He tenido la oportunidad de conversar con narradores, escritores de largo aliento, que tienen una, dos, tres o más novelas publicadas, y si mal no recuerdo, todos me han manifestado su respeto y admiración por aquellos que hacen cuentos. El comentario común es el siguiente: les sorprende la capacidad de síntesis, el dominio de la prosa concisa y contundente que hace llevar la lectura, ergo al lector, a un impacto inmediato con la anécdota, la cual, palabras más palabras menos, se revela y se distiende casi de inmediato, todo esto acompañado con una increíble creatividad que sorprende y atrapa de principio a fin. Si hiciera una analogía deportiva, son como corredores de cien metros planos.
Por el contrario, cuando he conversado con cuentistas, el comentario es el mismo pero en sentido inverso: les sorprende cómo estos escritores son capaces de explayarse en extensas y largas parrafadas para contar una historia. Son, haciendo la misma analogía, los corredores de fondo, los que se juegan toda la historia en 42 K de sudor y gloria expuestos en una novela. Sólo por recordar a dos de los grandes en este sentido, están Proust y Balzac, quienes de asuntos tan comunes construyeron una obra monumental que hoy día es, yper saecula saeculorum, será de obligatoria referencia si de novelas y espléndida narrativa se refiere.
Bien. Esta breve introducción se me vino a la cabeza mientras trataba de decir algo sobre este libro que llegó a mis manos: Cuentos IV, Obras completas de Enrique Anderson Imbert, uno de los más destacados cuentistas de habla hispana. Y valga decir, que después de haber leído esta pequeña joya literaria, entro en ese grupo que lo considera de los mejores. El cuento como género literario tal como comenté al principio, debe tener la destreza de tomarte por la pechera y jamaquearte, de impactarte lo antes posible para conmoverte. Esto es lo que precisamente hace Imbert Anderson, siembra el caos de una manera sorprendente y, como es lógico imaginar, lo resuelve hacia el final de la manera más inimaginable e inverosímil posible. Sorprende esa capacidad de ebullición de ideas, unas veces tiernas y otras no tanto, para atraparte en la lectura.
El cruce de los tiempos, la técnica en el oficio cuentístico y la imaginación, son algunas de las herramientas que se ponen al descubierto una vez que comienzas la lectura. También está esa interpelación al lector en más de una ocasión para que éste infiera, dé un paso más allá del que seguro ya está dando, dentro del proceso escrutador de ese universo fantástico que recrea.Cuentos IV, Obras completas está compuesto por más de setenta cuentos con variopintos temas que pueden abordar lo más cotidiano de un ser humano, de la vida misma, hasta a aquellos que coquetean con lo irreal. No está de más recordar que Anderson Imbert fue uno de los precursores de la llamada “escuela argentina de literatura fantástica”, lo cual ya nos da una idea del escritor que fue.
Son muchos los cuentos que señalé dentro de mis favoritos y como el tiempo, esa valiente invención del hombre con la cual nos beneficiamos o perjudicamos de vez en cuando es tan implacable e importante para todos, hago una pequeña cita del cuento “Al rompe cabeza le falta una pieza” para finalizar:
Los problemas de la vida real, aún los que no se resuelven, son iguales a los que la literatura sí resuelve, los hombres nos repetimos desde Caín y Abel. Todas las situaciones ya se han dado, en la vida y en la literatura. Y esto nos deja más que claro que el asunto no es “el qué”, sino el “cómo se cuenta”, lo que el autor hace con inteligencia e indudable genialidad para atraparnos en su imaginario.
Aquí van algunos de los cuentos que más me gustaron:
“Ojos (los míos espiando desde el sótano)”
“Les estoy hablando de Helena la griega”
“Murciélagos”
“Un defecto más y no existiría”
“La foto”
“La rosa”