Aprovechando el centenario de la Residencia de Estudiantes de Madrid (http://www.residencia.csic.es/), esta institución inauguró ayer la exposición Le Corbusier, 1928, una casa-un palacio.
Le Corbusier realizó en aquel año su primer viaje a España, precisamente para dar dos conferencias en la Residencia y parece ser que la imagen de aquella España le impactó pues durante su primera intervención pronunció las siguientes palabras:
“Tuve la impresión de llegar a un país donde estaban los dioses. La austeridad, la grandeza, se sobrepasan abrazándose a las sucesivas mesetas”.
Leer la palabra “dioses” y pensar en Grecia me lleva a recordar el compromiso europeo con la situación económica de aquel país y el previsible efecto contagio y pienso que al fin y al cabo ese riesgo es similar al que sufren mis hijos pequeños cuando uno de ellos enferma.
El 29 de agosto de 1942, el filósofo español Xavier Zubiri pronunció una conferencia en El Escorial a propósito del legado que la Grecia clásica había dejado en Occidente. En su conclusión Zubiri enunció que como hijos de aquel pasado filosófico “todos los europeos seguíamos siendo, en cierto modo, griegos”.
Modestamente considero que lo que en realidad todavía nos vincula con los griegos de la época clásica es precisa y exclusivamente nuestra propia condición humana y los principios universales y constantes que siempre han marcado las vidas, los anhelos y las dudas de los hombres. Principios y sentimientos que por otra parte son igualmente válidos en civilizaciones aparentemente más lejanas:
“Un samuray debe ante todo tener constantemente en mente, día y noche, desde la mañana de Año nuevo, cuando toma sus palillos para desayunar, hasta la noche del último día del año, en que paga sus facturas, el hecho de que un día ha de morir. Ésa es su principal tarea. Si es plenamente consciente de ello, podrá vivir conforme a la Vía de la Lealtad y del Deber Filial, evitará multitud de males y adversidades, se mantendrá libre de la enfermedad y de la desgracia y, además, gozará de larga vida. También tendrá una personalidad distinguida y con muchas cualidades admirables. Pues la existencia es tan impermanente como el rocío del atardecer y la escarcha de la mañana, y especialmente incierta es la vida del guerrero; y si piensa éste consolarse con la idea del servicio permanente a su señor o la dedicación perpetua a sus familiares, puede suceder cualquier cosa que le haga descuidar sus deberes hacia su señor y olvidar las obligaciones hacia su familia. Pero si decide simplemente vivir el hoy sin preocuparse del mañana, de forma que cuando se halla ante su señor para recibir sus órdenes piensa en ellas como si fuesen las últimas, y cuando contempla el rostro de sus parientes siente como si nunca los fuera a ver de nuevo, su deber y consideración hacia ellos serán completamente sinceros, al tiempo que su mente estará de acuerdo con la vía de la Lealtad y del Deber Filiar”.
Es difícil explicar el motivo por el que un hombre decide cambiar de vida. Igualmente difícil es situar el momento en que empieza a planteárselo. En mi caso la duda razonable surgió por casualidad, en la pequeña isla griega de Itaca, junto al busto de Homero, cuando mirando a la bahía leí junto a mis alumnos el hermoso poema de Konstantínos Kaváfis. Versos que todavía me sirven de sosiego en los momentos de duda y de aliciente para andar por la vida como lo que verdaderamente es: el único e inexorable viaje que tenemos la oportunidad de hacer.
En fin, todos griegos, pero unos nacidos en Atenas y otros, los más fuertes, en Esparta.
- ¿Y qué coño tiene esto que ver con la arquitectura?
- Quizá nada o quizá todo, pero en cualquier caso lo que hacemos es consecuencia directa de lo que somos.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architect.com