Revista Libros

Cuento ínfimo.53

Por Malaventura

Admirado maestro:

Os envío esta sucinta respuesta a las preguntas que me hacéis en vuestra última carta, porque el tiempo apremia y debo volver a mi nicho antes de que la luz corroa a la oscuridad.

Sí, he visto espíritus de los muertos que vagan cubiertos con pieles de difuntos devorando almas humanas. Sí, he visto a brujos desenterrar cuerpos difuntos aún calientes, arrancarles el corazón y quemarle, mezclar sus cenizas con agua bendita y plantas secretas, pócimas con las que ungen a los animales, a los niños y a los enfermos para mantenerlos a salvo de todo maleficio y proteger su aura sagrada. Sí, he visto mujeres seductoras de rasgos vampíricos, espectros de las tinieblas en forma de aves rapaces que vuelan durante la noche sobre los sueños de los seres bondadosos para chuparles la esperanza. Sí, he visto hombres convertidos en licántropos que se alimentan de carne mortal por hambre, naturaleza salvaje, demencia, maldición, creencia o rito. Sí, he visto a inocentes sonreír histéricos mientras duermen porque la muerte ha entrado en sus pesadillas y es necesario ahuyentarla con conjuros concebidos de manera pecaminosa. Y sí, he sido testigo de hechos que profanan los límites de la cordura. 

Me solicitas, mi querido maestro, una explicación racional. Yo creo, como San Agustín, que el demonio no puede realizar lo que Dios no permite, es incapaz de obrar transformaciones reales, muta únicamente la apariencia de las cosas, engaña a los sentidos del hombre. Es por eso que sólo debo tenerme miedo a mí mismo.

Atentamente, este ser humano que lo fue. 


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