En los tiempos antiguos, vivía un rey y una reina; eran sabios y buenos, y su reino era conocido en cada confín como el más feliz y mejor gobernado del mundo. Tenían tres hijos Osric, Edric y Frithiof, todos guapos, valientes y muy queridos por sus padres; pero, no teniendo hija, el rey había adoptado a a su pequeña sobrina huérfana Isolde. Creció con sus hijos, y era su compañera de juegos preferida, no haciendo ni el rey ni la reina distinción entre ella y sus propios hijos.
Conforme crecía la princesa, también lo hizo su belleza, hasta que a los dieciséis años no había damisela en la tierra tan bella y dulce como Isolde. Los tres hermanos se enamoraron de ella y querían casarse con ella, cada uno pidiendo a su vez su mano a su padre en matrimonio.
Ahora el rey estaba confuso sobre qué hacer, ya que quería a sus hijos equitativamente, así que a la larga decidió que la princesa debía elegir por sí misma, y seleccionar al que más le gustase. Por lo tanto, envió a buscarla, y le dijo que era libre de elegir como esposo a quien más le gustase entre sus hijos.
"Es mi deber así como mi placer obedecerte, querido padre", dijo Isolde; pero cuando me das la opción de elegir a uno de los príncipes como esposo me das una difícil tarea, ya que los quiero por igual".
Cuando el rey oyó esas palabras, vio que sus problemas no iban a terminar, por lo que pensó durante mucho tiempo como podría satisfacer a todos los participantes, y al final decidió mandar de viaje a sus hijos durante un año. Tras ese periodo debían volver, y quien trajera la cosa más preciosa y valiosa de sus viajes recibiría la mano de Isolde como recompensa.
Los tres príncipes estaban bastante deseosos de aceptar estos términos, y dispusieron que al final del año se encontrarían en el pabellón de caza, y de allí ir juntos al palacio del rey con sus regalos; por lo que, despidiéndose de sus padres e Isolde, partieron en sus diferentes viajes. Osric, el hijo mayor, viajó de ciudad en ciudad, y exploró varios países extranjeros, sin encontrar nada lo suficientemente precioso para traer a casa. Al final, cuando ya había perdido toda esperanza, oyó que, no lejos de donde se encontraba, vivía una princesa que poseía un maravilloso telescopio, que era tan poderoso que uno podía ver todo el mundo con él. Ningún país era demasiado distante, y no solo podía uno ver toda las ciudades, sino también cada casa y árbol, e incluso gente y animales dentro de las casas.
"Por supuesto", pensó Osric, "nadie podría encontrar una cosa más preciosa o valiosa que este cristal, ya que nada se oculta de él". Por lo que llegando al castillo donde habitaba la princesa, le contó el objeto de su viaje y le preguntó si le vendería su telescopio.
Al principio la princesa dijo que no se iría con él, pero cuando Osric le contó cuánto dependía de llevar un regalo tan valioso, consintió que se lo llevara por una suma muy grande de dinero.
Al príncipe no le importaba; solo pensó en el oro bien gastado, y se apresuró hacia casa, lleno de esperanzas de que podría asegurar la mano de Isolde.
Al príncipe Edric le fue prácticamente igual que a su hermano mayor. También viajó por países distantes, buscando en vano algo poco común y precioso que llevar a casa. Al final, cuando el año estaba a punto de acabar, alcanzó una gran y poblada ciudad, y en la posada donde se alojaba conoció a un hombre que le contó que en una cueva fuera de la ciudad vivía un curioso enanito llamado Völund [Nota: Hefesto nórdico] conocido por su insólita habilidad en todo tipo de trabajos del metal.
"Quizás", pensó el príncipe, "él podría ser capaz de hacer algún artículo poco común y costoso digno de llevarme". Por lo que fue al enano, pero cuando le contó lo que quería, el enano le dijo que lo sentía mucho, pero que ya prácticamente había dejado de trabajar en metales.
