Revista Cultura y Ocio

Cuento: La era Máquina | Pablo A. Jara

Publicado el 09 enero 2018 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Pablo A. Jara

(Publicado originalmente en blog Cuentos cortos de ciencia ficción, el 25 de julio de 2012)

Cuento: La era Máquina | Pablo A. Jara

Man With Steel Artificial Arm Sitting in Front of White Table (from: https://www.pexels.com/photo/man-with-steel-artificial-arm-sitting-in-front-of-white-table-39349/)

Era el primer día de 2145, la guerra estaba en pleno auge. Rohm se encontraba en la taberna recordando a Jo, mi hermana, que había muerto hace dos meses a causa de un virus extraño. Rohm es uno de los últimos humanos sobre Galia y es mi amigo.

Recuerdo claramente cuando nos conocimos. Yo era uno de los tantos esclavos Reims que trabajaban en la construcción del templo Nabuka, en la constelación de Knossos. Es cierto que cuando conocí a Rohm pensé que era el típico humano mandón y malvado que ambicionaba el universo, pero luego de unas copas supe que éramos muy similares.

Yo estaba en mi cama pensando en muchas cosas, cuando de pronto entró alguien. Era él.

—Nunca pensé que ella me dejaría de esa manera —me dijo—, no sé qué hacer, tal vez todo esto no tiene sentido.

—No digas eso —le dije—, estamos tan cerca de la victoria, no podemos rendirnos ahora.

Nos miramos, sabiendo que tal vez no lo lograríamos, pero aún había esperanza.

A la mañana siguiente, desperté con ansias de guerra, tal vez porque lo deseaba o porque estaba programado para ello, no lo sé. Al salir de mi camarote me encontré con Rihad, un joven mecánico muy entusiasta. Le decíamos Rih.

—Buenos días Kailoss, sabes, no puedo esperar a que llegue la nueva turbina. No pude dormir en toda la noche solo por pensar en lo que podría hacer con ella —me dijo.

—Será mejor que descanses un poco —dije—, cuando lleguen los armamentos tendremos que estar lúcidos.

—Sí, tienes razón Kailoss.

De pronto, la alarma sonó, eran los malditos Máquina de nuevo, siempre buscando energía que robar. Les odio. Luego todo se apagó y un crudo silencio delataba su presencia cada vez más cercana. Todos salieron de sus camarotes, armados hasta los dientes.

Sentíamos cómo destrozaban el techo de la guarida. Rocas y tubos caían aplastando sin perdonar a los marines que, con temor, corrían a buscar un lugar seguro. Es gracioso saber que vas a morir y no puedes hacer nada para cambiar tu destino, pero por una pequeña casualidad, te salvas.

Los Máquina habían nacido al igual que yo, de la mano de un científico humano, solo que a los de mi serie, los Reims, nos hicieron a su imagen y semejanza. Por otro lado, los Máquina estaban hechos de odio, odio hacia los humanos. Hasta ahora me pregunto por qué fueron creados y la respuesta que tengo siempre es la misma: un error.

Sin darme cuenta una pared cayó sobre mí y con ella caí en la desesperación. Sentía miedo por primera vez, pues no quería morir, no quería abandonar a mis amigos, ni permitir que los Maquina ganaran. Con mi último aliento vi a Rohm que pedía una camilla. Se oían disparos y relámpagos láser. Lo único que recuerdo era a él susurrando: «Vas a estar bien».

Un aire de tranquilidad pasó por mi cuerpo y me relajó cada músculo, cuando de pronto vi a Rih y me alegré mucho, pero al pestañear vi como sus ojos se desprendían de sus órbitas, seguramente le perforaron el cráneo con un láser.

Desperté en un lugar en el que no había estado antes. Era el lugar con las paredes más blancas que haya visto. Sentía dolor en todo mi cuerpo y en mi corazón. Luego volví a dormir.

Desperté de nuevo y las paredes que llamaron mi atención ya no estaban, solo vi una luz: era más intensa que el Sol y más hermosa que la Luna; luego todo se apagó de nuevo.

Recuerdo que estaba en una cámara de agua, los doctores decían que tal vez no me iba a salvar. Vi a Rohm y al general Riva hablando sobre la guerra y armando tácticas para un nuevo ataque con una nueva arma que habían desarrollado. De repente regresaron la vista hacia mí y todos se alegraron. Me sacaron del contenedor de recuperación y no podía moverme. Algo estaba mal.

—¿Qué sucede conmigo? —pregunté—. No puedo moverme.

Un doctor que ya había visto antes en la guarida, el doctor Shakyo, dijo:

—No podrás moverte en un par de meses hasta que tus nuevos músculos respondan a tu sistema.

—A qué se refiere con nuevos —le pregunté.

—Mira Kailoss, te hemos transplantado de cuerpo.

Al escuchar esas cinco últimas palabras, sentí miedo de nuevo, algo parecido a lo que sentí debajo del muro, pero esta vez sabía que era algo irreparable; tenía ganas de escapar y al no poder hacerlo solo pude llorar. Tenía que acostumbrarme a vivir con ello el resto de mi vida; sin embargo, esto no era lo único, el doctor me dijo que habían usado el cuerpo de un marine el cual fue decapitado por un láser y que, por suerte estaba cerca de mi posición en ese momento. No me tomó tiempo descubrir de quien se trataba. El destino de Rihad era morir, para que yo viviera.

Pasaron tres días y no podía parar de pensar en la gente que había muerto en el ataque. El general Riva me contó que los setecientos marines de guerra se habían reducido a ciento cincuenta incluyendo heridos. Ya con movimiento en mi cuerpo, solo esperaba el día para vengarme de los granujas que me hicieron esto y destruyeron la vida de mis amigos. El general me propuso formar parte de su proyecto para destruir a los Máquina; dijo que me podría proporcionar herramientas únicas. Acepté.

Yo soy una máquina, todas mis funciones fueron programadas. Tengo setenta años, pero luzco como alguien de veinte. Ahora no soy solo eso: soy una máquina humana, con la capacidad de sentir cosas que nunca había sentido antes. El ser humano en esencia es una máquina, ahora lo sé, pues el cuerpo que tengo requiere de muchos cuidados, pues cumple muchas funciones, infinitamente más, de las que cumplía mi anterior cuerpo. Ahora soy mortal y entiendo que mi vida tiene un propósito, mi destino es ser el esclavo Reim que se convirtió en humano y aprendió que la vida es un espiral, en el cual uno se mueve progresando continuamente. Ahora me dirijo a Prelude, el lugar de origen de los Máquina y el mío también: voy en busca del significado de mi existencia.

Estas memorias se quedarán grabadas en el tiempo y nada ni nadie las podrá borrar.


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