Revista Cultura y Ocio

Cuentos de Flannery O'Connor

Publicado el 10 noviembre 2021 por Juancarlos53

«—No tienes que comportarte como si esto fuera el fin del mundo, porque no lo es —prosiguió Julian—. De ahora en adelante tendrás que vivir en un mundo nuevo y enfrentarte por primera vez a algunas cosas» (Cuento Todo lo que asciende tiene que converger)
«—¿Cómo t’atreves a tacharme de mentiroso o de ciego? L’he visto con mis propios ojos. No t’has defendío, le has dejao hacerlo, t’has limitao a agarrarte a ese árbol, bailar un poquitín y lloriquear. Si hubiera sido yo, le habría roto las narices y…» (Cuento Una vista del bosque)
«—Es buen tiempo pa el algodón, si a los negros les da la gana recogerlo —repuso la señora Turpin—, porque los negros ya no quieren coger algodón. No hay forma de conseguir blancos, y ahora encima los negros tampoco quieren… porque no pueden ser menos que los blancos, claro.» (Cuento Revelación)

Últimamente los relatos han entrado a formar parte importante de mis lecturas. Hasta no hace mucho, y no sé por qué, me parecía que un relato era como algo menor, y que un lector no debía de frecuentarlos en exceso so pena de perder un tiempo valioso hurtándoselo a la lectura de novelas.  Rectificar es de sabios y donde Dije Digo, digo Diego. Vamos, que recojo velas y admito ya para siempre y sin cuestionamiento alguno la importancia del relato en mi disfrute literario. Es más, diría que en ocasiones es más complejo y difícil interesar al lector con un relato de escasas páginas que con una novela de varios cientos. Esta afirmación me la corregirán muchos de quienes en este momento la estén leyendo argumentando que el mundo ficticio que se consigue en un breve relato si se desea hacerlo novela hay que dotarlo (implementarlo, se dice ahora) de la pertinente tensión narrativa, algo que no puede realizar cualquiera. Esto es indudable, pero también lo es, -esto ya como mérito del relato-, la poeticidad que éste alberga, mucho mayor y mejor que la que cabe encontrar en una larga y extensa narración. El relato corto, el cuento, posee, cuando es bueno, como ocurre en el caso de los de Flannery O'Connor, una magia que la novela puede también llegar a alcanzar aunque no con la explosividad de la narración breve.
Los "Cuentos completos" de Flannery O'ConnorFlannery O'Connor, Carson McCullers, Faulkner, John HustonHe leído a plena satisfacción los cuentos contenidos en este volumen. Nada había leído de esta escritora norteamericana (1925-1964) aquejada de lupus eritematoso desde los 26 años de edad, enfermedad autoinmunitaria que trece años más tarde la llevaría a la tumba. El libro titulado Cuentos completos contiene 32 relatos, todos ellos sorprendentes, además de un muy buen prólogo realizado por el novelista español Gustavo Martín Garzo. De todos los cuentos a mí los que más me han impactado son los siguientes [Las fechas que figuran detrás de los títulos de los relatos corresponden al año en que vieron la luz por vez primera, normalmente en revistas literarias]:
  • Un hombre bueno es difícil de encontrar (1953): Una familia se encuentra en el transcurso de un viaje al Desequilibrado, un asesino que ha escapado de prisión. El Desequilibrado se muestra educado con la abuela egoísta y miserable que dialoga -más bien monologa- con él. Al tiempo el delincuente y sus secuaces van realizando su cometido. Las reflexiones filosóficas que acompañan a su terrorífico proceder me ha evocado por completo a Tarantino diez años antes de que el director de Pulp Fiction viera la luz.
  • El Río (1953): En este relato el sentimiento religioso de raíces evangélicas está muy vivo. Un niño de unos 5 años de nombre Harry Ashfield, bastante desatendido por sus padres, asiste con su vecina negra, la señora Connin al sermón de un predicador en El Río. El niño le dice que se llama Belvet como el charlatán; es bautizado por éste sintiendo desde ese mismo momento una inmensa y perniciosa  atracción por las aguas de la corriente. 
