Revista Cultura y Ocio

Cuestión de equilibrio

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

Cuestión de equilibrioTienes que cavar.

La tierra está muy dura, quién lo iba a decir, después de la primera arena suelta que más que cavar apartas con la pala, será un palmo, tal vez ni eso, y después esta costra reseca que te hace resollar y te ampolla las manos; el sol, que estaba bajo, ha ido subiendo y quema tu espalda desnuda –te has puesto la camisa en la cabeza, a modo de turbante– y te hace sudar con goterones pesados que labran churretes en las mejillas, supones, y van a caer dejando una mancha oscura de moneda de a peso, un momento, mientras la tierra la absorbe, ¿quién dijo del sudor que riega la tierra? no sería esta tan ingrata y requemada, que te duele todo el cuerpo por el esfuerzo inhumano de cavar, cada vez que clavas la pala puntiaguda en la tierra el golpe repercute por todo tu cuerpo, los huesos lo transmiten de articulación en articulación, como una marea que lo recorre hasta regresar a la misma tierra en un ciclo cerrado y vicioso, otro golpe en el suelo, otra onda, otra descarga, y así se equilibra todo; sí, al final todo se equilibra, incluso la sangre, que al fin y al cabo eso es lo que estás haciendo ahora y prefieres pensar que es una cuestión de equilibrio y no de justicia, porque ésta es ciega y manca y voluble y ciertamente poco justa, no es la justicia la que te tiene amarrado a la ingrata tarea, sería más bien injusticia, sin embargo, en términos de equilibrio la cosa es más comprensible y, sobre todo, sencilla, sin necesidad de recurrir a entelequias extraordinarias, también prefieres hablar de voluntad en lugar de azar o fortuna, o suerte, o fatalidad, porque son actos voluntarios y conscientes los que te tienen aquí, tuyos y ajenos, quizá enredados, pero eso no hace al caso, ni afecta al modo como avanzas con la excavación, que ya te llega por las pantorrillas, por las rodillas, por el muslo, por las ingles, mides el avance con tu propio cuerpo porque no tienes otro instrumento con que medir sino él, que se mueve dominado por la voluntad, bien es cierto que automática, o casi: el pensamiento vuela por otros rumbos y se fija, caprichoso, en el carro que te trajo hasta este lugar desierto, sin esperanza de mañana, en el sendero que recorriste ya al final –hace un rato– desde el valle hasta el promontorio, entonces no hacía este calor infernal, aunque algo hacía, y la ascensión fue larga y tendida, a medida que subías ibas descubriendo un paisaje más amplio, agrietado y reseco, los picachos lejanos y azules levitando sobre el horizonte calimoso, tú y los otros, cada cual con su herramienta, cada cual con su soledad y su conciencia; tú no tienes muchas preguntas que hacerte porque, en general, conoces las respuestas, es decir, preguntas importantes, que los detalles son lo de menos; arriba en el promontorio hace un poco de viento que se desgaja, por ratos, del aire espeso, pero es un viento caliente, inflamado y venenoso, que se atasca en la nariz y baja a los pulmones como una bola de alimento reseco y mal ensalivado; sigues avanzando en la tarea, cada vez más despacio, es la verdad, porque la tierra está más dura y las fuerzas flaquean, el hoyo te llega ahora por la cintura y eso empieza a ser fatal, la pala es corta y has de elevarla mucho para sacar la tierra del fondo; te preocupas, no por la longitud de la pala ni por el sol que quema más, ni por el esfuerzo o el sudor que riega la tierra, sino porque empiezas a no controlar tu propia angustia que no te deja pensar ni casi respirar, que te aprieta, te avasalla y paraliza tu cuerpo y suelta las vísceras a medida que se acerca el momento en que vengan a darte, con pasos de sombra,

el tiro de gracia.

WEVR4YCT9W63


Cuestión de equilibrio
Cuestión de equilibrio

Volver a la Portada de Logo Paperblog