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Cuentopharmaco: Las saetas de Krupa

Publicado el 23 junio 2016 por Ludopharmacos @ludopharmacos

Hace cinco meses Eugenio y Esteban se contactaron conmigo y me prometieron un espacio donde poder volcar mis bellas letras. Querían ampliar la pyme que habían armado, compraron un dominio, fundaron la Redacción de Ludpharmacos en Mataderos y bueno, el resto es historia.

Pero la cuestión es que nunca me dieron un mango. Yo les dije, muchachos, soy un escritor consagrado, o largan los billetes o no publico un carajo. Así pasaron los días, semanas y cinco meses después veo que en el buzón de cartas de mi casona de Parque Chas había un sobre. Solamente decía Ludopharmacos y contenía unos cuantos fangotes de buena guita. Los tipos pusieron la tarasca por adelantado y me pagaron unos cuantos relatos. Así que aquí va el primero de ellos, llamado Las saetas de Krupa

Esa noche todas las luces se posaban sobre la cancha: gigantescos reflectores iluminaban desde lo alto; grandes y movibles cámaras con luces incandescentes, decenas, millones de flashes, de reflejos de LEDs brillantes y ojos radiantes se posaban sobre los ases del césped sintético. El partido estaba servido,

Y quiénes estaban allí, en el centro de atención, desperdigados por toda la cancha, se hallaban obnubilados, perdidos, totalmente anestesiados. Los cuerpos solo reaccionaban por inercia, porque la pelota los llevaba, los hacía navegar y los manejaba.

Pero, sin embargo, pese a la destreza total de todo ese conjunto magnífico de artistas, había allí dos estrellas descomunales que no necesitaban de reflectores, celulares ni televisores en 3D para demostrar absolutamente nada.

Simplemente ellos se quedaban quietos en la cancha mientras la pelota y los contrincantes corrían sobre ellos.

El problema era que cada uno jugaba en un equipo contrario y claro, eso producía un espectáculo de proporciones inigualables: dos astros del fútbol mundial batiéndose pie a pie, hombro a hombro, tiro libre a tiro libre. La gloria sería para uno solo de ellos; el otro moriría para siempre en aburridas reseñas y semblanzas deportivas de un sábado cualquiera.

Las cámaras lo persiguen y la pelota juega a su lado: el amigo de azul corre a través del lateral izquierdo y los hombres de casacas rubias se mueven en torno a él. Danzando entre dos hombres rubios el bailarín de las bochas esquiva las patadas y los cuerpazos de sus enemigos; los brazos marcan distancia como si fueran el poncho de un gaucho matrero pero a su vez, las piernas se trenzan y destrenzan perdiendo a la pelota, los jugadores contrarios, el tiempo y el espacio entero…

Pasa el mediocampo nuestro hombre de azul y tres rubias camisetas salen a su encuentro; más él sabe tanto de gambetas como de trucos de magia: en esta conjunción de talentos, un rubio cae el suelo mientras otro es dejado atrás. El otro, persistente y duro como una piedra, le hace frente: el as de la bocha atraviesa esas duras y carnosas piernas con un caño violento, asesino, que roza la penetración anal: el gigante rubio queda bugueado y nuestro hombre sigue de largo, hasta que…

La silueta de rubio, la casaca amarilla resplandeciente, se para frente a él, tomando la responsabilidad completa. Si leyéramos sus labios podríamos saber que él, casaca rubia, le dice: vení cagón, pasa si sos tan malo.

El hombre de azul atraviesa furibundo los diez metros que lo separan del área de penal: corre en diagonal al lateral izquierdo del arco. Un pelotazo certero podría matar para siempre a su enemigo férreo. Era esta oportunidad o nada.

Casaca rubia se planta de lleno y toma impulso para dar la patada siniestra, la que sentenciara el final, la última jugada. Ahora o nada, a quebrar o perder, a matar o morir.

Nuestro amigo de azul comprende la situación y sin pensarlo actúa, pues en esos momentos la mente -y nadie mejor que él para comprender eso- reacciona de manera lenta pues tiene que ponerse a hacer cálculos, analizar variables y todas esas muda, pérdidas de tiempo. El cuerpo sabe más porque tiene memoria enquistada en los músculos y esos se músculos traccionaron a base de tendones, nervios y energía física manipulada certeramente; porque no nos olvidemos, él era una estrella y las estrellas manipulan la materia, la vida, todo. La pierna voló surcando los cielos y la pelota atravesó el aire, esquivando a casaca rubia para clavarse en el ángulo perfecto…

Eugenio, la puta madre que te re mil pario, gritó Esteban, tirando los josticks a la mierda. Eugenio, tranquilo, miraba el resultado final del torneo de PC Fútbol 98 que venían jugando hace ocho horas consecutivas: él, campeón del torneo con su equipo Los ases de Krupa. Esteban, enojado y totalmente frustrado, le reprocha rabiosamente que deje de aprovecharse del bug del caño.

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