James Dean
Por Adriana Morán Sarmiento (*)
Una noche me reuní con unas amigas, sus amigos y los amigos de sus amigos, a tomarnos unos vinos. Entre los amigos de los amigos de mis amigas, había un sujeto que destacaba y al que, una amiga y yo, bautizamos como el James Dean latino. La reunión transcurría entre vasos llenos y conversaciones de todo tipo. Como en un juego, consecutivamente y según los intereses, la gente se fue moviendo de sus lugares. En un momento, James Dean quedó frente a nosotras. Grata sorpresa para mí, él resultó ser un amante del cine; no del mejor, pero eso no importaba.
Hacía años yo había escuchado que ver tres películas a la semana permite aprender lo básico, y hasta lo más complejo de la vida. Entonces, había decidido que no importara qué estudiara, dónde o cuándo, mi academia principal sería el cine. Las citas cinematográficas abundan en mis cuadernos, en mis paredes y en mí día a día. Así como el personaje vive una transformación en la trama, yo también hago uso, y a veces abuso, de esas transformaciones. Un día soy protagonista, otro, antagonista.
Como esa noche.
Mi amiga y yo moríamos ante la vestimenta al mejor estilo de los 60 de James: chaqueta de cuero, cabello despeinado, jeans rasgados. Producto del vino, se fue creando un clima de rivalidad entre nosotras, una rivalidad amistosa. James nos retó a recordar una frase de cada una de las películas que mencionara; un juego en el que, evidentemente, mi amiga llevaba las de perder.
—Mis favoritas son Forrest Gump... —comenzó a nombrar James.
—“La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes cuál te va a tocar” —respondí sin dejarlo terminar. Parecía sorprendido.
—La sociedad de los poetas muertos —continuó.
—“Oh capitán, mi capitán”.
Sus dedos iban enumerando las opciones, yo seguía con los míos la cuenta. Mi amiga tomaba sorbos de licor sin respirar.
—Mujer Bonita.
Dudé en decir la única frase que recordaba, pero me lancé:
—“Pasa esta noche conmigo, no porque te pague, sino porque quieres”.
James tragó lento.
—Notting Hill —dijo en voz baja.
—Es una de mis favoritas —mentí. Lo miré a los ojos—: “Sólo soy una chica parada frente a un chico pidiéndole que la ame”.
Él me tomó de la mano.
—Si me dices alguna frase de ésta, te voy a amar toda la vida —dijo—. El Padrino.
Respiré profundo. Le di un beso en la mejilla a mi amiga.
—“No es nada personal —dije—, es cuestión de negocios”.
Estaba todo dicho.
(*) Adriana Morán Sarmiento
Comunicadora Social egresada de la Universidad Católica Cecilio Acosta, de su Maracaibo natal. Mg.Sc. en Gerencia Educativa en la Universidad Rafael Urdaneta (Maracaibo), tesista de la maestría de Comunicación y Creación Cultural en la Fundación Walter Benjamin–Universidad Caece (Buenos Aires) y del Doctorado en Arte Contemporáneo Latinoamericano en la Universidad Nacional de La Plata (La Plata). Ha desarrollado el periodismo en diversos medios e instituciones en Venezuela y Argentina. En 1999 fundó la revista Guiarte. En 2004, reaperturó la Librería Kuai Mare Maracaibo. En la Universidad Católica Cecilio Acosta, se desempeñó como Decana de Cultura y Deportes (2006-2008) y Coordinadora General de Publicaciones (2004-2006). Entre 2008 y 2010 fue asistente a la Coordinación-Venezuela en la Red Cultural Mercosur. Publicó Yo soy el mensaje. Ensayos de gestión cultural (UNICA, 2009) y Buenos Aires, la otra ciudad. Una mirada del extranjero en tránsito (Edición independiente, Buenos Aires, 2009). Actualmente vive en Buenos Aires donde dirige La Vaca Mariposa Editora / Librería.