Ilustración: Héctor Gómez Alisio
Por Álvaro Ruiz de Mendarozqueta
La proliferación de felinos en la ciudad se disparó a guarismos nunca vistos, desde la prohibición aerostática que cayó sobre los perros. Más allá de la desazón de gran parte de la población, el hecho trajo algunos beneficios: la desaparición de la mayor parte de las ratas y de algunos de los peores insectos.
Lo que nadie pudo, o supo explicar, fue que los felinos no atacan a las mamboretás florales: las miran con devoción.
Debido a que las mamboretás comen insectos peligrosos y a su particular belleza, pronto se convirtieron en mascotas. Su crianza no es sencilla y entre los pocos que la hacen está Elisa.
Nadie conoce sus métodos. Para conseguir una de un determinado color es necesario pedir un turno con mucha antelación, hay que mostrar que se cuenta con los mejores recursos para la adopción y tener el dinero suficiente.
Elisa además de su oficio es poeta minimalista y dueña de una belleza fuera de los cánones y de las modas. Suele sentarse en el escalón de entrada a su casa con sus mascotas paseando por su cuerpo, como un escaparate para su negocio.
Con el producto de sus ganancias ha impreso algunos poemarios y regentea una pequeña galería de arte y poesía. Cada tanto, organiza exhibiciones colocando mamboretás de distintos colores sobre estructuras metálicas, y logra magníficas esculturas vivas.
La singular conjunción de sus habilidades y belleza, no tardó en despertar habladurías entre los más envidiosos. A la ausencia de pareja visible se le atribuyeron variadas razones, algunas de ellas desopilantes.
El azar nos llevó a saber que Octavio está enamorado de la criadora. Escritor invisible, tímido a rajatabla, algo torpe para el balonpata, restaurador de ferrocerontes, es dueño de una tozudez inapelable.
Está juntando coraje para presentarse mañana a la puerta de la casa de Elisa con un ramo de jazmines, los preferidos de ella y de las mamboretás.
Está juntando coraje para romper el mito, que dice que Elisa se come a los machos después del amor.
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“La criadora de mamboretás florales” forma parte del libro Ciudad ObliQua que está formado por cuentos e ilustraciones. Ni cuentos ilustrados, ni ilustraciones contadas, son textos y dibujos imbricados que apenas vislumbran el portento de la ciudad. Viñetas, crónicas e historias se relacionan y se apuntan unas con otras, para tratar de entender lo que significa quedarse en la ciudad. Los autores están buscando sus límites.
Sobre los autores
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