Revista Educación

Cuestión de perspectiva

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Cuestión de perspectiva

Ver ayer este tuit del periodista Antonio Maestre contribuyó a a algo que llevaba unos días rondándome la cabeza: cómo de diferentes se ven muchas cosas dependiendo del lugar donde naces, o del lugar donde vives. No es algo que se me haya ocurrido ahora, cierto, pero sí que algunos hechos recientes en mi entorno lo han traído a la superficie.

Para alguien que vive en el Barrio de salamanca de Madrid las cosas se ven y se piensan muy distintas a cómo las ve y las siente alguien que vive en Vallecas, o en la Cañada Real. Es casi normal que la gente pudiente, la que tiene una buena casa en un buen barrio de una buena ciudad, no piense en derechos fundamentales en los mismos términos que los que duermen en portales bajo una pila de cartones durante una helada. Estos necesitan la ayuda del Estado; los primeros, no.

Cuando uno ve su entorno desde una cierta distancia, que puede ser real y física, o creada por privilegios de clase o por la simple suerte, no siempre entiende que los que no tienen esos privilegios ni han tenido esa suerte por fuerza no pueden ver las cosas tal como las ven ellos. El tema de la limpieza de la nieve por barrios en Madrid me recuerda a valencianos denunciando que, tras la salida del PP del gobierno de esa ciudad, Valencia estaba muy sucia. Cuando a uno le dicen eso, normalmente no se para a pensar de qué Valencia nos están hablando: ¿De la Valencia del extrarradio o de la Valencia del centro histórico? ¿De la Valencia de la pobreza y la clase trabajadora o de la Valencia del turismo y de los pisos de un millón de euros? No nos paramos a pensar que tal vez, antes, la única Valencia que estaba limpia era la de los privilegios de clase y que el resto de la ciudad (la mayor parte) no interesaba a casi nadie... salvo a los que vivían en ella. Digo Valencia por ser la capital de la comunidad autónoma en la que vivo pero, por supuesto, es extrapolable a cualquier otro lugar.

Y eso también permea las opiniones que uno tiene sobre lo que se piensa, lo que se dice, lo que se hace o los métodos que se usan: cuando en tu mesa no falta pan (ni vino) y duermes con calefacción en invierno es muy fácil criticar a quienes, sin trabajo desde hace meses (o años), van a expresar su rabia y su desencanto a los alrededores de un Congreso abarrotado de corruptos; a los que, llevados por su situación y espoleados por porrazos de las Fuerzas de Seguridad del Estado, responden a una agresión sin poner la otra mejilla. Es muy fácil, desde la seguridad de tu atalaya, decir que eso y el intento de cambiar el resultado de las elecciones de EE.UU. mediante la fuerza, espoleado y organizado por las personas que ostentan el poder, son la misma cosa, o siquiera comparables. Es muy fácil pensar que el lenguaje de la indignación, la rabia y la desesperanza contiene la misma violencia que el lenguaje del machismo, la homofobia o la xenofobia; las mismas consecuencias, los mismos motivos...

Cuando te casas en la Catedral de La Almudena y tienes a tus hijos en un colegio privado es muy fácil criticar la ley de matrimonio homosexual, la adopción por parejas del mismo sexo, las reivindicaciones feministas o trans, o una ley que pretende potenciar la educación pública reduciendo los privilegios de clase y la segregación.

Cuando vas a clínicas privadas y pagas un seguro carísimo que te cubre cualquier problema que pudieras tener es muy fácil decir que la sanidad pública está sobredimensionada o criticar que los inmigrantes tengan los mismos derechos que cualquier español a ser atendidos en un centro de salud.

Todo eso es muy fácil de criticar porque la vida es más fácil en esos lugares; así como es más fácil pensar que todos los problemas se pueden resolver simplemente introduciendo una papeleta en una urna cada cuatro años. Cuando se amplían derechos se reducen privilegios, esos privilegios a través de los cuales ven y sienten las cosas quienes piensan que una democracia se sustenta sobre la obediencia a las leyes y a las instituciones, antes que sobre la sociedad y los derechos de todos. Es una cuestión de perspectiva. O tal vez, no.


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