificar a bienes mayores, con lo que cumplieron su papel con dignidad… sin embargo, a medida que se separaban sus dedos, mientras las últimas notas (que hubieran deseado que fueran eternas) agonizaban en el aire, sentían que dejaban un poco de ellos mismos en el otro….

Con todo, la Princesa Vesot sí tuvo la oportunidad de volver a observar al que fuera el primer campeón, cuando bailaba con su camarera mayor, con arte y gentileza… poco después, esta le confesó a la hija del Rey como le sorprendió el Príncipe, pues, a pesar de lo que decía toda la corte, si bien podía dar una primera impresión de ser demasiado callado y sombrío, lo cierto es que era incuestionable lo cortés y caballeroso que era, lo cual, pensaba ella, dejaba entrever el alma de un buen hombre.

Aunque, por supuesto, aquel no fue al único pretendiente que examinó la heredera de la Corona. El protocolo había previsto (teniendo en cuenta el orden de llegada y victoria) que el baile con la hija del Rey lo abriera el primer campeón y que lo cerrara el último; y dada la alcurnia, y alta posición (la mayor posible) ocupada por la amiga y confidente en la Casa de la Princesa, fue lógico que también Quinwed bailara con ella (lo opuesto hubiera haber podido ser interpretado como una preferencia o un desprecio inadmisible)… pero ahí, las buenas impresiones de su compañera de juegos de la infancia, que más tarde no dejó de alabar lo divertido, simpático que era ese pretendiente, o como había alabado su vestido aquella noche… ya no la calaron tanto, pues, la Princesa, mientras estos dos bailaban, empezó a verlo todo desde una perspectiva distinta, como si no estuviese implicada, y no conociese a esas personas, tomó distancia, mantuvo la cabeza fría, y fue entonces cuando, como si se hubiese vuelto a poner los impertinentes, miró a aquel aspirante a su mano con nuevos ojos: vio su sonrisa congelada, no era una mueca natural, salida de una emoción, sino forzada, acostumbrada, utilitarista; vio en sus ojos el aburrimiento, el sentimiento de pérdida de tiempo… y cuando la miraba a ella, y le guiñaba el ojo desde lejos, ya no vio un gesto de rebelde picaresca, sino el mismo ademán, que hace un cazador cuando tiene a tiro a su presa; veía en su cara, y en el resto de su lenguaje corporal, muy disimulado, pero presente (como si su subconsciente necesitase la liberación de la verdad), el profundo asco y odio hacia todos los que le rodeaban, y el desdén que sentía hacia incluso aquellos que le hacían muestras de aprecio… como con el Príncipe Tecisteo, todo estaba ahí, lo había estado siempre, pero se había negado a verlo, tal vez, porque era más cómodo no hacerlo, y no pudo evitar pensar que eran verdad las palabras de aquel artista que dijo que la culpa no era de los que adulan sino de los que se dejan adular… o las de su propio padre: “lo que parece evidente, no siempre lo es”.

Pero, precisamente por hacer honor a estas mismas palabras, y por su propio orgullo, decidió bailar, en todos los sentidos de la palabra, con aquel favorito del que quería averiguar quien era realmente. Difícil misión se había planteado la Princesa: como todos los hipócritas avezados, Quinwed tenía (o más bien no la poseía) una personalidad muy fluida, amoldable; así, jamás expresaba una opinión determinante acerca de nada, a menos claro, que la otra persona lo hubiese hecho expresamente, cosa que casi siempre sucedía, puesto que él se había preocupado de preguntar y conseguir la información que necesitaba o quería antes, lo que le permitía adoptar, copiar o amoldarse a los pensamientos ajenos del modo más conveniente….

-No veía el momento de volver a verte… y no me puedo creer que tenga que ser en público -dijo Quinwed a la Princesa, con una mirada y un tono en el que antes hubiera visto pasión, pero ahora veía impaciencia; previamente habría notado audacia, cuando ahora percibía ambición.

-Sí… hemos tenido que esperar todo el baile para poder siquiera hablar… -respondió Su Alteza Real, y entonces se le ocurrió una idea que puso en marcha inmediatamente- aunque la peor parte te la has llevado tú, he visto que has tenido que soportar a mi camarera mayor en el baile, con lo torpe que es… sin mencionar su mal gusto…

-Cierto, sólo hay que ver su vestido, no se puede ser más hortera, hasta me costaba mirarlo… apenas he estado unos minutos con ella y me costaba aguantarla… aunque supongo que todo el mundo me resulta insufrible estando tú… y ya no digamos si no estás….

Parecía que le había pillado en una mentira, tal vez no una muy grande, pero una mentira.

-¿Sabes? no soporto las fiestas y los bailes, siempre he preferido celebraciones más íntimas y con personas escogidas…. -dijo astutamente la Princesa Vesot

-Pienso exactamente lo mismo -“quién lo diría, teniendo en cuenta las noches de farra que todo el mundo sabe que has organizado”, pensó ella tras oírle decir a él eso-, ¿no estaríamos todos más cómodos sin toda esta sudorosa masa alrededor… es tan plebeyo….

-Sin embargo, de vez en cuando, está muy bien tener un gran baile….

