Revista Historia

Cuestión de supervivencia

Por Ireneu @ireneuc

Cuestión de supervivencia

Hace unos años, en una conversación informal con gente de la calle en relación a la expansión del área urbana de Barcelona, uno de los improvisados tertulianos me espetó: "Pues hasta Sitges, mira si hay espacio!". La respuesta me produjo un cortocircuito de principios, ya que pude comprobar que mi idea de racionalización del uso y extensión limitado del espacio urbano chocaba de frente con la tendencia general de la sociedad, para la cual el territorio es simplemente un papel en blanco donde hacer lo que se quiera cuando se quiera. De eso hace más de diez años, y mucho ha cambiado la cosa desde entonces, pero, desgraciadamente, esta visión de uso del territorio aún está arraigada en nuestra sociedad, o si no, no se entiende que aberraciones como Eurovegas o BCNWorld hayan encontrado quien se las escuche y, lo que es peor, quién se las haya tomado en serio.
Cierto que el territorio es el lienzo en blanco para el desarrollo de la sociedad humana, pero al contrario de lo que parece, este lienzo no es blanco del todo. Hay toda una serie de otras cosas, de condicionantes, de pautas, con las que debemos contar para que lo que escribamos sobre él sea o una hermosa página de un libro de poesía o una maraña de notas garabateadas sin el más mínimo sentido.
La sociedad humana de los últimos cien años se ha acostumbrado al "cada vez más" y le ha parecido que de todo podríamos tener más y de forma indefinida, simplemente deseándolo, ya que la técnica nos lo había permitido. Sin embargo, hay algo que la técnica, hasta ahora, no puede incrementar de forma exponencial como lo ha hecho con la alimentación o la tecnología y es, justamente, el territorio. Un territorio, que está limitado tanto en extensión como en recursos y del cual dependemos todos los seres vivientes de la tierra, incluido el hombre.
Hasta ahora, las instituciones, obcecada en sus mecanismos internos, han seguido el modelo de desarrollo expansionista que ha funcionado tan bien -sobre todo para algunos- durante los últimos dos siglos, pero esta dura crisis que nos rodea a todos los niveles está dejando bien patente que todo tiene un límite: O nos adaptamos a lo que tenemos, renunciando al "más y más" y disponiendo equilibradamente de los recursos que nos ofrece la Tierra, o , de un comportamiento calcado al de las langostas, sólo tendremos que esperar el mismo final catastrófico.
Es en este punto en que resulta dolorosamente obligatorio el poner límites a todo aquello que, tras las excusas más peregrinas, en el fondo implica un uso meramente especulativo del territorio. No es cuestión de gusto el limitar la explotación de los ríos, no es cuestión de gusto el limitar la destrucción de la agricultura periurbana, no es cuestión de gusto el limitar la construcción indiscriminada, no es cuestión de gusto limitar la destrucción del medio ambiente , no es cuestión de gusto limitar el gasto de energía, no es cuestión de gusto que se preserve el territorio.
No es cuestión de gusto, es cuestión de simple supervivencia.

Cuestión de supervivencia

Salvar Cal Trabal, la última zona agrícola de L'Hospitalet, no es por gusto.



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