-“Toma, papá… ¿Me la coses, la oreja de mi perrita…?”-
Gracias a esta pequeña, sencilla e inocente frase, esta tarde he tenido una suerte de… epifanía. Una revelación. Uno de esos momentos de “orgullo de padre” que tan pocas veces parecen salir al escenario de nuestro cotidiano y rutinario día a día.
Tras el consiguiente -“…Claro, hija. Trae…”-, el ir a por el costurero, sentarme en el sofá delante de ella, abrirlo, dedicar por su parte algún minuto de más a curiosear el contenido y elegir un bonito tono (el único, más bien, no os vayáis a pensar que esta casa es Pontejos…) de color rosa (por supuesto, que va a juego con las orejas del bicho), y por fin, enhebrar la aguja… me ha llegado el flashazo. Así, como de golpe.
En un instante, me he dado cuenta… He caído en el detalle… He notado… He asimilado… …Que mi hija, con toda la naturalidad que le otorgan y atesoran sus inocentes y recientes cuatro años… ¡Me ha pedido que COSA! ¡Ha pedido a su PADRE, un señor, un varón, un hombre… Que cosa! ¡Como si fuera lo más natural del mundo! Como si fuera algo tan normal como lo es hacer un bocata, recoger un libro del suelo, limpiar unos zapatos o buscar un canal en la tele. Un acto que, en su mente, juega en la misma liga que poner un lavaplatos, que sacar la basura, que plegar el carrito del bebé, que colgar un cuadro o que llevar al gato al veterinario.
¿Y por qué no habría de ser así para ella…? Es una necesidad normal, que surge de un problema sencillo, y que necesita una solución rápida. Y hasta ahí. Y de lo que me he dado cuenta es de que… ¡¡¡Es cierto!!! Ella está creciendo con ese referente concreto en su casa… Ella sabe que YO, COSO. Que papi, cose. Por tanto, ¿por qué no habría de pedírmelo? Para mi hija, es pues, algo normal.
Ella me ha visto hacerlo. Sabe que puedo. Sabe que lo hago… Como tantas y tantas otras cosas. En casa, y fuera de ella. Y esa ha sido la absurda y al mismo tiempo maravillosa gran revelación del día. ¡Qué cosas, oye! Mira tú, la tontería… De golpe y porrazo, ha sido el claro ejemplo de que algo estamos haciendo bien, que estamos educando sin las barreras de género tan clásicas como presentes en nuestros hogares hasta hace tan solo una generación. En nuestro caso, parece que estos estereotipos, estas etiquetas, están derrumbándose sin remisión, como las legendarias murallas de Jericó.
Y todo esto ha salido así, de un chispazo natural, casi sin darte cuenta, como deben salir las cosas que se van cocinando a fuego lento; como en una carrera (que en el fondo es lo que es todo esto de criar personajillos) de ultrafondo.
Ni se le ha pasado por la cabeza… Ni un atisbo de duda… Ni una pizca de incertidumbre ha planeado sobre ella, al hacerme esa inocente pregunta. Para ella ha sido una simple cuestión de… Tengo un problema. Aquí está mi padre. Él me ayuda y me lo resuelve.
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Y ya está. La Cuestión de Género ni se ha asomado siquiera por su mente. No ha habido un -“No… Mejor voy a esperar a que venga mamá, porque esto de coser, papá no va a saber hacerlo… Lo de COSER no es cosa de los papás.”-
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Y la clarividencia con que se me ha asomado a la mente esta pequeña anécdota chorra, me ha seguido generando toda una serie de reacciones mentales positivas, que me sirven de indicador flawerpawer de que sí, que algo bueno estamos consiguiendo; y nuevamente, predicando con el ejemplo.
De hecho, lo primero, ha sido parar ahí de inmediato, y plantear todo un contexto lúdico mucho más amplio para continuar con todo aquello de una manera más provechosa e interesante: porque claro, ya que nos ponemos… -“¡No se puede hacer una complicada operación a oreja abierta así como así…! ¿Dónde están mis herramientas? ¡Mi maletín de aparatos complicados de médico veterinario! ¡Mascarilla de cirujano! ¡Fonendo! ¡Termómetro en esta oreja, querida ayudante, por favor…! Reflejos bien, dentadura óptima… Latidos y constantes correctas. ¡Excelente, excelente…! Podemos proceder. ¡El Dr. Juguetes va a realizar el injerto de oreja perruna, así que permanece atenta, que esto va a ser una obra de arte, pequeña…! Tu querida Corazón va a quedar preciosa de nuevo…”- Vaya, que ya puestos, hemos hecho hasta un minijuego conjunto para solucionar el problema.
He aquí por tanto algunas de las cosas que he podido más o menos concluir, con todo este pequeño hallazgo:
#1- En casa no hay tareas “de chicos” o “de chicas”. Aquí todos hacemos de todo. Aunque como en todas partes, al final terminas por centrarte en ciertos aspectos respecto al reparto de tareas, por facilitarte quizás la vida, o por afinidad. Lógicamente, si a uno de los dos le gusta más y se le da mejor cocinar, es obvio que le “tocará” pasar por ahí más veces. Por poneros un supuesto. O incluso algunas otras tareas que las haga siempre la misma persona, por el motivo que sea. Yo siempre soy el que baja la basura en casa, por ejemplo, y ni siquiera creo que mi hija lo sepa, porque a las horas en que lo hago, ella está durmiendo. Y no es algo que me preocupe el que sepa o no. Así que ni siquiera tiene asumido que “tirar la basura” es cosa exclusiva de “papás”. Porque además, es eso: no lo es.