-Es verdad, tienes toda la razón, es necesario, aunque sólo sea por cuestiones de estado….

Ahora costaba poco percibir su comportamiento hipócrita, de hecho, como si se tratase de un juego, la Princesa volvió a hacerle esa trampa a Quinwed de contradecirse de forma absurda, sólo para ponerle en un aprieto y comprobar como él cambiaba todo lo que había dicho previamente a conveniencia…. Sin embargo, el problema era que, a pesar de la clara mala intuición que ahora sí sentía hacia él, de ahí a que fuera aquel ser malvado que le habían enseñado los impertinentes, había un abismo… con todo, la pérfida intención que se atisbaba al fondo de sus ojos, fuera más o menos peligrosa, era bastante difícil de negar. Necesitaba saberlo, porque, si era el criminal que al parecer era, ¿se le podía dejar ir sin castigo y con todo el mundo creyendo que era el pretendiente ideal?.

-He hecho algo que nos ayudará a vencer por fin -mintió la hija del soberano-. Como la espada mágica se usa en ceremoniales (ya que, como en todo Reino, se usa como símbolo de la justicia del monarca), para evitar sacarla demasiado, con todos los riesgos que implica (de seguridad, de desgaste de su poder, de poner en peligro a gente…), se fabricó hace años una réplica exacta; y como ahora puedo acceder a la cámara del tesoro, para elegir las joyas de la Corona más apropiadas para lucir en nuestra boda, no me ha costado intercambiar ambas armas estando allí… es decir, en el último combate, mi padre tendrá una espada normal y corriente sin saberlo, estará a tu merced, de modo que, todo lo que pase en el duelo, dependerá de ti y de tus méritos.

La Princesa había escogido, con precisión, dar toda esta información justo cuando se terminaba la pieza, de modo que, a continuación, se separó de su pretendiente, y volvió a ocupar su sitio de honor, al lado de sus padres.

Por supuesto, no existía, ni había existido jamás, réplica alguna de la espada mágica, era todo un ardid de la hija del monarca para comprobar, de forma definitiva, si su falso pretendiente se descubría como quién se suponía que era realmente. En medio del barullo del final del baile, aprovechó para advertir a su padre de lo que había hecho, este afirmó con la cabeza, se quedó pensativo, y finalmente dijo:

-De acuerdo hija. Pero tú acuérdate de lo principal: si mantienes los impertinentes en los ojos, me dejo ganar; si los posas, venzo al candidato en cuestión.

El día intermedio al tercer y último combate, pasó con impaciencia, y deseo de que terminara, por parte de todos, excepto de la mayoría de los verdaderamente implicados en su resultado (es decir, todos excepto Quinwed), ya fuera por lo que significaba o se aventuraba en ello, o por la ansiedad y tensión que todo aquello había producido, muchos de ellos, en tanto sus obligaciones se lo permitieron, optaron por el reposo y relajación en soledad… bastantes emociones traería el día siguiente.

Y este amaneció realmente precioso, digno de una celebración o del momento histórico que se iba a efectuar. La organización del programa era exactamente la misma que la de la vez anterior: duelo de mañana y duelo de tarde. Por supuesto, seguía habiendo un favorito, pero en esta ocasión la gente fue menos remilgada, al fin y al cabo, cualquiera de los combates iba a ser trascendental, en un sentido o en otro, y quién estuviera presente, podría contar algo grande: ya fuera una mayúscula derrota o una monumental victoria; es decir, venciese quien venciese, perdiese quien perdiese, el público más frívolo e inconsecuente sentía que ganaba de todos los modos y en cualquiera de los casos.

La tribuna real se rellenó como en las veces anteriores, y una vez más, la Princesa portaba los impertinentes, pero esta vez, con un objetivo diferente… mientras se desarrollaba el duelo entre el Rey Tádomo DV y el Príncipe Tecisteo; la hija del soberano miró a su camarera mayor, al fin y al cabo, ¿qué le podría esconder aquella chica que había estado con ella desde niña? necesitaba comprobar el valor y la eficacia del objeto mágico de forma definitiva… y efectivamente, vio a través de él… la mayoría de lo que ya sabía; por supuesto, hubo alguna que otra cosa que no; como cierto amorío adolescente frustrado que su amiga prefirió no contarle por vergüenza; o el descubrir que uno de los juguetes a los que más cariño le tenía de niña la sucesora al trono, y que apareció roto, en realidad, se lo había destrozado su compañera de juegos sin querer, por accidente, cuando lo había tomado prestado porque a ella también le encantaba, cuestión de la que se sintió culpable durante muchos años, por lo cual siempre le daba sus dulces a la Princesa… aunque esta última siempre había pensado que lo hacía por la posición que ocupaba… ahora sabía la auténtica verdad. Aunque esas minucias no fueron lo más importante que vio, pues esto fue el inmenso sentimiento de cariño que su amiga de toda la vida sentía por ella, pudo observar toda la plena belleza de aquel verdadero, puro sentimiento de afecto… y era una visión fascinante, muy hermosa, en la que no pudo evitar concentrarse… con la que entendió que, en demasiadas ocasiones, tendemos tanto a buscar lo malo en las personas, que nos olvidamos de lo bueno, que, al final, es lo que realmente importa.