"Lo último que hice fue un escudo", continuó, "pero eso fue hace muchos años. Lo hice para mi, y no estoy dispuesto a desprenderme de él, ya que no solo es mi mejor trabajo, sino que también tiene algunas propiedades muy especiales".
"¿Y cuales son esas propiedades especiales?", preguntó el príncipe.
"Bueno", respondió el enano, "no es solo es una perfecta salvaguarda en batalla, ya que ninguna espada ni flecha ordinaria puede atravesarlo, sino que si te sientas en él, te llevará por todo el mundo, a través del aire así como a través del agua. Pero hay algunas runas antiguas, o letras antiguas, talladas en el escudo, que aquel que guía debe ser capaz de leer. Pero te lo mostraré".
Por lo que tal y como dijo, fue a tomarlo de la cueva y trajo un bello escudo, trabajado en oro, plata y cobre, las letras rúnicas todas formadas de piedras preciosas. Cuando Edric vio el escudo y oyó sus propiedades maravillosas, pensó que no sería posible encontrar algo más infrecuente o valioso. Por lo tanto le contó al enano cuánto dependía que se llevara un regalo tan precioso, y rogó que le dejase comprárselo; y fue tan pesado y le urgió tan fuertemente que, aunque poco dispuesto a desprenderse de él, cuando el enano oyó cuánto dependía de asegurar un regalo tan poco común, accedió vendérselo por una gran suma de dinero. También le enseñó como leer las runas, y Edric, agradeciéndole el consentimiento de partir con su escudo, comenzó su viaje a casa, lleno de esperanza y confianza de que él obtendría la mano de la princesa.
Frithiof, el hijo más joven, fue el último en empezar. Estaba determinado a viajar primero por su país, por lo que vagó de un lugar a otro, parando en tal ciudad o pueblo, y dondequiera que encontraba a un comerciante, o esperaba encontrar algo poco común o bello, hacía las investigaciones más exhaustivas. Todos sus esfuerzos, sin embargo, no fueron fructíferos. La mayor parte del año ya había pasado, y aún estaba tan lejos de su meta como en el principio, y comenzó a temer que ningún éxito coronarían sus esfuerzos.
Con el tiempo llegó a una gran y poblada ciudad, donde se mantenía un gran mercado, y un gran números de personas de todas las partes del mundo venían aglomerándose, algunos a comprar y otros a vender. Por lo que siguió a la multitud, y entonces fue de puesto en puesto, y de un comerciante a otro, inspeccionando sus mercancías y charlando y preguntando sobre las noticias. Pero aunque había muchas cosas bellas y curiosas, nada llamó especialmente su atención.
Al final, cansado y sediento, se sentó junto a un gran puesto de frutas. El comerciante, viendo, como pensaba, un posible cliente, se ofreció a preguntar si iba a comprar algo, ofreciéndole uvas, melocotones, piñas y melones sucesivamente. Pero Frithiof sacudió su cabeza; ninguna de estas cosas le tentaban, porque en el estante más alto vio una magnífica manzana carmesí, veteada con verde y oro, yaciendo en un lecho de suave musgo.
"Me gustaría esa manzana", dijo el príncipe, "y no me importa lo que haya que pagar por ello. Es la única cosa que me apetece, aunque toda su fruta es espléndida".
El comerciante sonrió, pero agitó su cabeza. "Tienes un buen ojo", dijo al príncipe", ya que esa manzana es de hecho la cosa más especial y valiosa que tengo. Pero no está a la venta. Fue dada a uno de mis ancestros, que era un gran médico, por un genio, y tiene el peculiar poder de que, si se sitúa en la mano derecha de alguien que está enfermo, no importa lo peligrosa que sea la enfermedad, se recuperará inmediatamente, incluso si está a punto de morir y ha salvado muchas vidas".
Cuando el príncipe escuchó esto, deseó más que nunca poseer esta manzana. Sentía que no podría encontrar nada que la princesa, que era tan bondadosa, valorase más que la posesión de esta manzana, que le permitiría hacer el bien en los demás. Por lo que suplicó al comerciante que le dejase comprar la manzana, y cuando el hombre había escuchado su historia, y todo lo que dependía de que trajese un regalo poco común y precioso, le vendió la manzana al príncipe, quien, lleno de esperanza, ahora se encaminó en su camino a casa.
