Según nuestra tradición cultural, el mundo fue creado por varios dioses. Unos dioses muy bailadores, muy reventadores —también decimos—, que no lo hicieron cabal. Dejaron cosas pendientes, o cosas que se hicieron mal.
Una de ellas fue que no hicieron a los hombres y mujeres cabales, todos, es decir, de buen corazón. Sino que se les salió por ahí algún gobernador, o algún presidente del país que salió con el alma mala y con el corazón chueco.
Cuando se dieron cuenta los dioses de esta injusticia, de que había hombres y mujeres que estaban viviendo a costa de los demás, quisieron ayudar algo a los hombres y mujeres de maíz. A los pueblos indios de este país.
Y para ayudarlos les quitaron una palabra: les quitaron el “yo”. En los pueblos indígenas, en los de raíces mayas y en muchos pueblos de este país, la palabra “yo” no existe. En su lugar se usa el “nosotros”. En nuestras lenguas mayas es el “tic”. Esa terminación de “tic”, que menciona al colectivo o a la colectividad, se repite una y otra vez. Y no aparece por ningún lado el “yo”.
“Nosotros no tememos morir luchando”, decimos nosotros. Nunca hablamos en singular.
El “tic” que se repite una y otra vez en nuestras lenguas, viene a ser como el tic-tac de ese reloj que nosotros queremos llegar, para ser parte de este país, sin ser una vergüenza para él, una afrenta o un motivo de burla o de limosna.
Fuente: Los otros cuentos (volumen 2)