En lo que respectaba al combate, tenía claro que mantendría los impertinentes puestos todo el rato para que el Príncipe Tecisteo pudiese vencer… había reflexionado mucho, observado con gran atención a ambos aspirantes; y había entendido que, aún no teniendo la información que tenía gracias al objeto mágico, lo cierto es que, aunque el primer pretendiente a su mano no fuese lo que ella en principio quería, o siquiera esperaba, la verdad es que sí era lo que necesitaba; al fin y al cabo, estaba claro que siempre iba a ser mejor estar con una persona buena, que mirara por ti, que se preocupara por los súbditos… en vez de una, cuyas únicas cualidades fuesen el atractivo, la frivolidad, la capacidad de engañar, sin mencionar una ambición insana y egoísta (cuestiones, todas ellas, que había demostrado sobradamente Quinwed sin necesidad de verlas a través de lentes mágicas algunas, y sin el conocimiento de todo su terrible pasado) que a la larga sólo traería problemas, produciendo todo tipo de conflictos al Reino o destruyendo a la propia Corona… Sí, tal vez el Príncipe Tecisteo no podía, ni podría nunca, competir en popularidad y habilidades sociales con el segundo pretendiente, ni tendría su carisma… pero sus buenas intenciones lo valían… además de que, tampoco la monarquía era una flor de un día, todo lo que es célebre, está destinado a dejar de serlo, pero la institución monárquica debe permanecer eternamente… y la heredera de la Corona no debía olvidar que tenía que elegir, no sólo a su futuro marido, sino a un Rey consorte, a alguien que supiera hacer ese papel… sin mencionar que, a fin de cuentas, la primera impresión se desvanece, pero el cariño permanece… y la Princesa Vesot ya empezaba a sentirlo por el Príncipe.

Fue así, como el hijo del destronado Rey venció el último duelo, proponiéndose como un serio candidato a la mano de su amada… y por primera vez, desde que había empezado todo aquello, ella, no pudo evitar sonreír; y, como un gesto que ya se había convertido en una complicidad entre ambos, él, también le devolvió la sonrisa. Y nadie se fijó, pero, igualmente, ambos monarcas de aquel Reino sonrieron disimuladamente. En el resto de las gradas, por lo demás, dominaba la emoción y el jolgorio del “¿y ahora qué?”, sin mencionar que, en cualquier caso, ahora había un más que firme candidato a casarse con la hija del Rey, que, sólo esta, directa y claramente, podía rechazar… cosa que todos sabían, puesto que, nuevamente, los picapleitos aficionados de la corte, ya se habían releído y memorizado el Real Decreto para hacerse los entendidos ante de todos.

Sin embargo, el combate del gran favorito aún estaba pendiente; desde luego, ya había un ganador incuestionable, pero aún podía haber empate… la verdad es que todo el mundo había comenzado a seguir aquello como si fuera un juego tonto, con insensibilidad, como si no hubiese personas y sentimientos implicados; aún más, con gran irresponsabilidad, como si no les fuese a ellos algo también o no se estuviesen jugando su futuro… es curioso como la gente termina por frivolizar o insensibilizarse ante aquello de lo que se habla continuamente, por más serio y peligroso que pueda ser.

Y por supuesto, nadie sospechaba que la decisión definitiva estuviese en manos de la Princesa (literal y figuradamente), que nuevamente, acudió aquella tarde al Campo de tela de justas para el último combate; allí, desde su tribuna, observó a Quinwed a punto de batirse, ¡cuánto había pensado en él desde que le había conocido!, ¡y cuánto le había este, involuntariamente, enseñado!; ahora sabía que no debía sentirse mal por haber sido engañada por una mala persona: esa era su naturaleza; ella no había hecho nada malo en conciencia, él era el malvado; y aunque debía subsanar los errores que había cometido por su causa y perversa influencia (porque ella sí tenía escrúpulos y eso es lo que hacen las personas buenas cuando se equivocan), lo podía hacer con la tranquilidad que otorga la auténtica inocencia; la hija del Rey también había entendido, definitivamente que, que una persona se acercara a ti y te persiguiese, no era necesariamente una prueba de afecto, pues, de hecho, ahora veía que era una técnica típica de seductor (en el más amplio sentido de la palabra, ya fuera uno de poca monta que simplemente quiere un pequeño favor, u otro que puede destrozarte la vida): dedicarte mucho tiempo al principio, amoldarse en todo a ti… hasta que consigue lo que quiere, y una vez lo obtiene, te da de lado… la realidad era que, había aprendido la Princesa, a la hora de la verdad, son las personas que permanecen; las que soportan pruebas; las que dan, lo más precioso que tenemos, que no son posesiones materiales, sino el tiempo; las que verdaderamente merecen la pena, nos deben importar y las que debemos tratar de retener en nuestra vida… y claramente, el Príncipe Tecisteo era una de ellas, pues había soportado, con inmensa paciencia, todo aquello a lo que se le había sometido, actuado siempre de modo correcto y acorde con su sentido de la dignidad moral, y allí seguía, contra viento y marea… ¿y qué más se le podía pedir, no ya sólo a una pareja, sino a un Rey consorte?.

