En «Elena sabe», Claudia Piñeiro nos introduce en una novela corta pero densamente emotiva, donde la enfermedad se convierte en una forma de ser y hacer y la búsqueda de la verdad se transforma en un acto de verse a sí mismo. La novela, vista desde la perspectiva de Elena, una mujer que padece Parkinson, es una narrativa sobre los límites del cuerpo y la mente, el deterioro físico y la constante lucha por preservar la autonomía en medio de un contexto que constantemente la niega.
La estructura de la novela sigue el ritmo del cuerpo de Elena: un cuerpo que apenas se mueve, que se levanta y se desploma con la precisión y el esfuerzo de un ritual. El tiempo narrativo se estira con cada pastilla que toma para mitigar los temblores y cada gesto torpe que realiza para avanzar hacia su objetivo: desenterrar la verdad sobre la muerte de su hija, Rita. Pero la genialidad de Piñeiro no radica en crear un simple thriller con tintes de novela negra; lo verdaderamente inquietante es la manera en que la autora nos lleva de la mano en la experiencia de la protagonista, obligándonos a experimentar su impotencia y a percibir el mundo con la fragmentación de sus movimientos.
A diferencia de muchos otros autores que abordan la enfermedad desde una perspectiva casi clínica, Piñeiro convierte el cuerpo enfermo en un territorio para resistir, donde cada acción cotidiana —un paso, una palabra— representa una forma de lucha. La enfermedad de Elena no es solo una condición física, sino también un comentario sobre el control y la libertad. En este sentido, la novela resuena con la teoría foucaultiana del cuerpo como espacio de poder: Elena es vigilada, infantilizada y privada de agencia por su entorno, un entorno que decide por ella qué es lo mejor, reduciéndola a un estado de total dependencia.
La enfermedad, entonces, se convierte en una metáfora de las dinámicas de poder. Aquí, podemos vincular el análisis con las reflexiones de Foucault y Sontag. Según Foucault, la enfermedad es un instrumento de disciplina y un medio para imponer normas de control social. Elena, atrapada en un cuerpo que se ha vuelto un instrumento de sujeción, desafía esa norma con su obstinación. Mientras que, para Sontag, las metáforas en torno a la enfermedad cargan de un estigma moral al individuo, la novela expone cómo la sociedad y la familia de Elena la ven como «inválida», desprovista de autoridad para actuar sobre su propia vida.
Pero Piñeiro va más allá: en lugar de detenerse en una denuncia de la situación de Elena, convierte su lucha por conocer la verdad en un acto de subversión. La investigación de la muerte de su hija no es tanto un intento por hacer justicia, sino un modo de demostrar que, pese a la enfermedad, sigue siendo capaz de decidir y de actuar. Esta determinación nos recuerda a Nietzsche y su Gaya Ciencia, donde la enfermedad es una oportunidad para cuestionar y redefinir los valores. Elena revalúa su propia existencia desde la fragilidad de su cuerpo, convirtiendo cada uno de sus pasos hacia la resolución del misterio en un manifiesto de resistencia.
Por otro lado, el tratamiento de la maternidad en la novela es crudo. Elena no solo es madre; es una madre que ha fallado, que ha perdido a su hija y que se enfrenta a la duda de si alguna vez tuvo el control que creyó tener sobre su vida y la de su hija. Aquí, Piñeiro desenmascara las construcciones idealizadas de la maternidad, mostrándonos un vínculo roto y tenso, donde el amor maternal se entrelaza con el resentimiento y la culpa.
En cuanto a la adaptación cinematográfica disponible en Netflix, es fiel a la atmósfera opresiva de la novela. La película logra capturar visualmente la lucha de Elena, reflejando con precisión la rigidez de su cuerpo y su soledad. Sin embargo, donde el lenguaje literario de Piñeiro es conciso y meticuloso, la narrativa visual a veces se queda corta para transmitir la complejidad del monólogo interno de la protagonista, lo cual era un desafío inevitable al adaptar una obra tan introspectiva.
En definitiva, es una obra que exige ser leída y releída, no solo por su retrato desgarrador de la enfermedad y la maternidad, sino también por su capacidad para cuestionar las dinámicas de poder que atraviesan el cuerpo y la mente.