#2- Le estoy enseñando a mi hija, que su padre, yo, puedo ayudarla. Que puede recurrir a mí cuando tenga un problema. Que estoy ahí para ella, cuando me necesite. Sea lo que sea… Ayudarla a vestirse, a limpiarse, a curarse cuando se cae, a consolarla cuando se enfurruña… O a coser la oreja de su perrito de juguete. No duda. Y quiero que siga siendo así. Quiero seguir siendo su referencia. Que no se plantee si soy o no la persona adecuada en función de tal o cual etiqueta subjetiva, sino que con toda la confianza del mundo, venga, y me plantee lo que sea que necesite. Porque soy su papá. Que pueda confiar en mí, y que juntos podemos encontrar una solución. Y el día que no sepa o pueda ayudarla, pues buscaremos juntos una solución o a quién ofrezca lo que ella necesite. Es decir, servirle y ser ese puente, ese sostén. Ser para ella, al menos, una balsa en medio de la zozobra.
#3- Quiero que comprenda que el único límite de las cosas que pueda alcanzar y las metas que se marque en su vida, estarán en su mente, no en sus genitales. Que no hay cosa que un chico haga, que una chica no pueda intentar, y que no hay cosa que una chica haga, que un chico no pueda intentar igualmente. Que lo que alcance o no alcance a lograr, esté condicionado por su cabeza y su valentía, y no por su escote o por lo que se esconda bajo sus bragas. Y con las mismas, cuando sea mayor, y se relacione con sus futuras parejas, sepa qué esperar de un hombre. O de una chica; quien sea. Y que no haya de conformarse con menos de un TODO grande como una catedral, como respuesta. Que huya de aquellos que vengan con un -“Esto, eso otro y aquello de más allá es cosa tuya, chata…”-
#4- Aprendizaje. Centrar la atención. Resolución de conflictos. Pensamiento divergente. Juego de roles. Autoconfianza. Seguridad. Creatividad. Todos estos conceptos se me han ido pasando por la cabeza en un momento dado, en apenas unos minutos. Y es algo que está flotando ahí, en el ambiente, en todo momento. Como dicen: -“Educa, que algo queda.”-
#5- Que la época en que las mujeres debían quedarse en casa y ser las garantes del buen fluir del hogar, mientras los hombres, patriarcas de la casa, eran los garantes del sustento familiar, es un modelo social y familiar que debe quedar muerto y enterrado en las más profundas entrañas de la tierra, y que en un futuro, oír hablar de ello sea para ella poco menos que hablar de una simple anécdota antropológica. Pero eso sí, sin olvidar. Que lo que se olvida, se pierde.
#6- En definitiva, que las cosas, las tareas, las resolvemos las personas. No que “las mujeres andan por este coto” y “los hombres andan por este otro”; que unos no estamos hechos para unas cosas y otras para otras. Que la mujer construye. Que el hombre ama. Que la mujer encuentra. Que el hombre busca. Que la mujer piensa. Que el hombre desarrolla. Que la mujer aspira. Que el hombre alcanza. Y que si cambias el orden de factores, el resultado seguirán siendo premisas igualmente válidas y fiables de la misma manera.
Ya vendrán tiempos en los que podamos ir un paso más allá, y mi presencia no sea para que te cosa, cariño mío, sino para enseñarte a coser. O a montar en bici. O a tocar la batería. O a crear una escultura. O a lo que sea con lo que me vayas viniendo y vayas necesitando. En esencia, a subir un peldaño más en la escalera de tus conocimientos hacia tu autodependencia. Lo que sea que sirva para que te conviertas en una adulta sana, preparada, fuerte, decidida, autónoma y feliz.
De momento, y por lo pronto, desterremos ya la cuestión de género de nuestra morada.
Yo, por mi parte, seguiré con mi anhelo de intentar aprender algún día a coser a máquina de manera un poco decente, eso sí. Y si tal día llega, preparaos, porque lo vais a flipar.
Ahora bien… Toca regresar a la tierra. El Dr. Juguetes, pese a ser un tipo singular, tampoco es Superman. No alucinemos. Porque con la segunda tarea de la tarde, la de ponerle pilas al susodicho perro, le han pillado con el carrito del helado. ¡¡Ayyyy majoooo…!! ¡Que no hay pilas a mano en casa que funcionen! Todo lo más, enchufar el cargador, y esperar 12 horas. Así que el resultado: Problemas- 1, Papá- 1. Un empate más que digno.
Es lo que hay. Como dicen que ocurre en la mayoría de los casos, no es tan fiero el león como lo pintan, o… Hasta el rabo, todo es toro, amigo mío.
Y es que hasta los grandes dilemas, bien pueden esperar hasta mañana.
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