Con todo, la sucesora a la Corona levantó los impertinentes una vez más… pero no miró al que había sido su pretendiente favorito, ya sabía lo que había y no necesitaba más datos… sino, primero a su madre, y después a su padre, que ya estaba empezando a combatir… y aunque, efectivamente vio… algunas de las mentiras piadosas que le habían contado alguna que otra vez (incluida la de la Guardia Real -cosa que, curiosamente, no había sido idea de su padre sino de su madre, al contrario de lo que ella siempre había pensado-, que efectivamente no tenía porque haber estado bajo su balcón… todo había sido por protegerla, a ella y a su reputación), todas las cuales no conocía, lo que, una vez más, no hacía sino confirmarle el poder y la objetividad de aquel objeto mágico… pues, aunque sus padres no le habían dicho la verdad acerca de esas pequeñas cosas, tonterías, y seguramente hubieran preferido que nunca la supiera, lo cierto es que habían preferido arriesgarse a eso, desvelárselo todo, hacerse daño, perjudicarse incluso a ellos mismos antes de que ella sufriera… ¿y que era eso sino afecto?, de hecho, ¿qué es tal cosa sino pensar antes en el otro que en uno mismo?… es decir, lo que acabó observando sobre todo, a través de las lentes, lo que obnubiló su visión, fue aquel poder potentísimo que, aunque no era magia, décadas atrás había liberado a una hechicera de su encantamiento: amor, absoluto e incondicional.

Sólo quienes han tenido la oportunidad de usar un objeto mágico así, pueden saber como de hermosa es tal visión, indescriptible con palabras. Sin embargo, y a pesar de la fascinación que esta ejercía sobre la Princesa, y de que ella quizás hubiera preferido regodearse en ello; sabía que tenía otras prioridades aquel día y en aquel momento, así que, apenas pasados unos minutos de combate, posó los impertinentes sobre la tribuna.

Según Su Majestad, el Rey Tádomo DV, observó esto (un gesto que no dejaba lugar a dudas, pues su hija hasta había apartado el objeto mágico de sí misma claramente, dejándolo, incluso fuera de su alcance inmediato), el tono del combate cambió claramente. Hasta ese momento, había sido extremadamente agresivo por parte de un Quinwed absolutamente exaltado y confiado en derrotar (e incluso matar… al fin y al cabo, ¿no se trataba de ganar el tercer duelo? el cómo era irrelevante, la figura del anciano monarca ya era innecesaria para él, e incluso, teniendo en cuenta su pasada actitud, podía ser un estorbo, ¿por qué no eliminarlo entonces? ahora sólo le era precisa la Princesa… además su acción sería plenamente justificable, ¿no estaba en medio de un combate? en tal contexto pueden darse tantos accidentes, tantas cosas que suceden “sin querer”… se sentía absolutamente cubierto y, más cerca que nunca, de sus traicioneros objetivos) con facilidad a un viejo que ya no tenía ventaja alguna, de modo que, para el Rey, no había sido sencillo defenderse de una belicosidad tan llena de odio y malintencionada, no porque no pudiese vencerle, sino porque, pudiendo hacerlo con extrema facilidad, su mayor esfuerzo estaba enfocado en mantener la ficción de que existía una lucha auténtica, que su superioridad no fuese demasiado obvia, y que su vestusta torpeza pareciese natural… cosa que no le ponía fácil aquel tipejo, que no seguía ninguna de las normas caballerescas que un duelo a espada como ese implicaba, pues únicamente quería ganar, a cualquier precio, sin el más mínimo sentido de la deportividad.

Pero, como está dicho, según el soberano advirtió el gesto pactado con su hija (y por tanto su decisión), las tornas cambiaron drásticamente; y a los ojos de Quinwed, inyectados en odio, inquina y rabia, apenas les dio tiempo de pasar, de las emociones mencionadas, al asombro; pues, de una sola, hábil e inmediata estocada (que más tarde fue altamente descrita, exagerada y dramatizada en la corte, además de, posteriormente, poetizada por los bardos), fue tumbado en el suelo, y tuvo la espada invencible sobre su cuello: había sido derrotado. Todo se había acabado.

Desde las gradas se escucharon gritos de asombro, desconcierto e incredulidad… la verdad es que, a esas alturas, ya todos veían los combates como meros trámites, e imaginaban que, al final, cual si aquello fuera un vulgar concurso, sería la propia Princesa quién elegiría y rechazaría a los pretendientes en un gran evento público, tal vez, sacando sus nombres de un sobre. Pero, como ya se sabe, la Familia Real no tenía pensado sucumbir a esas trivialidades y chabacanerías.

