Revista Política
A Eufrasio Cantalejo le quedaba apenas un mes de vida. Tenía el orgullo de ser poseedor de una de las enfermedades más extrañas y fulminantes del mundo. Los médicos le habían desahuciado y abandonado a su suerte. Sólo le quedaba rezar. Un día le propusieron, como única salida para engañar a la muerte, la criogenización. Le despertarían cuando la ciencia tuviera una respuesta a su extrema dolencia. Y así sucedió, pasaron cien años y Eufrasio fue reanimado de su letargo. Cuando estuvo lo suficientemente lúcido, preguntó si ya estaba curado. Unos científicos de batas blancas, le comunicaron que a pesar de haber pasado un siglo aún la ciencia no tenía respuesta, que lo habían despertado para pasarlo a otra cámara de criogenización más moderna, con una autonomía propia para otros cien años. Antes de pasar al letargo, pudo ver las maravillas de aquel mundo futuro y no comprendió como aún no habían encontrado la solución a su enfermedad, en una civilización que prácticamente había acabado con todos los sufrimientos que atormentan al ser humano. Una vez más fue animado a dormir en una confortable cápsula en donde pasaría no se sabe cuanto tiempo, quizás otros cien años. Un día volvió de nuevo a la vida, abrió los ojos y se encontró en una especie de chamizo sobre unas pieles de animales. Un fuego situado junto a él le daba un calor confortable. Intentó levantarse pero no pudo, sus piernas aún estaban adormiladas. Ya había sentido antes esa sensación, la primera vez que le despertaron. Se percató de la presencia de un hombre sentado junto a la hoguera, tenía un extraño tocado de plumas en la cabeza. Le dijo que era el chamán de la tribu, que habían encontrado su cápsula y otras más, pero que el único cuerpo con vida era el suyo. El mundo había sufrido un cataclismo cuando una estrella del cielo cayó a la Tierra. Había pasado doscientos años dormido y ahora moriría en un mes, no tenía salvación. Explicó sus dolencias a aquel hombre arrugado y con plumas en la cabeza. Este asintió con la cabeza, se levantó y volvió al cabo de un rato. Le hizo beber un espeso y repugnante brebaje elaborado a base de hierbas del bosque y le dijo: "¡Ya está!". ¿Ya esta?, pensó para sus adentros, el mes que viene moriré. Y llegó el mes que viene y dijo lo mismo "el mes que viene moriré". Así pasó Eufrasio los últimos 60 años de su vida, siendo uno de los hombres más longevos de la tribu.