Y así pasó que, como habían dispuesto, los tres hermanos llegaron al pabellón de caza, fuera de la capital, y tras haber narrado sus aventuras, Osric, el mayor, dijo: "Ahora apresurémonos al palacio, pero antes de empezar debería ver qué está haciendo la princesa".
Por ello extrajo su telescopio y miró en dirección al palacio, pero tan pronto como lo hizo, una exclamación de terror escapó sus labios, ya que en su cama yacía la princesa, blanca y quieta como la nieve recién caída, mientras junto a ella permanecían el rey y la reina y el jefe de cortesanos en un afligido grupo, esperando tristemente el último aliento de su bella Isolde.
Cuando Osric contempló su lamentable visión, fue sobrecogido por el dolor, y cuando sus hermanos oyeron lo que había visto, también se vieron superados por la pena. Habrían dado orgullosamente todo lo que poseían para volver a tiempo, al menos para decirle adiós. Entonces el príncipe Edric recordó su escudo mágico, que los llevaría a la vez al palacio del rey y, sacándolo, los tres hermanos se sentaron sobre él y el escudo ascendió al aire y en unos pocos segundos habían alcanzado el palacio, y se apresuraron a la cámara de la princesa, donde encontraron a toda la corte reunida, tristemente esperando el final.
Entonces Frithiof recordó su manzana. Ahora era el momento de probar su poder. Caminando suavemente sobre la cama, se inclinó sobre la aún nívea forma de la princesa y situó amablemente la manzana en su mano derecha. El cambio se hizo inmediatamente visible, parecía que un torrente fresco de vida había pasado por su cuerpo. El color volvió a sus labios y pómulos, abrió sus ojoos, y tras unos minutos fue capaz de sentarse y hablar.
El júbilo general tras la inesperada y maravillosa recuperación de la princesa, y en el feliz y oportuno regreso de los tres príncipes, puede ser mejor imaginado que descrito.
Pero tan pronto como se recuperó, el rey, consciente de su promesa, proclamó una gran "Cosa", o reunión nacional, en donde los hermanos debían exhibir los tesoros que habían traído, cuando debían pronunciarse los juicios.
Primero vino el hermano mayor Osric, con su telescopio. Este fue entregado en torno a la gente para que lo vieran, mientras que él explicaba sus propiedades extrañas y maravillosas, afirmando cómo por medio del cristal salvó a la princesa, y a que fue capaz de ver lo enferma que estaba. Entonces consideró por ello que se había ganado el derecho a reclamar la mano de la princesa.
Entonces Edric, el segundo hermano, se adelantó y mostró su bello escudo que había obtenido del enano, y explicó su peculiar poder. "¿De qué utilidad habría sido el cristal de mi hermano", preguntó, "sin este escudo, que nos llevó aquí a tiempo para salvar su vida? Afirmo, por tanto, que se debía realmente al poder de mi escudo que la princesa no esté muerta, y que debo por ello poseer su mano en matrimonio".
Y ahora era el turno de Frithiofs para adelantarse con la manzana. Dijo, "Temo que ni el telescopio que nos mostró primero que la princesa estaba enferma, ni el escudo que los trajo rápidamente aquí, habrían bastado para restaurar la vida y salud de la princesa Isolde, si no hubiera sido por el poder mágico de mi manzana. ¿Qué bien podría haber hecho nuestra presencia? Viéndola e incapaces de ayudarla, solo habría aumentado nuestra pena y dolor. Es debido a mi manzana que la princesa nos ha sido restaurada, y por tanto pienso que mi petición por su mano es la mayor".