En cualquier caso, con toda seguridad, el más asombrado de los presentes ante lo sucedido, fue de lejos el propio implicado, Quinwed, que se quedó en shock en el suelo: por supuesto, no ayudaba la humillación de haber sido vencido por un viejo que no tenía ayuda sobrenatural (tal idea era perfectamente creíble conociendo las habilidades del monarca y su buena forma); pero lo más importante era, que no sólo se había desmoronado él, sino también todos sus planes y todas las posibilidades que había trazado. No había habido muchas veces en su vida (pero esta era la más importante y relevante de ellas) en las que su avaricia hubiera roto el saco, sin embargo, ahora había perdido completamente aquella apuesta del todo por el todo: el gran atentado terrorista, sus posibilidades de negociación con los dirigentes republicanos desde una posición ventajosa… nada de eso sucedería ya. Y como aquel era su último combate (y por tanto debería marcharse), ni siquiera volvería a estar cerca del Príncipe Tecisteo para poder asesinarle, cosa que, al fin y al cabo, era para lo que le habían enviado allí, y su principal posibilidad de recuperar su posición de privilegio, volviendo a la república como un héroe… pero ahora no tenía nada; un sentimiento, que, como es sabido, no soportaba, y más cuando veía que otros sí… en su retorcida mente, todo aquello era una injusticia, una prueba definitiva de porque esos, que veía como de otra clase, aquella gente que consideraba indigna y oponentes, debían ser exterminados; según su torticera mentalidad, habían jugado con él para entretenerse, se habían burlado en su cara; y le habían quitado todo lo que tenía, lo que iba a ser suyo, y lo que le correspondía por derecho… si hubiese estado ante el público adecuado, hubiese transformado, mediante engañosas palabras, su situación individual en una cuestión colectiva, haciendo que pareciese un asunto de clasismo, victimizándose, logrando que diese la impresión de que, aquella circunstancia personal, era, en realidad, el paradigma del abuso de los poderosos sobre los débiles… y hubiese mentido tan bien, que, posiblemente, hasta él mismo se lo creería, de hecho, quizás, en realidad, sería el primero en tragarse su propia calumnia (pues, ¿no es eso acaso lo que distingue a los mentirosos verdaderamente buenos?)… ¿y por qué no?, llevaba años haciéndolo, defendiendo lo indefendible y justificando lo injustificable….

Sin embargo, apenas se habían repuesto los espectadores de la sorpresa, cuando aún les esperaba otra. Después de que el Rey hubiese derrotado a Quinwed, y mantenido su espada el tiempo suficiente como para proclamar su victoria, con naturalidad y gran dignidad, se dio la vuelta sin articular palabra, dando por terminado el asunto, y dirigiéndose a beber un poco del agua que estaba dispuesta, y bajo la guardia de un lacayo, en el lado del campo del que había salido, como venía siendo habitual por otra parte… pero esta vez hubo una diferencia notable en el desenlace del duelo: el derrotado se levantó, y en vez de retirarse, como era lo esperable, por donde había salido, la zona opuesta del campo; muy al contrario, alzó su espada, y cargó furioso contra el monarca, que estaba de espaldas, bebiendo… al fin y al cabo, el republicano ya no tenía ninguna cosa que perder, nada sería según sus planes, así que había que improvisar otro… necesitaba una victoria mínima… o venganza… le daba igual como llamarlo mientras otros, y no él, sufriesen… y aquel vejestorio de espaldas, indefenso sin su arma mágica, ahora pagaría por todos (el malvado apenas se llegó a cuestionar si la Princesa le había dicho la verdad, así de confiado y soberbio estaba en que era él el astuto y los demás sus engañados; y en cualquier caso, tanto daba, a ver como el soberano era protegido por su querida espada, por fantástica que esta fuese, de un ataque, impensado y cobarde, que no venía venir). Al ver esto, completamente sorprendidos, los presentes ahogaron un grito.

Lo siguiente que pasó, fue muy rápido y confuso: algunos juraron que primero oyeron un silbido (que según leyendas que se oían por ahí, sería el aviso de la espada mágica a su dueño); pero lo que es seguro es que en un determinado momento, Su Majestad vio el filo de su arma, y cual espejo (mágico o no); le devolvió la imagen del ataque por la espalda que estaba a punto de sufrir… y en una reacción espectacularmente rápida, consiguió desarmar, enviando el acero de su a traicionero agresor a clavarse al otro lado del campo, y lo tumbó nuevamente; por supuesto, este fue inmediatamente detenido por la guardia.

A continuación, con gran dignidad, se sentó en la silla jamuga que estaba dispuesta al lado de su mesa, que albergaba el precioso servicio de cristal tallado que contenía el agua, y con gran majestad pronunció:

-No voy a negar que imaginaba que haríais esto, y hasta lo esperaba. No puedo condenaros por los delitos o crímenes que cometisteis fuera de nuestras fronteras, ni por los que pensabais perpetrar aquí, puesto que no se pueden penalizar las intenciones, no en este Reino al menos… ya que sé que en el regimen malévolo de donde venís es algo habitual… o al menos lo era; pues debo informaros de una noticia de la que he tenido conocimiento recientemente, y de la cual he impedido su difusión hasta después de este combate: vuestra república ha caído; el pueblo, indignado por su vileza, corrupción, y no creyendo más en sus continuas engañifas, o las promesas que ni podían, ni querían cumplir; se ha revolucionado, y ha exigido el retorno urgentísimo del Rey, por lo que la monarquía ha sido restaurada inmediatamente. A estas alturas, según me han informado, este monarca, padre del Príncipe Tecisteo, tras un triunfal paso por su recuperado Reino, vitoreado por todos sus súbditos que se alegraban de haber recuperado tal condición, ya ha llegado a la capital, y recuperado su legítima posición. Por otra parte, sí puedo, y debo, castigar el delito de falsificación, además de la usurpación de identidad en la que habéis incurrido, pues no ostentáis el título de Caballero; o el crimen de lesa majestad que habéis intentado cometer; todo lo cual, como mínimo, implica el destierro de mi nación; lamentablemente, no es posible repatriaros a un estado que ya no existe, y el actual no tiene necesidad alguna de un repulsivo elemento como vos… así pues, seréis conducido a mis fronteras, donde seréis abandonado a vuestra suerte.

