Revista Libros

Cuento ínfimo.33

Por Malaventura
[LA CITA]
Despidió al cochero con la orden taxativa de no volver a recogerle. Alejándose del lago, con pasos serenos y elegantes caminó bajo la sombra de las acacias hasta un apartado rincón del parque, discreto lugar de sus encuentros furtivos. Llegó veinte minutos antes como de costumbre, apoyó el bastón en el seto, se sentó en el banco, se quitó el sombrero y los guantes, substrajo del bolsillo interior de la chaqueta un librito de poemas encuadernado en piel y se dispuso a leer y esperar.
Se suceden las estaciones y pasan los años, se ha perdido la cuenta de cuantos desde aquella tarde de primavera en la que el barón, después de leer la escueta misiva dirigida a su noble persona, como todos los miércoles acudió a su cita de amor en el parque. Sobre la consola isabelina del hall en la bandeja de cartas, permanece abierta la breve nota protocolaria con el membrete del escudo de la casa ducal: Pongo en noticia de Vd. que en la mañana del presente día, mi esposa, la duquesa, ha partido de viaje, sin fecha de retorno, en compañía de aquel joven profesor de hermenéutica que su ilustrísima tuvo a bien presentarle.
En la mansión de las dos torres y las altas chimeneas, el tiempo trascurre inmutable dedicado a las tareas cotidianas: el mayordomo gobierna la casa, las doncellas ordenan las habitaciones, los lacayos limpian la plata, las sirvientas quitan el polvo, la cocinera prepara la comida, el jardinero cuida del jardín y en los establos el cochero cepilla a los caballos. Así ha sido siempre, todo debe estar limpio y ordenado para cuando el señor regrese.

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