La lupa, a veces incómoda, que el periodismo pone sobre las historias personales de determinados individuos, se vuelve absolutamente insoportable en ocasiones como la que acontece ahora en Venezuela. Como la muerte del Papa Juan Pablo II –un fenómeno mediático cruelmente premeditado donde los hubo-, la enfermedad del Comandante se ha convertido en un circo diario, en esta ocasión a raíz de las posibles consecuencias que su inoportuna muerte pudiera tener en la política venezolana. Inoportuna porque la sucesión no estaba aún bien definida; posiblemente Chávez no nombró delfin al más astuto de su sucesores, más bien escogería a alguien que le guardara el sillón mientras le operaban. Su rival, Diosdado Cabello, Presidente de la Asamblea Nacional que cuenta con el decisivo apoyo del Ejército, no parece estar muy convencido de ese reparto de poderes, a juzgar por el número de fotos en las que aparece sonriendo y saludando a Maduro.