Entonces surgieron muchas preguntas y razonamientos en la "Cosa" sobre cuál de los tres artículos era de mayor valor, pero como no llegaban a un acuerdo satisfactorio, los jueces declararon que los tres artículos eran de igual valor, por lo que todos contribuyeron equitativamente a restaurar la vida y salud de la princesa, ya que de faltar uno, los otros dos no habrían tenido ningún valor. Por lo que se pronunció el juicio que, los tres regalos tenían el mismo valor, ninguno de los hermanos podía reclamar la mano de la princesa.
Entonces al rey se le ocurrió felizmente la idea de permitir a sus hijos disparar por el premio, y aquel que se juzgara como el mejor tirador se casaría con la princesa.
Así que se dispuso el objetivo, y Osric, armado con un arco y una flecha, se adelantó el primero. Apuntando cuidadosamente, tensó la cuerda y disparó la flecha, pero cayó a cierta distancia cerca de la marca.
Entonces se adelantó Edric. Apuntó cuidadosamente, y su flecha cayó más cerca de la marca.
Y ahora era el turno de Frithiof. Apuntó con mucho cuidado, y toda la gente dijo que su flecha se pasó la marca, y que era el mejor disparo,pero cuando fueron a buscarla, eh aquí, no estaba en ninguna parte. Se hizo la búsqueda en vano en muchas direcciones, sin encontrarse señal de la flecha. El rey decidió por tanto que Edric había ganado la mano de la princesa.
La boda tuvo lugar entre gran gasto y regocijo, y la princesa y su esposo fueron entonces a su propio país, donde reinaron felizmente durante mucho tiempo. El hermano mayor, Osric, muy enojado por no haber sido exitoso, comenzó un gran viaje y no se oyó nada más de él. Por lo que solo el hijo menor se quedó en casa. Pero no estaba satisfecho con la manera en la que se habían resuelto las cosas, ya que siempre había sido considerado de lejos el mejor disparo. Por lo tanto buscó todos los días en los campos donde se había realizado la prueba, buscando su flecha. Finalmente, tras muchos días, la encontró incrustada en un roble, más allá de la marca. Trajo testigos para atestiguar la verdad de esto, y aunque no habría duda de que su flecha había ido más lejos, el rey dijo que ya era demasiado tarde para preocuparse por ello, ya que la princesa estaba lejos y casada. E
Entonces Frithiof se inquietó mucho. Pensó que había sido tratado injustamente, y finalmente decidió irse, por lo que reunió sus posesiones y, despidiéndose de sus padres, comenzó su propia búsqueda de aventuras. Tras pasar junto a las amplias llanuras que rodeaban a la capital, escaló una gran cordillera de montañas, y de allí descendió al gran bosque. Aquí vagó durante varios días, pero sin importar a donde se girara, no veía más que un gran bosque. Las pequeñas existencias de comida que se había llevado con él cuando comenzó estaba vacías, y cansado, hambriento y con los pies doloridos, se sentó a descansar sobre una gran piedra llana gris, incapaz de avanzar. Pensó que había llegado el fin de sus días, cuando repentinamente oyó el ruido de cascos de caballo, y mirando arriba vio a diez hombres montados a caballo acercándose rápidamente a él. Todos estaban suntuosamente vestidos y bien armados, el último llevando un palafrén finamente engualdrapado.
Cuando vinieron al príncipe, el líder se desmontó, y, inclinándose ante él, le rogó honrarles montando el corcel que habían traído con ellos.
Frithiof aceptó agradecido esta oferta y montando en el caballo, el grupo se volvió por donde había venido, cabalgando velozmente hasta que llegaron a una gran ciudad. Antes de entrar por las puertas se desmontaron, siendo el príncipe el único en quedarse a caballo, y siendo llevado en estado al palacio.
Ahora, sucedió que sobre esta provincia reinaba una reina más joven y bella. Había quedado huérfana a una temprana edad, y su padre encargó a su ministro principal su cuidado y encontrarle un esposo digno. La reina Hildegard recibió al príncipe con mucha simpatía. Le contó que su hada madrina le otorgó el don de ver, cuando quisiera, lo que pasaba en otros países.
