Había una vez en un reino encantado, un príncipe maduro, reputado de manejar bien su principado.
En ese principado aun recordaban cuando este era el único de su clase y no uno más de los ciertamente pocos principados del reino.
En ese gran principado, se vivía confortablemente y sus reales súbditos disfrutaban el vivir en el.
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Aunque a decir verdad, a quienes dependían del principado, el mismo no les causaba mucha simpatía, pues solía comportarse altivamente. Difícilmente sería considerado un principado amado. Como tampoco eran amadas -es bueno recordarlo- ninguna de las otras compañías telefónicas. Quiero decir, principados.
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Un buen día, nuestro príncipe del gran principado -aquel que se complacía en haber logrado la comunicación de todo el reino- cayó en cuenta de que no era feliz. O que no era tan feliz. Que otros eran mas felices que él en el reino. El principe de las comunicaciones se sentía desplazado, incluso se sentía empobrecido. Había quienes ganaban más que él, por usar esas comunicaciones tan suyas. El tal otro era un ducado, el cual se dedicaba a decir quien estaba y donde en el gran reino, usando las comunicaciones del principado. A este ducado le llamaban el ducado de los buscadores. Nuestro buen príncipe, lo pensaba en realidad como el ducado de los aprovechados.
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Desde ese momento nuestro príncipe comenzó a sufrir por la injusticia. Esperaba una oportunidad para decirlo en voz alta. Y llegó el día. Y llegó una fiesta, una gran fiesta. Luego del banquete -y de las bebidas- nuestro príncipe clamó: “Lo que vosotros usáis es nuestro”.
Todos los comensales se miraron y comentaron el anuncio del príncipe, unos sorprendidos y los otros, también. El duque del ducado –aquel de los buscadores- calló. Otro príncipe de otro reino que andaba por allí, se sumó tímidamente a los dichos de nuestro buen príncipe: “el Ducado es un monopolio que se lleva el 70% del margen” suspiró. Entonces sí, el duque del ducado –aquel de los buscadores- sentenció:
Recibiréis lo vuestro
Mientras nuestro príncipe, aquel de nuestro reinado, seguía enorgulleciéndose de sus abonados (aquellos a los que le caía el abono) diciendo a los cuatro vientos sus verdades, en el palacio festejaban ya su valentía
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Pero en una oscura noche, lo que nadie esperó en el reino, se produjo sin mas. La hechicera del ducado lanzó un terrible conjuro, lleno de sapos, errores y pasados
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Todos en el reino estaban preocupados. Los reales súbditos, ofendidos y los reales pajes, escondidos.
En Palacio decían que el conjuro era insano, que era desproporcionado, que el reino nunca mereció tamaña sanción.
Príncipes de otros reinos ahora miraban a este con recelo. “Los han puesto con aquellos” -decían por lo bajo- “con aquellos que sí merecían tamaña sanción“.
Solo el príncipe maduro intuía la historia del conjuro de la hechicera vengativa del ducado –aquel, el de los buscadores.
Intuía que ese conjuro algo tenía que ver con él.
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Asi fue como el gallardo príncipe supo que debía callar. Ahora debía hablar el rey y con el duque, apaciguar la ira de la hechicera del ducado.
Pero -y colorín colorado- para ese entonces el reino ya había sido marcado.
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Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas, porque a veces, en la comunicación, solo nos damos cuenta de la fuerza de las palabras que decimos, cuando nos vuelven en forma de hechos que afectan a lo que hacemos.