Revista Cultura y Ocio
Por sugerencia del amigo Nando Bonatto.
A lo largo de la historia, la realidad ha impuesto una obligación poco agradable pero necesaria, como es limpiarse el trasero de una u otra manera. En los baños públicos de la antigua Roma la gente se limpiaba y refrescaba el "asunto" con una esponja "colectiva" atada a un extremo de un palo y metida en un balde o cubo de agua con vinagre o sal. Lo de la esponja atada al palo sería seguramente para que nadie se llevara semejante “trofeo” como recuerdo. Entre las gentes del campo que no tenían otra cosa a mano, las piedras también eran de uso frecuente en cualquier época y lugar. Hace décadas, en muchos pueblos de la geografía española, era costumbre ver un gancho o un alambre con hojas de papel de periódico preparadas para su última misión en la Tierra. Ningún periodista, ni publicación alguna, debería sentirse ofendido porque las noticias que escribió, luego de ser leídas, iban a parar a tal fin, porque, si bien es cierto que hay libertad de prensa para que cada cual comente lo que le venga en gana, no es menos cierto que también existe libertad para que el lector haga el uso que crea conveniente con lo que acaba de leer. Volviendo a tiempos pasados, señalar que la gente fina de antaño, como por ejemplo la aristocracia europea, usaba paños de algodón humedecidos en agua de rosas como instrumentos de limpieza tras hacer sus necesidades. Luego estaba esa fea costumbre regia de los que defecaban rodeados de toda la corte. Era un privilegio para la nobleza asistir al acto de la evacuación real de su majestad con todo el ruido del mundo y sus correspondientes olores. Como comentaba el amigo Javier Sanz:
“Sólo el rey podía permitirse el lujo de disponer de un Groom of the Stool. Su labor consistía en la limpieza de las partes íntimas del monarca después de defecar y, aunque pueda parecer extraño, era motivo de disputas entre las familias de los nobles el hecho de que uno de sus miembros ocupase tan “distinguida” tarea. Compartir momentos tan íntimos llegó a convertir al “limpia culos” en un confidente real y, en algunos casos, secretario personal del rey.”
Historias de la historia
En la Edad Moderna, como parece insinuar La Trinca en su célebre canción, aparece en Francia el bidé, donde el chorro refrescante de agua, dirigido convenientemente, reemplazaba a otros artilugios. Hasta llegar al moderno rollo de papel, suave al tacto y a veces ligeramente perfumado, la humanidad ha tenido que experimentar con multitud de utensilios y artilugios para su limpieza diaria: trapos, papeles de periódico, hojas de lechuga, mazorcas de maíz, ramas, hojas de árbol, conchas marinas, cortezas de coco... A mediados del siglo XIX el empresario neoyorquino Joseph Gayetti sacó su "papel terapéutico", hojas humedecidas especiales para el baño. Tuvo poco éxito: el invento era algo caro para la época. Unos años más tarde, los hermanos Scott generalizaron y popularizaron el papel higiénico ya en rollos. Aunque les daba vergüenza que asociasen su apellido al invento y por eso no aparecía escrito en el paquete. A partir de entonces y ya en el siglo XX se extendió el uso del papel en rollo, primero en los EEUU y después por otros países. No obstante, no todas las culturas del mundo comparten la costumbre del papel higiénico. En muchos países árabes la consideran sucia y poco apropiada, prefiriendo la mano izquierda, usada directamente para tal menester, enjuagándola después. De ahí la costumbre de comer con la derecha o de saludar con la misma mano. Usar la otra se consideraría un agravio.