"Un juglar ambulante vino aquí y nos contó los mavarillosos viajes que tú y tus hermanos habéis hecho, y también de tu pena por tu fracaso en la competición de tiro por la mano de la princesa Isolde, aunque fuiste quien mejor disparó de los tres. Entonces se apoderó de mi un gran deseo de intentar hacerte feliz, por lo que seguí tus vagabundeos cuando dejaste el palacio de tu padre, y entonces te vi, triste y cansado, descansando en una gran piedra en mi bosque, envié a algunos de mis caballeros para encontrarte y traerte, y ahora, con el consentimiento de mis ministros, te invito a permanecer aquí como mi esposo. Tú debes gobernar sobre mi reino, y yo intentaré, tanto como pueda, hacerte olvidar todo los problemas y la ansiedad por los que has pasado".
Frithiof estaba encantado con la belleza y amabilidad de la dama, y consintió orgullosamente a compartir su trono, siguiéndoles días muy felices.La boda fue de la escala más magnificente, y tras casarse, Frithiof, según la costumbre de su reino, tomó las riendas del gobierno en sus manos, entre la gran alegría de la gente.
Y ahora debemos volver con el viejo rey. Poco después de que su hijo más joven se fuera, la reina murió, y el rey, bien avanzado en años, se sentía muy solo y aburrido. Un día, mientras se sentaba junto a la gran chimenea abierta, en el gran salón de audiencias, una vendedora ambulante entró y le mostró sus mercancías. Le contó que su nombre era Brunhilde - evidentemente había viajado mucho- y divirtió al rey con las leyendas de donde había estado y había visto.
Cuando se iba, el rey le dijo que podía volver de nuevo, lo que hizo, días tras día hasta que el rey se interesó tanto en sus palabras, que nunca estaba feliz a menos que Brunhilde estuviera con él, y finalmente le pidió que se casase con él como su reina.
En vano pudieron los ministros principales y cortesanos disuadirle de tomar este paso. El rey estaba determinado y se celebró la boda.
Tan pronto como Brunhilde obtuvo su meta, mostró lo que significaba ser una verdadera reina, no solo una de nombre. Siempre se sentaba junto al rey en el concilio e interfería en todos los asuntos del estado. Él no hacía nada sin consultarle a ella, y no importaba lo equivocado o injusto que fuera, él siempre hacía lo que ella deseaba.
Un día ella le dijo, "Parece muy extraño, que nunca hayas intentado llamar a tu hijo, que se fue. Por qué, solo el otro día oímos que se había convertido en rey de otro país. Podrías confiar en que, tan pronto como tenga un ejército lo suficientemente grande, volverá y te atacará aquí, para vengarse del error imaginario que cree que cometieron con él, en la prueba de habilidad por la mano de la princesa. Ahora, toma mi consejo, llama a tu ejército, atácale primero, y así alejas el peligro que amenaza a tu país".
Al principio el rey no escuchó lo que dijo la reina, y declaró que se asustaba por nada. Pero Brunhilde trajo nuevos argumentos cada día, hasta que al final el rey pensó que tenía razón, y le pidió qué era lo que debía hacer para que el príncipe no sospechase nada.
"Debes enviarle primero mensajeros con regalos", dijo la reina, "e invitarle a venir y verte, para fortalecer la amistad y relaciones vecinales entre los dos países. Tras eso ya lo consultaremos". El rey se pensó muy bien su consejo, y envió a sus mensajeros cargados de regalos para su hijo. Cuando llegaron a la corte del príncipe Frithiof, le contaron al joven rey las gana que tenía su padre de verle, y esperaba que no se demorase en visitarle. Frithiof, muy agradecido por los regalos que su padre le había enviado, accedió a ir, y se apresuró para hacer todas las preparaciones para su viaje. Pero cuando la reina Hildegard se enteró, se puso muy ansiosa, y suplicó a su esposo que no la dejara.
"Siento que algún peligro te amenaza, y que incluso podrías perder tu vida", dijo.