Desde las gradas, casi nadie se enteró de lo que estaba pasando en el campo, de hecho, muchos se tomaron aquel asunto como un gesto de mal perder por parte de Quinwed. Y dado que el Rey no había subido el tono, sino que había hablado con normalidad cuando había dicho todo lo anterior, ninguno pudo enterarse de lo que realmente había sucedido. Por tanto, lógicamente, tampoco pudieron percibir la ira, la crueldad y la aversión en los ojos del, ahora impotente vencido, el cual presenció, con frustración, una de esas pocas veces en su vida, en las que el bien vencía al mal.

No fue hasta un tiempo después, que la Corte pudo entender y completar toda la historia: el falso pretendiente fue llevado a un calabozo acto seguido; y al día siguiente, conducido al confín del país, allí, sin tener a dónde ir, se instaló en territorio interfronterizo, e intentó soliviantar a las poblaciones de aquel mismo Reino y del vecino, incitándoles a revolucionarse contra la monarquía, dando encendidos discursos republicanos, llenos de la hipocresía, demagogia, sectarismo y maniqueísmo, que anteriormente le habían dado resultado… pero los habitantes de aquel lugar, ya habían oído hablar de él y de su intento de regidio, así que ignoraron su vil discurso… sin embargo, al continuar insistiendo (a pesar de las advertencias, al fin y al cabo, ya no tenía a donde ir a parar, sólo le quedaba su fanatismo y maldad), y resultando su continuo alegato tan abyecto, repulsivo y mezquino, además de, con el tiempo, incluir burlas e insultos (hay quien dijo que ya se había vuelto loco); llegó un día en el que los pobladores de la zona, hartos de sus ofensas constantes (de las que no se podían librar legal o judicialmente, por estar él en tierra de nadie), se descontrolaron, y acabaron atacándole, con tan mala suerte que la masa le dio un golpe mortal… como fue en territorio transnacional, fue imposible determinar de quién era la responsabilidad del caso, tampoco existió denuncia como tal, y no había manera de decir quién le había dado el golpe de gracia… de modo que, al final, todos se lavaron las manos y el cadaver quedó, pudriéndose, a la intemperie y a disponibilidad de las bestias. Sin embargo, ni esto fue definitivo, puesto que, pasado un tiempo, se encontró a un animal muerto, y como se sabía que había estado cerca del cuerpo, se sospechó que había muerto envenenado al comerlo; así pues, por puro sentido de la ecología, para proteger a la fauna del lugar de algo tan tóxico, que aún muerto seguía haciendo daño, sus despojos fueron incinerados… consiguientemente, la paz y la felicidad volvieron, y el tema fue olvidado definitivamente.

Sin embargo, como ya se ha dicho, todo esto (y lo que había pasado antes) tardó bastante en saberse en la Corte, en la cual, inmediatamente, sólo se pudo ver la detención de Quinwed por los soldados… y a falta de novedades, tan extraño e imprevisto caso fue altamente comentado. Aunque lo cierto es que no hubo primicias porque, al contrario de lo esperado, a continuación no se realizó una gran y fastuosa ceremonia de petición de mano, sino, muy al contrario, y por solicitud del propio vencedor definitivo, el Príncipe Tecisteo, a este se le fue concedida una audiencia privada con la Familia Real.

Tal cosa sucedió al día siguiente en el salón del trono, allí, Su Majestad, el Rey Tádomo DV se dirigió al tres veces campeón:

-Espero, Su Alteza Real, que el que vuestro padre haya recuperado el trono, no haya cambiado vuestras intenciones de cara a mi hija….

-No, mi señor -contestó el Príncipe- pues estas fueron siempre las mismas, tanto en los buenos tiempos como en los malos. Y ahora debo confesarlas y hacer honor a ellas; ya he satisfecho vuestras leyes, ahora, permitidme que me dirija libremente a vuestra hija.

