Devuélveme mi espacio. No puedes quedarte con él así, sin más, como si no pasara nada; tiempo has tenido estos últimos siete años para, al menos, ir apropiándote de él poco a poco, como si no se notase. Me fuerzas ahora a adaptarme más o menos, rechinando a veces las esquinas, en las que me dejo la piel y mi pintura.
Querido vecino: no se empeñe en mover la columna que separa nuestras dos plazas de aparcamiento. He captado su estrategia. Sé lo que pretende. Y puede que la próxima vez no sea mi guardabarros el que resulte arañado... No le digo más.