Pero Frithiof se rió de sus miedos. "¿No creerás que mi padre me suplicaría que fuera si quisiera tratarme mal? No, no, querida esposa; descansa tu corazón y no temas. Me quedaré por poco tiempo"; y así le dio una afectuosa despedida y partió con los mensajeros, llegando tras un breve viaje a la corte de su padre.
Pero en vez de la calurosa bienvenida que le prometió, para su sorpresa el rey le recibió fríamente, y comenzó a reprocharle ser tan desobediente para irse.
"Fue el comportamiento menos filial", espetó la reina, "y provocó tal dolor en tu padre que estaba casi a las puertas de la muerte; y de haberle pasado algo, habrías perdido la vida según las leyes de la tierra. Como, sin embargo, como te has entregado voluntariamente, y has venido aquí cuando él te buscaba, no te condenará a muerte, pero te dará tres tareas que realizar, que debes cumplir en un año".
Fue en vano que Frithiof declarara que nunca quiso contrariar a su padre. La reina no dejaría hablar al viejo rey, y dijo que la única manera en la que Frithiof podía salvar su vida era realizar las tareas que su padre había dispuesto para él, que eran las siguientes:
"Primero, debes traer una tienda lo suficientemente grande para sentar a cien caballeros, y aún así tan sutil y fina que puedas cubrirla con una mano; segundo, debes traer algo de la famosa agua que cura todas las enfermedades; y, tercero, debes mostrarme un hombre que sea absolutamente distinto a cualquier hombre de todo el mundo".
"¿Y qué dirección debo tomar para encontrar esas rarezas?", preguntó Frithiof.
"Nay, eso es asunto tuyo", dijo el rey; cuando Brunhilde, tomando su brazo, le llevó a su propia cámara; y Frithiof, sin otra despedida, volvió tristemente a su propio reino. A su llegada, la reina Hildegard se apresuró para encontrarse con él, y viendolo triste y callado, le preguntó como le había ido en la corte de su padre. Al principio, no queriendo asustarla, intentó disuadirla, quito importancia a la poca cortesía mostrada; pero Hildegard, arrodillada junto a él, y tomando sus manos en las suyas, le suplicó que no le ocultase nada.
"Sé que te han entregado algunas tareas difíciles, que no son sencillas de realizar. Pero no te rindas, querido esposo. Cuentame todo, y entonces veremos si no se puede encontrar alguna manera de cumplirlas. Algo valientemente enfrentado está medio logrado, y no es del todo imposible que con la ayuda de mi madrina pueda ser capaz de ayudarte. Dime, por tanto, que te preocupa". Entonces Frithiof, tomándoselo en serio, le contó a Hildegard sobre las difíciles tareas que le había dado la reina.
"Y si fracaso en cumplirlas en un año debo entregar mi vida", concluyó.
"Esto es seguramente obra de tu madrastra", dijo Hildegard. "Ella es celosa y, también me temo, una mujer perversa". Esperemos que no esté planeando más trastadas contra ti. Evidentemente pensó que las tareas que te dio serían más de lo que podrías lograr; pero, afortunadamente, puedo ayudarte con algunas de ellas. Resulta que tengo la tienda que quiere tu padre; me la entregó mi madrina, por lo que puede eliminarse esa dificultad. Entonces el agua mágica que debes traer no está lejos de aquí. No obstante, no es fácil de obtener, ya que está en un profundo pozo, dentro de una cueva oscura, que está protegida por siete leones y tres enormes serpientes. Varias personas han intentado entrar y extraer algo de agua, pero nadie ha vuelto vivo. Puedo darte algo de veneno para matar a esos monstruos, desafortunadamente, el agua pierde todo su poder curativo si se toma después de que los animales estén muertos. Pero creo que sin embargo puedo ser de ayuda para obtenerla".
