Revista Cultura y Ocio
La felicidad sería imposible sin tenerse respeto a uno mismo. Si perdemos nuestra propia dignidad. Nos conocemos todos. Sabemos lo que hacemos y por qué lo hacemos, aunque lo disfracemos cada día con argumentos nímios para engañarnos a nosotros mismo. Lo negativo de todo esto es que, aunque llegáramos a estar totalmente convencido de nuestras propias excusas, nuestro cerebro nunca olvida nada. Lo esconde muy bien si hace falta, pero no olvida los atropellos emocionales. Así, si en algún momento perdemos nuestro propio respeto, el cerebro jamás lo olvidará. Al mismo tiempo, nos castigará por ello, creando pensamientos e ideas que camuflen esa falta de dignidad personal, pues, sin ella, es difícil progresar. Hará que tus criterios de felicidad se alejen de la felicidad misma. Envolverá tu propio engaño en una falsa apreciación de la realidad que te llevará a una rara persecusión de una felicidad inexistente. ¿Nunca se han preguntado por qué cuando uno cree que va a capturar la felicidad, ésta ya no se encuentra ahí? Eso ha llevado a conjeturar que la felicidad está en el mismo proceso, en el camino, en la antesala de la felicidad. Porque pocos han tenido la felicidad en sus manos sin que se les haya escabullido como un truco de magia barata. Ahora la ves; ahora no la ves. Pero, esté en dónde esté, parece ser esquiva, y mucho menos, permanente. No hay nada para toda la vida, como quien dice. Aunque siempre hay excepciones que no puedan explicar siquiera los propios protagonistas. Y tal sea porque nunca perdieron ese íntimo respeto hacia sí mismo que tanto cuesta mantener en cualquier sociedad. O tal vez sólo sea un pensamiento romántico más para echar a volar la imaginación un rato.