Revista Cultura y Ocio
Por Azucena Galettini (*)
Parada frente a la puerta del departamento, busca la llave en la cartera. Él se adelanta para abrirle, pero ella llega antes.
—Todavía puedo abrir la puerta —dice.
—Sí, amor, ya sé. Pero no deberías cargar ese bolso. Te dijeron que no lleves nada pesado.
—Es una cartera, no un bolso —dice ella y abre la puerta.
El sol entra por la ventana abierta. Ilumina todo el living. Ella se sienta en el sillón y toma el teléfono inalámbrico.
—¿Por qué mejor no descansás? —dice él.
Ella ni lo mira, marca el número.
—Sí, ya llegamos —dice—. Sí, lo de siempre. —Se saca los zapatos—. ¿Y qué si fue más tiempo? Lo perdí igual, ¿o no? —Sube las piernas al sillón—. No, no va a haber próxima vez. —Él, que estaba yendo hacia la cocina, se da vuelta y la mira—. Sí, estoy bien. Estoy perfecto, mamá. Cansada. —Se masajea los pies, como si le dolieran—. No, no, cualquier cosa te llamo.
Se despide y corta.
—¿Para qué hablás ahora de si vamos a seguir probando o no? —dice él.
Ella se levanta y va hacia la cocina, pasa delante de él como si no estuviera ahí. Los platos del almuerzo siguen en la mesa. Tira a la basura los restos de comida. Pone los platos en la pileta y abre el agua caliente.
—Va ser mejor que te vayas a acostar —dice él. Ya está dentro de la cocina, se acerca hasta estar parado al lado de ella—. Sabés que no es bueno que estés parada haciendo cosas. —Ella sigue lavando como si no lo escuchara—. Me encanta... ahora vas a hacer como que no existo.
Ella gira la cabeza y lo mira; tiembla. Con suavidad él le corre un mechón de pelo que le cae sobre la cara y se lo pasa por detrás de la oreja.
—No estoy mal —dice ella. Él trata de darle un beso en el cuello pero ella se corre. Se vuelven a mirar—. Yo no estoy mal —repite.
Él se aleja, se apoya en el marco de la puerta y la mira con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Yo no estoy mal —repite por lo bajo, con el mismo tono que ella usó.
—¿No me crees?
—No.
Ella va a una de las alacenas, saca dos copas largas y después, de la heladera, una botella de champagne que apoya con fuerza en la mesada.
—¿Qué hacés? —dice él—. Eso era para festejar.
—Ya no va a pasar. Festejemos ahora.
—Festejar ¿qué? —dice él y de un golpe cierra la alacena.
—¿No vas a abrir el champagne? —dice ella—. Entonces lo abro yo.
Toma la botella y manipula. Hace un gesto de dolor, como si hacer fuerza le costara. Él le saca la botella y hace saltar el corcho. El champagne se desborda, mojándole con espuma las manos. Deja la botella en la mesa y ella la toma. Sirve en las dos copas y le da una a él.
—Por la maravillosa vida que nos espera —dice ella, y se acerca para brindar.
Él deja su copa en la mesa con brusquedad y sale de la cocina. Ella deja la suya al lado de la otra, y se queda mirando cómo el sol las ilumina. Luego, toma las dos copas, vacía el champagne en la pileta, toma la botella y hace lo mismo. Deja el agua corriendo, para que limpie todo, y sale de la cocina.
***
(*) Azucena Galettini
(Buenos Aires, 1981)
Escritora y traductora. Es licenciada y doctoranda en Letras (UBA) y traductora de inglés egresada del IES en Lenguas Vivas “J. R. Fernández”. En 2006 su libro de cuentos Lo único importante en el mundo obtuvo una mención del Fondo Nacional de las Artes y fue editado en 2010 por El Fin de la Noche. Su novela La primera de las tres virtudes fue finalista del Premio Internacional de novela “Letra Sur”. Fue Secretaria y luego Jefa de Redacción de la revista literaria La balandra (otra narrativa) desde sus inicios en 2011 hasta 2015. Hasta abril de 2017 fue becaria doctoral del CONICET, donde investigó sobre la poesía del Caribe de habla inglesa. Actualmente se desempeña como correctora y traductora para diversas editoriales y empresas, prepara un nuevo volumen de cuentos y dicta talleres de escritura creativa de forma presencial y virtual. Su página web es azucenagalettini.com.
"Futuro" fue publicado originalmente en el libro Lo único importante en el mundo (2010). Se publica en #LaAquateca con permiso de la autora.
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