La reina Hildegard entonces envió a su vaquero, y sus dos ayudantes llevaron siete bueyes y tres grandes jabalíes a la entrada de la cueva. Aquí los animales fueron sacrificados y se tiraron sus cadáveres ante los leones y las serpientes. Entonces, mientras los monstruos se atiborraban con los cadáveres de los animales muertos, la reina contó a Frithiof que bajara rápidamente al pozo. Ella tenía una gran jarra de cristal; ella la llenó inmediatamente de agua, y cuando Frithiof la subió de nuevo, había medido el tiempo con tanta exactitud, que los leones y las serpientes estaban terminando los últimos bocados de su almuerzo. Por lo que se cumplió con éxito la segunda tarea, y Frithiof y Hildegard se apresuraron al palacio; "pero la tercera y más difícil aún debe realizarse, y esta debes hacerla pro ti mismo. Todo lo que puedo hacer es contarte como es la mejor manera de trabajar en ello. Debes saber que tengo un medio-hermano, llamado Randur. Vive en una isla no muy lejos de aquí. Mide nueve pies de altura, tiene un gran ojo en medio de su frente y tiene una barba negra de treinta yardas y tan dura y rígida como las cerdas de un puerco. También tiene hocico de perro en vez de boca y nariz, y un par de ojos verdes de gato. En realidad, sería imposible encontrar otra criatura como él. Cuando quiere ir de un sitio a otro, se balancea por medio de un poste de cincuenta yardas de largo, y de esta manera casi parece volar en el aire como un ave. La isla en la que vive forma en torno a un tercio del reino de mi padre, y mi hermano cree que debería tener una porción mayor. Entonces, también, mi padre tenía un anillo maravilloso que mi hermano deseaba tener, pero que cayó en mi parte, y desde entonces mi hermano se ha encerrado en esa isla. Ahora, sin embargo, voy a escribirle, encerrándole el anillo que siempre codiciaba. Quizás puedo deshacerme de él para que sea más amistoso con nosotros, y podamos llevarlo a la corte del rey; ya que no conozco a nadie más que pueda cumplir tan bien la tercera tarea que te ha sido encomendada. Ahora, por ello, debes ir a él, acompañado por una gran hueste de caballeros y escuderos, ya que eso le satisfará. Cuando te acerques a su castillo, quítate tu corona, y acércate a su trono con la cabeza descubierta. Entonces extenderá su mano, y tú debes doblar tu rodilla y besarla, y entonces entregarle mi carta y el anillo. Si tras leer te dice que te levantes y te sientes junto a él, podemos esperar que nos ayudará. Y ahora, ¡qué la buena suerte te atienda!"
Frithiof siguió exactamente las instrucciones de la reina. Cuando llegó al palacio del rey de tres ojos, él y sus asistentes se sorprendieron enormemente por la espantosa fealdad del monarca de tres ojos; pero recuperándose rápidamente, Frithiof le entregó la carta de Hildegard y el anillo. Cuando el gigante vio el anillo parecía muy agradecido, y dijo "¿Supongo que mi hermana quiere mi ayuda en algún asunto importante, para que me envíe un presente tan valioso?" Entonces ordenó a Frithiof a sentarse junto a él, y, leyendo la carta de su hermana, dijo que estaba preparado a cumplir sus deseos. Entonces estiró su mano, agarró el gran mástil que descansaba junto a él, y en un instante se balanceó fuera de la vista. El rey temía al principio que Randur se hubiera esfumado y los hubiera dejado, pero un fuerte grito les dijo que solo se había adelantado. Y así mientras avanzaban, el gigante los esperaba de vez en cuando, y cuando lo lo alcanzaron les regañó por ser tan lentos y dilatorios; de esta manera llegaron finalmente al palacio de la reina, y Randur preguntó a Hildegard qué quería que hiciese. La reina entonces le contó lo que el padre de Frithiof había requerido a su esposo, y le rogó a su hermano que acompañase a Frithiof de vuelta a la corte de su padre. Randur, muy satisfecho por haber conseguido al fin el anillo que tanto había codiciado, se declaró listo para hacer cuanto deseara. Así que se dirigieron al palacio del viejo rey al que llegaron sin aventuras adicionales.
