El viernes estaba viendo un reportaje sobre José María del Nido, expresidente del Sevilla FC, encarcelado por corrupción. Lo que me sorprendió de aquel reportaje no fue cómo Del Nido movía los hilos de la corrupción en Marbella (durante años sinónimo de corrupción política) ni su pasado fascista (con brutales agresiones incluidas); lo que me sorprendió fue que había gente, y no solo presidentes de clubes de fútbol, dispuesta a defenderlo. Gente de la calle que decía que Del Nido era "inocente" y que "él ha hecho muy buen trabajo, lo único que pasa es que le ha pagado mucho".
Realmente, estas actitudes no son nuevas y ya ni sorprenden. Lo hemos visto muchas veces: Francisco Camps, Carlos Fabra, Isabel Pantoja, Lionel Messi...
También existe ese hooliganismo, alimentado por el bipartidismo, de que "mis corruptos son mejores que los tuyos porque en tu partido sois más corruptos". Recientemente lo hemos visto con el caso de los ERE. Mientras unos ven persecución y oportunismo en la instrucción de la jueza Alaya, no ven esa persecución y oportunismo en la instrucción del caso Gürtel, por ejemplo. Y lo mismo al contrario. Según el partido que sea perseguido, la actitud de mucha gente con la corrupción varía.
En la corrupción política existen los responsables directos: los que roban. Pero también existe una responsabilidad en la gente que los mantiene con sus votos y los justifica. En la Comunidad Valenciana, Francisco Camps salió reelegido en 2007 (a pesar de los primeros escándalos y de sucesos tan graves como el accidente de metro de 2006). En 2011 volvió a salir reelegido a pesar de que estaba formalmente imputado. Algo similar sucedía en Castellón, donde el PP era votado masivamente a pesar de los escándalos de corrupción que implicaban (e imputaban) a Carlos Fabra.
Lo he dicho otras veces y sigo pensándolo: En este país la democracia representativa no funciona. Y una de las razones (otro día podemos hablar del sistema o de cómo se hizo la Transición...), es que la sociedad española no tiene una adecuada educación e información política. No me refiero a educación que obligue a votar a un partido u otro (porque entonces estaríamos en una dictadura a las claras). Me refiero a una educación que enseñe a los ciudadanos, de forma totalmente neutral, qué persiguen las diferentes ideologías, así como el funcionamiento de los partidos y, más importante porque nos afecta directamente, cómo funcionan las administraciones públicas. Así se evitarían argumentos hechos desde la ignorancia tales como "él ha hecho muy buen trabajo, lo único que pasa es que le han pagado mucho".