Los Picapiedra, otra familia de rancio abolengo
Hace unos meses una amiga mía que vive en el extranjero me contó una anécdota muy divertida sobre esta cuestión de los parentescos. Resulta que una familia se propuso recuperar la memoria de un antepasado al que no habían echado cuentas en vida. Como había transcurrido un tiempo desde la muerte del abuelito ilustre, la acción conmemorativa iba desde sus hij@s hasta sus tataraniet@s. De hecho, aquello más que un homenaje era una lucha por ver a quién le había salpicado más el talento del egregio ancestro. Además, no contentos con ello, algunos familiares del genio afirmaban conocer al dedillo su biografía. En consecuencia, parecía que el señor había vivido más de una existencia a la vez; ya que sobre según qué hechos había más de una versión. ¡Hilarantemente triste!A pesar de que no ha parado de reivindicar que determinado pedigree no implica virtud alguna, la niña problemas quisiera hoy despedirse de vosotr@s desvelándoos su rancio abolengo, porque también lo tiene. Así pues, acabaré declarándome nieta en grado incierto de Adán y Eva. Y que nadie me diga que por culpa suya perdimos el Paraíso y ahora debemos ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Nadie puede criticar el desastre de estos lejanísimos abuelos míos porque también son los suyos. Revista Diario
Pensemos en la cantidad de ocasiones en las que para presentarnos hemos usado expresiones como "soy hijo de", "soy prima de", etc. La de veces que hemos recurrido a esta forma de identificación y la de veces que todavía lo haremos en esta vida. No en vano cuando revelamos nuestro árbol genealógico estamos recurriendo a uno de los métodos más efectivos de identificación. Ahora bien, determinado vínculo sanguíneo no implica que de casta le venga al galgo, ni para bien ni para mal.