Frithiof anunció su llegada a su padre; pero aunque le informó que había obtenido las tres cosas requeridas para él hace un año, mantuvo oculto a Randur hasta que se requiriese su presencia, y le pidió que se llamase a una "Cosa", para que pueda mostrar a la gente como había lograr cumplir las tareas que se le había asignado.
Por ello el viejo rey emitió una proclamación por toda la tierra, y en el día señalado era tan grande el interés y la curiosidad de todos, del rey y de sus cortesanos hasta el trabajador más pobre y pastor, que apenas había espacio en todo el valle de la gran "Cosa". La reina Brunhilde estaba furiosa con el pensamiento de que el Frithiof debía haber sido exitoso, pero aún esperaba que, cuando las cosas salieran a la luz, se descubriera que había fallado en algo.
Primero se produjo la tienda. Cuando estaba bien colocada, era tan grande y amplia que cien caballeros y escuderos podían entrar dentro, siendo aún así creada tan finamente que, cuando se cerraba cualquiera podía cubrirla con su mano - por lo que todos declararon que el príncipe Frithiof había pagado completamente su primera tarea.
Entonces el príncipe trajo la jarra de cristal con el agua curativa, y se la entregó a su padre. La reina Brunhilde, que se estaba poniendo bastante amarilla de ira, insistió en probar a ver si era el agua correcta y en el momento correcta, para no perder sus cualidades mágicas. Pero ella estaba bastante bien, por lo que tan pronto como probó el agua curativa, se sintió muy enferma, y tuvo que probar un segundo trago para sentirse bien de nuevo. Por lo que se pronunció que la segunda tarea se había cumplido exitosamente.
"Ahora", dijo el rey, "solo queda la tercera y última tarea, y que era la más difícil. Veo que no has fallado en ello".
Entonces Frithiof envió al gigante de tres ojos, a quien había mantenido oculto hasta ahora. Cuando Randur apareció ante la "Cosa" brincando en el medio sin más ayuda que su mástil, todos, pero especialmente el viejo rey, se alejaron de miedo; no podían imaginar como había llegado allí, y pensaron que debía haber descendido de los cielos. Nunca habían visto una criatura tan horrenda. Pero, sin prestar atención al público, Randur caminó hacia la reina, colocando la punta del mástil contra su pecho, la levantó en el aire y la arrojó al suelo, cuando cayó muerta, y se transformó inmediatamente en la horrenda giganta que era. Habiendo cumplido esto, Randur se fue de la "Cosa" y volvió a su isla.
Frithiof dedicó todos sus esfuerzos en recuperar y cuidar al viejo rey, que, por la ansiedad y el miedo, había estado a las puertas de la muerte. Pero unas cuantas gotas del agua curativa rociadas sobre él lo restauraron, y habiéndose liberado por la muerte de la reina de todos sus encantamientos malvados, recuperó rápidamente su antiguo buen juicio, y dictaminó que todas las faltas de las que culpaba a su hijo eran solo invenciones de la malvada reina Brunhilde. Por ello llamó a Frithiof junto a su lecho, y le rogó que le perdonara todos los daños que le había causado.
"Ahora solo estoy ansioso por compensarte, mi querido hijo, por todo lo que has sufrido, y te ruego que no me dejes de nuevo. Te entregaré orgullosamente el reino, y viviré junto a ti en paz y tranquilidad el resto de mis días".
Así Frithiof se reconcilió con su padre, y envió a los mensajeros a Hildegard, contándole lo que había pasado, y rogándole que se apresurara. La reina Hildegard, cuando recibió el mensaje de su esposo, decidió entregar su pequeño reino a su hermano, como recompensa por todo lo que ha hecho por ellos; y entonces, acompañados por algunos de sus cortesanos y amigos más hábiles de su esposo, se reunió con Frithiof y el viejo rey, feliz de tener de nuevo a su hijo, viviendo hasta la vejez rodeado de sus nietos y bisnietos.
Fuente
- Icelandic Fairy Tales, Translated and Edited by Mrs. A. W. Hall, with original illustrations by E. A. Mason. Printed in London by Frederick Warne & Co. and New York 1897.