piensa en tres rasgos de personalidad que te definan. La mayoría podríamos hacer este ejercicio sin el más mínimo esfuerzo. ¿Pero y si te pregunto por situaciones en las que estos rasgos de personalidad hayan quedado en la sombra y se hayan visto sustituidos por comportamientos impropios de tu persona?.
Cuando se trata de evaluar el comportamiento humano solemos hacerlo como si de dogmas de fe se tratase: mi primo es generoso, mi tía es honesta, mi hermano es cariñoso,... ¿pero es así en todos las situaciones?.
A esta forma tendenciosa de etiquetar a los que nos rodean se le llama error fundamental de atribución, que es la forma bonita de decir que cuando interpretamos el comportamiento humano solemos cometer el error de sobrevalorar los rasgos de carácter del individuo y subestimar la importancia de la situación y el contexto. ¿Y por qué solemos actuar así?. Probablemente la respuesta tenga que ver en cómo la evolución ha estructurado nuestros cerebros. El ser humano está mejor equipado para entender a sus semejantes que a ese mundo abstracto que le rodea. Nos encanta explicar y entender el mundo en base a los atributos generales que definen a las personas, y esto es así porque nuestra sintonía con las pistas que nos dan nuestros semejantes es mayor que las que nos ofrece nuestro entorno. Además, el error fundamental de atribución, es un buen truco para convertir nuestro mundo en un lugar más simple y comprensible, y por lo tanto, un lugar donde vivir más cómodos.
Los psicólogos de Princeton John Darley y Daniel Batson hicieron un experimento inspirado en la historia delbuen samaritano para comprobar todo esto. Para ello reunieron a un grupo de seminaristas y les pidieron que preparasen un trabajo sobre algún fragmento de la biblia que luego tendrían que presentar en un edificio anexo. De camino a dicha presentación los investigadores habían colocado estratégicamente a un hombre tendido en el suelo en claro signo de necesitar ayuda. El objetivo era saber cuántos pararían para prestar ayuda a este hombre. Darley y Batson introdujeron una serie de variables durante el experimento con el objetivo de conseguir unos resultados más reveladores. Lo primero que hicieron fue pasar un cuestionario para saber cuáles eran sus razones para estudiar teología: ¿vocación,significado,...?. Luego modificaron la temática de las presentaciones, de manera que a un grupo se le pidió que centrasen su trabajo en la importancia de la vocación en la iglesia, mientas que al otro se le pedía que trabajasen sobre la parábola del buen samaritano. Por último, se introdujo una variable que fue definitiva ya que modificó el contexto del trabajo. Se trataba de inferir la sensación de urgencia a ciertas personas, para ello se utilizaban frases del tipo “tienes que apurar, vas con cinco minutos de retraso”, mientras que a otros se les avisaba cinco minutos antes para que no tuvieran esta sensación y pudieran planificar la entrega del trabajo.
El resultado del experimento fue que aquellos estudiantes que se habían matriculado motivados por ayudar a la gente y que además habían leído el fragmento sobre la compasión del buen samaritano eran más propensos a detenerse para ayudar al hombre tendido en el suelo. Pero lo realmente curioso de todo el estudio es que a aquellos estudiantes con estas mismas premisas a los que se les había hecho sentir la sensación de urgencia no paraban a ayudar al hombre en apuros, lo único que les importaba era llegar a tiempo a su presentación.
Este estudio sugiere que tanto las convicciones de corazón como nuestros pensamientos son menos importantes a la hora de guiar nuestras acciones que el contexto. Una simple palabra como “llegas tarde” es capaz de cambiarlo todo.
Nuestro cerebro utiliza algunos atajos para organizar la información sobre cómo vemos a los demás, debido a ello sufrimos el espejismo de creer que nuestro carácter es un conjunto de rasgos estables y perfectamente identificables. Pero visto lo visto el carácter tiene más que ver con un conjunto de hábitos, preferencias e intereses sutilmente unidos y dependientes, en un determinado momento, por las circunstancias y el contexto en el que se encuentran.
Es bien cierto que la inmensa mayoría de la población muestra unos rasgos de carácter estables y consistentes en el tiempo, no estoy insinuando que la gente se comporte como las veletas y que dependiendo de cómo sople el viento así actúen, lo que realmente sucede es que la evolución nos ha dado las armas necesarias para controlar y estabilizar nuestro entorno y eso hace que nuestro carácter parezca algo fijo y estable en el tiempo.
Mientras escribía esta entrada pensaba en los casos de pornografía bancaria con los que últimamente nos despertamos. Quiero pensar que las personas que ahora se ven salpicadas por estos escándalos financieros algún día fueron honestos y honrados. Quiero pensar que quien los seleccionó vio en ellos las características necesarias para ocupar posiciones de esa responsabilidad. Entonces, ¿qué ha pasado?. Al igual que en el experimento de los seminaristas hay algo que nos hemos perdido pero que ha convertido a personas que un día fueron “buenas” en seminaristas dispuestos a dejar a alguien impedido hundirse en su propio sufrimiento simplemente porque tienen prisa. No obviemos la importancia del paisaje que nos rodea, él influye mucho más de lo que parece en nuestra forma de ser y actuar.