Érase una vez un zapatero llamado Remendón… y ya sé lo que estás pensando: “Vaya mierda de nombre”. Pero esto es un cuento infantil y es lo que hay. Claro que no sé qué diablos les cuesta llamarlo Paco, si total son niños pequeños y si les dices que vas a remendar algo seguro que no saben que significa ese verbo.
En fin, la cuestión es que el tipo era muy pobre, tanto es así que sólo le quedaba material para hacer un par de zapatos. Y ahí digo yo, para un momento, este hombre no tiene ni idea de stock. ¿Qué digo? Seguro que ni siquiera sabe lo que es eso. Porque vamos a ver, lo normal es que si no te queda material para hacer zapatos es debido a que el que tenías ya lo usaste. Si ya lo usaste, tienes un montón de mercancía en la tienda que vender. ¿No es el caso? Entonces aquí tenemos una zapatería donde no hay zapatos. ¿Por qué? O los han vendido ya, con lo cual el dueño ahora sería rico y estaría pegándose la gran vida en una isla del Caribe, o el tipo es gilipollas perdido.
No hay demanda hombre, no hay demanda pero él sigue ahí, haciendo zapatos como si nada. Da igual que los otros no se hayan vendido, él hace otro par porque quién sabe, a lo mejor así parece hasta que trabaja, que tiene ansia de progresar y su mujer no le riñe (que esto es importante).
Total, que estaba el tal Remendón, o Paco o como lo quieras llamar, clavándoles con un martillo los tacones a las botas que estaba haciendo cuando, de repente, se trilló un dedo y empezó a gritar como un poseso. Su mujer, porque en este cuento la Sra. Remendona (se herniaron poniéndole el nombre a ésta también) solo sirve para vendar dedos y tener el cerebro que le falta a su marido, le puso una venda y le dijo:
―Venga, vete a la cama y ya acabarás los zapatos por la mañana.
Yo no quiero pensar mal pero… ¿por qué quiere que se vaya a dormir tan temprano? ¿Y si no era para dormir? Oh sí, la excusa es que el zapatero se ha hecho daño en un dedo. Afrontémoslo, es una lesión terrible, conozco a gente que se ha muerto por eso. Sí señor.
A la mañana siguiente, el zapatero fue al taller y sobre la mesa donde había dejado anteriormente el material y el zapato a medio hacer, se encontró con un zapato perfectamente hecho. Tan bien estaba, que incluso brillaba.
¿Qué hizo Remendón? Lo puso en el escaparate a ver si alguien lo compraba. Que ahora que lo pienso, ese escaparate o estaba completamente vacío de no ser por ese par o los otros zapatos que había era una mierda porque para no pasar nadie a comprarlos ya me dirás.
Y mira tú qué casualidad que justo en ese momento pasaba por allí un caballero rico que quiso comprar aquellos zapatos y que le pagó generosamente a Paco con una bolsa de monedas de oro. Sí, amigo, los zapatos están por las nubes, han debido de subir el IVA otra vez.
El caso es que me parece mucha casualidad todo esto. Demasiada incluso, lo que de momento está claro es que los zapatos de Remendón no se vendían bien y ahora de pronto, como este par no lo había hecho él se han vendido al instante. ¿Conclusión? Cada vez hay más motivos para decir que este tipo no vale para su profesión. Pero el cuento sigue. Y él compró material para hacer dos pares de zapatos más.
Empezó a hacerlos, y claro, otra vez a vueltas con el martillo. ¿Puedes adivinar qué pasó? En efecto, se trilló otro dedo y su mujer no tardó en acudir con unas vendas y a decirle de nuevo:
―Vete a la cama que ya terminarás los zapatos por la mañana.
Y digo yo, ¿a estas alturas no tienen curiosidad por saber qué diablos pasaba por las noches en el taller o es que todo es una estrategia para hacerse ricos a base algo o alguien que les hace el trabajo? No sé, pero si es esto último yo sospecho de la Remendona.
En fin, a la mañana siguiente había dos pares de zapatos perfectos y listos para vender sobre la mesa y mira, otro golpe de suerte, no tardaron en aparecer por allí dos clientas que quisieron comprarlos y que pagaron muy bien por ellos.
El zapatero hizo lo mismo que la última vez, compró material para hacer más zapatos y se puso a ello pero su mujer, que ya te digo yo que es la lista de la historia le dijo:
―Espera, no sigas con eso que hoy vamos a averiguar quién hace el trabajo y además, se me están acabando las vendas.
Con esto también vemos claro que a la tipa le importa más bien poco que su marido se haga daño, no, el problema es que se le acaban las vendas. Y de todos modos, estoy por apostar a que de no ser por ella, Remendón no hubiera hecho nada por descubrir quién le hacía el trabajo y habría seguido viviendo en la ignorancia.
Animalito, quizás hubiera sido mejor así.
Y aquella noche, ambos se escondieron detrás de una estantería observando la mesa donde habían dejado el material. A las doce en punto vieron aparecer a dos pequeños duendes muy mal vestidos (que vete tú a saber de dónde salieron) que se pusieron a cantar mientras hacían los zapatos. Y digo yo, ¿de dónde puede venir esta ansia por trabajar a las doce de la noche? Lo de cantar lo entendería si fuera de botellón pero esto es inaudito. O quizás vinieran del botellón y claro, como venían de aquella manera que todos sabemos ellos no tenían ni idea de lo que hacían.
Sea como sea, a la mañana siguiente la mujer le dijo a Paco:
―Tenemos que hacer algo para agradecerles a los duendes lo que han hecho por nosotros.
Y su marido aceptó porque es muy mandado y porque desgraciadamente no tenía la mente muy clara como para estar trazando planes inteligentes.
Así, la Remendona les hizo un mini traje a los duendes y él unas mini botas que aquella misma noche dejaron sobre la mesa del taller. Los duendes vieron la ropa nueva, se pusieron tan contentos que se la pusieron enseguida y comenzaron a cantar a bailar mientras juraban que nunca más iban a hacer más zapatos.
Pero eso, según el cuento, es algo que no les importó al zapatero y su mujer porque ya habían adquirido cierta fama en la ciudad y acabaron haciéndose ricos (gracias al enchufe de los duendes porque si nos fiamos de las habilidades de Paco casi como que no).
De este cuento yo extraigo dos moralejas. La primera que, si te mutilas los dedos, por la noche vendrán unos duendes a hacerte el trabajo sucio. La segunda es que los duendes, así en general, tienen complejo de Dobby (¿lo conoces, no? El que salía en Harry Potter). Que si les das un calcetín o cualquier otra prenda de ropa se creen los reyes del mambo y no te vuelven a hacer de esclavos en la vida.