Sin embargo el nuevo rey no era feliz. Había recibido una exquisita y esmerada educación de grave contenido ético y palabras como honestidad, rectitud o justicia no eran etiquetas de quita y pon en su laureada cabeza. Le asaltaban reales dudas.
- Vamos a ver -pensaba, cosa que era capaz de hacer sin la presencia del Ayuda de cámara- si los cuentos nos hablan de buenos y malos, de cómo los malos le hacen putadas a los buenos y de cómo al final triunfa la bondad, ¿no sería lógico que yo, rey justo y virtuoso, proceda a exterminar a los malos para facilitarle la vida a los buenos? Ahora bien, si hago eso ¿no peligraría el negocio de los cuentos que tantos dividendos proporciona al reino y que ha hecho que el populacho me considere todavía más justo, más grande y más noble de lo que realmente soy? Creo que debo pedir consejo a mi Consejo Real.
- Majestad, si a Vuestra Excelencia le place acabar con los malvados, habrá que acabar con los malvados.
- ¿Y no se resentirá nuestro negocio? En justicia no podemos fabricar cuentos con personajes maliciosos si nosotros hemos suprimido la maldad. Sería un engaño para los compradores- respondió el rey.
- Como gustéis mejor, Majestad.
- Lo que me gustaría es que tuvierais opinión propia y no me dijerais sí a todo, carajo.
Finalmente el rey justo se dio cuenta de que algo fallaba. Supo que sus súbditos empezaban a odiarle cuando surgieron los primeros tumultos y aparecieron en las calles pasquines con el dibujo de su silueta cubierta con una diana. Eso no fue todo, la Hacienda Real sufrió un grave quebranto cuando las manufacturas cuentiles, despojadas de malicia, se acumularon en los almacenes por falta de demanda. No entendía lo que pasaba y decidió consultar a un famoso sabio desnudo que vivía en un apartamento-tonel debajo mismo del balcón de su palacio.
- ¿Qué esperabas, rey? - le contestó el sabio después de aplastar cuatro pulgas que se habían enseñoreado de su sobaco- Te has cargado a un montón de seres inocentes que llevaban la etiqueta de malos por tradición familiar. Ahora ya no hay malos, ni símbolos, ni tan siquiera metáforas de la maldad. Si no existe la maldad ¿tiene algún sentido la virtud? Y si la virtud tiene aún sentido deberíais empezar por ti mismo: en los cuentos se castiga a los reyes que hacen desgraciados a sus súbditos.
- Sabio desnudo, has demostrado ser más justo y tener mayor sentido ético que yo, por eso es de ley que lleves mi corona. Tú dirigirás el reino y yo esconderé mi vergüenza en tu apartamento-tonel.
- Quite de ahí, Majestad, yo no quiero esos honores.
- Es lo correcto y lo correcto debe prevalecer sobre cualquier otra consideración. Si no lo aceptas serás ejecutado por atentar contra la Justicia Real.
Ya está. Este cuento se ha acabado. No me queda más que soltar vuestro esperado: colorín, colorado.