-Concedido -afirmó el monarca

-Mi señora -dijo el hijo del restaurado Rey-, por Real Decreto soy vuestro prometido, nadie puede cuestionar esto, ni siquiera vuestro padre, pues, como en toda monarquía, él debe ser el primero en someterse a la legislación… sin embargo, como todos los honores, este que he conseguido con mi esfuerzo y constancia, también está en mi mano aceptarlo o no… y siento decir que no deseo hacerlo en las presentes condiciones -cuando dijo esto, todos suspiraron asombrados, especialmente la Princesa, que, para su sorpresa, sintió un cierto dolor en el corazón, como sabiendo, siendo consciente de que estaba a punto de perder algo importante, valioso-. No os equivoquéis Alteza, estoy enamorado de vos, desde que supe de vuestra existencia he deseado tener la oportunidad de conoceros, y por eso estoy aquí. Pero no es suficiente. No es justo, ni bueno, ni para vos ni para mí, que nos casemos con completos desconocidos. No cuestiono las leyes de vuestro padre, pero no estoy conforme con ellas, y como considero que se debe cambiar la ley con la ley, pues es el único modo pacífico y bueno de progresar, he pasado por todo esto. Pero mi señora, no quiero que os caséis conmigo por Real Decreto, sino porque realmente me ameis, porque me consideréis bueno para vos y para vuestro Reino; quiero que me conozcáis, y yo quiero conoceros a vos, con nuestras virtudes, sin duda, pero también los defectos, con los que también tendremos que convivir… en definitiva, quiero que me elijáis, y yo a vos, no por un galante duelo a espada, sino por libre albedrío… y para todo eso, es necesario tiempo, paciencia y voluntad, y no realizar ahora mismo una gran boda precipitada que, tal vez, en el futuro, podría ser fuente de gran infelicidad y arrepentimiento. Sus Majestades, Su Alteza Real, espero no haber sido irrespetuoso, pero pedí permiso para hablar libremente, y esto es lo que pienso. Si no me consideráis digno, o no podéis acceder a mi ruego, entenderé y apoyaré que se rompa el compromiso.

Terminado su discurso, el Príncipe se postró ante el trono. La Familia Real al completo, allí sentada bajo palio, apenas era capaz de salir de su sorpresa, pero esta era, como rara vez sucede en la vida, una positiva. El primero en reaccionar iba a ser el Rey (para pedir al Príncipe que se levantara, pues ese exceso de respeto y reverencia no correspondía al rango que le otorgaba el protocolo), pero la Princesa se le adelantó, descendió del estrado, cogió a su pretendiente de las manos y le alzó, devolviéndolo a su altura, y le dijo:

-No podéis imaginar como hemos estado siempre de acuerdo, ni soy capaz de creer lo ciega que he estado al no verlo; y si alguna duda me hubiera podido quedar acerca de vuestra idoneidad, esta se ha resuelto definitivamente tras escucharos. Pero, con todo, tenéis razón, y a quién la tiene, hay que dársela; debemos ir al matrimonio en igualdad de condiciones… así pues, permitidme que os deje usar, contra mí, el arma más poderosa del Reino, que no, no es la famosa espada….

A continuación, la Princesa Vesot sacó de un bolsillo los fabulosos impertinentes, y empezó a explicarle al Príncipe su fantástico y mágico funcionamiento… a ver esto, el Rey Tádomo DV a punto estuvo de parar la conversación de la pareja (al fin y al cabo, se le estaba enseñando a un extranjero algo de gran valor para el estado, y que había constituido, casi, un secreto de este), pero la Reina Efrolía, con un gesto, le tranquilizó, como recordándole que, al fin y al cabo, ya sabían a quién se lo estaba mostrando, y que, por tanto, no había problema.

Tras haber finalizado de hablar, la hija del Rey, le prestó el maravilloso objeto a su pretendiente, y este empezó a ver… y vio a aquella a la que deseaba encontrar, ciertamente, no era un ideal absurdamente perfecto (de esos que sólo existen en nuestra mente, y razón de tantas decepciones en la vida real), pero precisamente saber eso le demostraba la sinceridad y la autenticidad de las lentes (ya que, al fin y al cabo, él lo vio todo, incluidos los escarceos con Quinwed… ¿y qué dama honorable, o que persona a secas, no querría ocultar algo, a la postre, tan vergonzoso y bochornoso?); y lo que es más importante, saber quién era ella realmente… por otro lado, también vio su bondad, su independencia, su cultura, su sentido de la responsabilidad o del humor… y si en su corazón aún seguía prendado de un retrato, de una ilusión; ahora, tal fugaz vivencia se borró, y se dio cuenta de que estaba locamente enamorado de ella, de una persona. En aquel momento, bajó las lentes, y se quedó mirándola en silencio.

-Y ahora que lo habéis visto, y lo sabéis todo -preguntó la Princesa Vesot timidamente, pues era consciente de que, con todo aquello se había arriesgado mucho, no sólo por la cuestión oficial o institucional; sino principalmente por la emocional, ya que el amor verdadero es una doble dirección para la que es aconsejable, necesario, e incluso saludable, desarmarnos del escudo que el tiempo nos ha obligado a forjar, por peligroso o doloroso que pueda llegar a ser-, ¿aún queréis casaros conmigo?.

-¡Sois vos! -exclamó el Príncipe-, no me puedo creer que haya tenido el privilegio de encontrar a mi pareja ideal, la que me complementa, a la que me quiera tanto como yo a ella… sí, sí, sí que me casaré con vos.

En ese momento, inesperadamente, la Reina Efrolía dio un salto y un grito de alegría; el Rey Tádomo DV se mantuvo sentado, pero con una gran sonrisa que no concordaba con la gravedad del trono… y la Princesa Vesot se puso a llorar de alegría, mientras abrazaba a su, final y definitivamente, prometido, que la acogía en sus fornidos brazos mientras le besaba los cabellos.