  • La buena gente de campo (1955): Un falso vendedor de biblias se aprovecha de la ingenuidad de los campesinos para conseguir engañarlos. Y no sólo vende biblias sino que a las personas que se consideran más listas como Joy, la chica coja algo impertinente que se muda el nombre en Hulga, las engaña burlándose o abusando de ellas.
  • Una vista del bosque (1957): Un abuelo que se lleva muy mal con su yerno y muy bien con su nieto va malvendiendo sus propiedades pese a la oposición de su hija y yerno. Su afán por humillar al yerno es tal que no sólo vende la parcela que éste trabajaba quitándoles a todos la hermosa vista del bosque sino que además intenta quitarle el cariño de su propio hijo.
  • Todo lo que asciende tiene que converger (1961): En este cuento una mujer obesa, madre de Julián, un treintañero deseoso de ser escritor y que por ahora debe conformarse con vender máquinas de escribir, vive absorta en un mundo que ya no existe, el de la segregación racial quiérase o no ya definitivamente abolida. 
  • Los lisiados serán los primeros (1962): Junto a El Río es de la selección personal que hago en esta reseña el cuento de mayor impronta religiosa. En éste, Sheppard, un educador psicólogo del Reformatorio desea ayudar a Rufus Johnson, un chico huérfano de 14 años con mal pronóstico para adaptarse a la vida en libertad que pronto le llegará. Sheppard desea ganárselo y para ello sermonea a su propio hijo Norton para que comparta con él lo mucho que tiene. Llega a alojarlo en su casa y pronto las actitudes del chico chocan con sus principios tanto en el plano del comportamiento social cuanto en el de las creencias pues Sheppard es ateo y Johnson posee unas asentadas convicciones religiosas que imbuye en Norton. Como tantos otros cuentos de O'Connor la resolución de éste es brutal y sorprendente.
  • Revelación(1964): Igual que en el relato anterior y en otros cuantos más la buena acción de "ayudar a los demás" se resuelve en recibir un mal pago por ello. Aquí la autora enmarca el asunto en el ámbito de una consulta médica lo que le permite mostrar en un reducto cerrado lo variopinto de la sociedad: «la muchacha fea, zapatos de girl scout y calcetines gruesos. La abuela que calzaba unas zapatillas deportivas, y la madre, típica gentuza blanca», la señora bien, la chica pelirroja que lee revistas... Y por debajo de todos, aunque en esa consulta no haya ninguno estarían los negros. A la Sra, Turpin que asiste con su marido Claud a la consulta le llamaba muchísimo la atención y le desorientaba completamente que «había también negros que tenían casa propia e incluso tierras. Había un dentista negro en la ciudad que tenía dos Lincoln rojos y una piscina y una granja con ganado de pura raza.» Tras un incidente que sufre en esa consulta, al llegar a su propia casa a través de un sueño recibirá una auténtica revelación.
La O'Connor era una mujer muy religiosa, una católica estricta. Su literatura se enmarca dentro de la literatura norteamericana del Sur. Y por su calidad está a la altura de un William Faulkner, a quien admiraba muchísimo, y de una Carson McCullers, a quien detestaba. Desconozco el porqué exacto de la repulsa hacia la McCullers pero por la biografía de esta última intuyo que la desaprobación se debiera más a motivos biográficos que literarios. Efectivamente para una ortodoxa católica como era Flannery, soltera además, que Carson McCullers se casara en dos ocasiones con su marido Reeves McCullers y abocara a éste a la muerte al incumplir el pacto de suicidio que ambos habían acordado, era algo que le debía de resultar repugnante. [en las reseñas que hace ya tres o cuatro años hice de dos títulos de Carson McCullers (La balada del café triste yEl corazón es un cazador solitario) expongo más por extenso esta circunstancia vital del matrimonio McCullers]. Por su acendrado catolicismo se la relaciona con autores como Evelyn Waugh o Graham Greene y sobre todo con algunos franceses cuya influencia reconoció: Léon Bloy, François Mauriac y Georges Bernanos
