Estaban una vez dos pies juntos. Estaban juntos pero no unidos. Un pie era frío y el otro era caliente. Y entonces el pie frío le dijo al pie caliente: “Tú eres muy caliente”. Y el pie caliente le dijo al pie frío: “Tú eres muy frío”. Y en eso estaban, o sea peleándose, cuando llegó Hernán Cortés y los quemó a los dos.
¿Ya se terminó? le preguntó incrédulo.
¡Claro! Si es un cuento, no una de tus conferencias de prensa me responde.
Yo lo quedo viendo con un reproche. El dice:
Ya, ya. Está bien. Déjame pensar… Mmmh, Mmmh. ¡Ya sé! Ponle al final:
“Y Hernán Cortés vivió muy feliz. Y colorín colorado, este cuento no ha terminado”.
¿No? le pregunto mientras guardo el papel en mi bolsillo.
¡Claro que no! Hay todavía muchos pies fríos y calientes, así que Hernán Cortés terminará por llevarse una sorpresa muuuy desagradable.
Hablando de cosas desagradables lo interrumpo, en algún periódico se están quejando de ti.
¿De mí? ¿Quién osa quejarse del andante caballero por quien suspiran doncellas de todas las edades, en quien sueñan los niños grandes y chicos, y a quien respetan y admiran todos los varones nobles que en el mundo han sido?
Bueno, no se quejan precisamente de ti. Sólo dicen que ya chole de Durito, que Durito para allá, que Durito para acá. En fin, me sugieren que te omita de mis epístolas y que… Durito no me deja continuar y me grita al oído:
¡Calla bellaco insolente! Sólo a un pelafustán como vos se os puede ocurrir que el respetable no goce y obtenga solaz esparcimiento y nobles enseñanzas del relato de mis grandes hazañas, de mi innegable simpatía y de la honda sabiduría de que están plenos mis parlamentos.
¡Pero Durito! ¡No es a mí a quien se le ocurre ese absurdo! Reconoce que puede existir, es una hipótesis, alguna persona a la que no le causes tanto entusiasmo como…
Durito interrumpe de nuevo:
Bueno, os concedo que es posible que exista algún ser que puede no interesarse en saber de mí y de mis portentos. Así que haremos algo para determinar el raiting que tenéis vos, patán insolente, y el que tengo yo, alto y andante caballero.
De acuerdo con lo de “andante”, pero lo de “alto” permíteme dudarlo.
Me refiero a la altura de los ideales, cretino.
Bueno, ¿qué propones?
Una consulta.
¿Una consulta? Pero Durito… van a decir que es choteo…
¡Ni una palabra más! Una consulta será. Nacional, Internacional e Interplanetaria. Y estas serán las preguntas:
Primera. ¿Debe el Sup eliminar las historias de Durito de sus cartas?
Segunda. ¿Debe el despreciable ser que osó demandar la desaparición de las historias de Durito, morir entre las llamas de un infierno que haga parecer el de Dante como un refrigerador?
Son dos preguntas para responder “si”, “no”, “no sé”.
¿Y a dónde deben dirigir sus respuestas los que quieran responder? pregunto con escepticismo.
A mi oficina: “Don Durito de la Lacandona, Hoyito de Huapác número 69. Montañas del Sureste Mexicano, Chiapas, México”.
Veo muy decidido a Durito, así que es mejor que aclare algunas cosas.
¿Y cuáles son las edades mínima y máxima para participar en esta “consulta”?
La mínima es de seis meses de nacido. La máxima es de un minuto antes de exhalar el postrer suspiro.
Pero Durito ¿Tú crees que a los seis meses de nacido alguien puede responder estas preguntas?
¡Seguro! A los seis meses de edad yo ya componía algunos sonetos de ésos que hacen que un húmedo y femenino vientre provoque tempestades y, paradójicamente, brinde sosiego.
¡Pero tú eres un escarabajo!
Más a mi favor. ¡No se discuta más! Elabora la convocatoria y agrega que todas las féminas podrán prender a su boleta su suspiro mejor… Aunque pensándolo bien… No, mejor un suspiro no… Porque es seguro que con tantos suspiros que llegarán por acá, se convertirán en un huracán que dejará alRoxana en la categoría de “brisas inoportunas”. Mejor que envíen rojos claveles. Tal vez podamos hacer negocio y exportarlos… Bien, ¿qué te parece?
Me parece que estás delirando. Que has enloquecido le digo.
¡Ah mi querido y enflaquecido escudero! El mañana sólo se puede amanecer con una cierta dosis de delirio y locura… dice Durito mientras se vuelve a su lugar y se cobija de nuevo en su hojita de huapác, no sin antes dibujar un grande y rotundo “69″ en la parte de arriba.
Avísame cuando empiecen a llegar las respuestas. ¡Demonios! No podré siquiera conciliar el sueño por esta dulce espera… dice Durito segundos antes de empezar a roncar como si fuera motosierra sin escape.
Yo me quedo en silencio. Enciendo la pipa y aspiro despacio algún recuerdo. Arriba la madrugada diluye sus últimos y oscuros grises, a lo lejos el día le pega un mordisco al horizonte y el frío se vuelve tibieza aquí… en las montañas del Sureste Mexicano…
Vale de nuevo. Salud y que la locura y el delirio se multipliquen.
El Sup añorando la flor con que octubre adornó la Ceiba.