En cualquier caso, lo subsiguiente a la audiencia privada fue extremadamente decepcionante para la Corte y el pueblo: se emitió un escueto comunicado en el que, formalmente, se anunciaba el compromiso real entre ambos Príncipes. Esto fue furiosamente criticado por muchos, y no faltó quienes afirmaron que todo se debía a la falta de nivel del ganador final, que, si por el contrario, hubiese sido el favorito de todos, las cosas hubieran sido muy distintas, empezando por haber realizado una gran fiesta para hacer tal anuncio. Con todo, la Familia Real poca atención prestó a tales reprobaciones, pues estaban sumamente satisfechos con como se habían desarrollado los acontecimientos… y los Príncipes en particular, bueno, ellos, con toda la experiencia y conocimientos que tenían de grandes ceremonias, no eran capaces de imaginar una mejor petición de mano que la que habían tenido, íntima y quizás inapropiada… pero tal vez por eso mismo, perfecta. Sin embargo, sabían que su posición implicaba unos deberes públicos, que se debían a sus súbditos, y que era necesario contentarles con una gran celebración que siempre recordasen y que pudiesen contar a sus nietos; así que, en compensación de lo austero del compromiso, organizaron la más grandiosa y fastuosa Boda Real que imaginarse pueda.

Sin embargo, y aunque en esos primeros tiempos (del compromiso y el posterior matrimonio) la principesca pareja navegó entre sonrisas y la definitiva floración de su amor; no fue una época necesariamente fácil para el Príncipe Tecisteo, que debía vencer el fantasma de la popularidad de Quinwed (no se debe olvidar que toda la verdad sobre él tardó en saberse), el cual continuaba siendo considerado el preferido por muchos, que lo seguían considerando la mejor opción, y sentían mucho que hubiese ganado aquel soso… sin embargo, con el apoyo y afecto de su nueva familia política, que sabía quién y cómo era realmente su nuevo miembro, o todo lo que podía aportarles, a ellos y al Reino; él consiguió salir adelante, simplemente, siendo él mismo, porque, y como le recordaba su amada, ello no tenía nada de malo.

Algunos cronistas dijeron, con el tiempo, que los súbditos de aquel Reino se acabaron enamorando conjuntamente, poco a poco, con la Princesa Vesot de su pretendiente (aunque, quien haya leído esta historia, sabe que eso no es verdad); pero lo cierto es que, pasados los años, el Príncipe Tecisteo acabaría convirtiéndose en uno de los consortes más queridos y apreciados de la historia de aquella nación; y no por compensación, porque se conocieran los crímenes de su malvado rival (pues eso sucedió bastante después) sino por sí mismo, porque él lo valía, y todos acabaron por verlo y apreciarlo.

En cualquier caso, viviendo siempre en perfecta armonía (dentro de lo que cabe en la convivencia amorosa), la pareja, como si aquella fuera la última bendición extra de la hechicera, tuvo diez hijos, todos los cuales sobrevivieron, y que solucionaron definitivamente el problema que dio inicio a esta historia, que era el de apuntalar feliz y definitivamente aquella monarquía… aunque eso sólo fue la señal, el principio de una dicha y prosperidad mucho mayores, puesto que, cuando aquellos hijos crecieron, gracias a ellos y a la habilidad diplomática del matrimonio como Reyes, se trazarían una serie de alianzas que, a la larga, lograrían la paz, estabilidad y prosperidad definitiva en todo aquel lejano continente… lo que provocaría que la espada magica acabase en un museo, en calidad de vestigio innecesario de un pasado anacrónico.

Con todo, al final, todas estas peripecias sirvieron para que muchos aprendieran que, si bien es sabido que no es improbable que la belleza exterior no se corresponda igualmente a una interior; también es verdad que existe el tópico demasiado extendido (en parte divulgado por cuentos del estilo de este) de que los menos hermosos albergan y reúnen más virtudes, precisamente por no tener la, siempre solo supuesta ventaja, de una mayor apostura o gallardía externa (lo cual también puede ser aplicado a todo tipo de otras cuestiones, como la clase u origen social, raza, nivel académico… o cualquier otra cosa que se pueda esgrimir como factor diferencial, sea este positivo o negativo)… la realidad es que no existen garantías, y que el único aval posible es conocer, explorar el alma de la otra persona: sólo así, sabremos quién es realmente, sus cualidades y talentos; y si, en efecto, posee la hermosura que importa de veras.

Y dado tan bello e ilustrativo final feliz, fue así como esta historia fue relatada por copleros, poetas… y todo tipo de artistas… pero también fue transmitida por el pueblo, las madres a los hijos, los abuelos a los nietos… engrandeciéndola y volviéndola más y más maravillosa… hasta que, finalmente, se convirtió en el hermoso cuento que ahora os estoy contando yo.

Cuento: El Rey pendenciero, el arma más poderosa del Reino y la disputada mano de la Princesa Vesot

Toda la ficción propia (relatos cortos, novelas por entregas, microrelatos…) publicada en Universo de A está reunida aquí, en el Índice-Guía de Grandes Relatos.


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