Suele suceder que a veces aspectos secundarios priman sobre los literarios esenciales. Quizás es esto lo que le ha sucedido a esta escritora a la que siempre se le ha achacado como defecto su mostración objetiva del sentimiento norteamericano sudista y su muy fuerte religiosidad. Tal consideración me parece algo injusta pues pasa por alto la enorme calidad de su manera de hacer literatura. Por lo que he podido apreciar en estos relatos la personalidad artística de la escritora es incuestionable. Sirvan de ejemplo de esto que afirmo las tres citas que encabezan esta reseña tomadas de estos cuentos, narraciones duras -realistas, afirmaba ella siempre que se le preguntaba- que sorprenden con giros inesperados. 
Gustavo Martín Garzo en su magnífico prólogo fija su atención en los personajes, siempre seres complejos, contradictorios que sorprenden y perturban al lector. Al respecto dice que «En todos los cuentos de Flannery O’Connor asistimos a una transformación final del personaje, a un cambio que le permite abrirse, aunque sólo sea por un momento, a un instante de libertad incomparable.» y un poco más adelante insiste: «No se trata en suma de seres patológicos, porque la patología no anuncia nada ni comporta conocimiento alguno. El mal es materia de elección, en tanto que la enfermedad no lo es.» Y efectivamente así se comprueba al leer estos relatos. No son enfermos quienes protagonizan sus historias sino seres que están situados dentro de la propia maldad, que viven en ella, y es que, viene a decirnos Flannery O'Connor, el mal existe y aquí tenéis unos ejemplos.
Todo lo anterior y mucho más lo resume Martín Garzo en una frase que sirve para concluir lo que este volumen de los "Cuentos completos" de Flannery O'Connor es:
«Es un libro divertido y terrible a la vez, ante el que no sabremos si reírnos o sentirnos horrorizados. Falsos profetas, niños perversos, criminales visionarios, idiotas, mentirosos inocentes, ancianos perversos, santos que deliran, se dan cita en sus páginas.» 
Sobre la autoraFlannery O'Connor (Savannah, Georgia, 25 de marzo de 1925 - 3 de agosto de 1964). Hija única de una acomodada familia sureña de ascendencia irlandesa. Su acomodada cuna habría de ser una de las pocas gracias que le concediera la suerte. Siendo la futura escritora aún una niña, los O’Connor se trasladarían a Milledgeville, donde la madre poseía una casa y una granja. Allí transcurriría la mayor parte de la breve existencia de Flannery. Licenciada en Ciencias Sociales por el State College for Women de Georgia, obtendría una beca para proseguir estudios en la Universidad de Iowa, donde seguiría un curso de creación literaria.Relatos góticos sureños, literatura sudista, cuentos norteamericanos
Si bien su primer relato vio la luz en 1946, la revelación literaria de la escritora se produjo en 1952 con la aparición de su novela Sangre sabia que años más tarde, concretamente en 1979, John Huston llevaría al Cine.  La autora pasó los últimos trece años de su vida aquejada de la enfermedad incurable que le afectó los huesos de las piernas y la obligó a andar con muletas. Estos terribles trece años los pasó escribiendo en la granja familiar de Milledgeville; su madre la cuidó y ella además de escribir se dedicó a la cría de pavos, precisamente uno de sus relatos, El pavo, habla de esto.En 1955 publicó un volumen de relatos bajo el título de uno de ellos, Un hombre bueno es difícil de encontrar; en 1960 vio la luz su segunda y última novela, El cielo es de los violentos; y ya después de su muerte vería la luz en 1965 un segundo volumen de relatos agrupados también bajo el nombre de uno de ellos, Todo lo que asciende tiene que converger. Fue en ese momento que su literatura se consagró definitivamente.
______________________Nota:Por la fecha en que aparecen estos relatos, Flannery O'Connor es un auténtico clásico de la Literatura Universal. Por esto la incluyo entre las lecturas de clásicos leídos este año dentro del Reto "Nos gustan los clásicos Vª edición". También su apellido O'Connor me permite ubicarla en la casilla de la letra O dentro del Reto "Autores de la A a la Z".Cuentos de Flannery O'Connor

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