Revista Política

Cuestionando las tesis de la sociedad líquida sobre las instituciones sociales

Publicado el 14 mayo 2012 por Trinitro @trinitro

Cuestionando las tesis de la sociedad líquida sobre las instituciones sociales
Uno de los argumentos que utilizan los defensores de la sociedad líquida es el siguiente: “vivimos en una situación muy interesante, los nuevo aún no ha acabado por nacer, y lo viejo aún no ha terminado de morir”. Detrás de esta premisa está la visión sobre las instituciones sociales de que estas han de “morir” para dejar aparecer nuevas formas de organización social.

Es lo que no se atreven a decir los Manel Castells, los Punsets o los Arcadi Oliveres de turno y muchos sociólogos y politólogos de la sociedad líquida. Pero es lo que piensan.

No se atreven a decir porqué anunciar la muerte de los partidos políticos, parlamentos, sindicatos, asociaciones de vecinos y resto de instituciones sociales es muy osado, pero realmente piensan que han de transformarse en “algo nuevo”.

Estoy convencido de que las instituciones sociales son cuestionables. Que partidos, parlamentos, asociaciones, sindicatos e instituciones de todo tipo han de mejorar, reformarse, adaptarse a los tiempos que corren. Sí, cierto, y mi postura es contraria al inmovilismo y mi vida profesional orbita alrededor de la mejora de una de estas instituciones.

Pero detrás de la postura de los que constantemente cuestionan las instituciones hay una (vana) esperanza postmoderna de superación del modernismo, sus instituciones y la estructura económica y social que la sustenta.

El postmodernismo ya ha tenido fases de este tipo. El mayo del 68 es posiblemente el primer intento de superar las instituciones de la modernidad. Todo hay que decirlo, no hay sociedades que logren canalizar el descontento y los desequilibrios sociales de forma institucionalizada al 100%. Ni la férrea sociedad de la edad media se libró de alzamientos populares, revoluciones, guerras civiles y conflictos sangrientos donde campesinos oprimidos se atizaban con la nobleza.

La visión de que “las instituciones de la modernidad fallan y deben ser superadas por nuevas instituciones o formas de movimiento social” es un neoromanticismo postmoderno. Muy bonito en el papel, pero irreal, al menos a la práctica.

Detrás de este mensaje no está la revolución ultraprogresista, sino el antisistema más facilitador del poder. Las instituciones están cuestionadas, son débiles para gestionar las crisis económicas y sociales graves como esta (ojo, también lo eran en 1939, y el resultado al menos, hasta ahora, socialmente fue mucho peor), pero ¿os imagináis una situación actual sin hospitales, sanidad, sin asociaciones, sin sindicatos, sin parlamentos y sin organizaciones políticas? ¿una sociedad sin instituciones sociales como las conocemos y la peña reuniéndose en ágoras como el 15M pretendiendo influir en la agenda política de “alguien”? ¿realmente se lo creen o nos toman por tontos?.

Es ridículo… No quiero quitar la importancia que tiene asumir que la sociedad ya no se encuadra en “clases sociales” con instituciones focalizadas para cada una de ella (sindicatos para los trabajadores obreros, asociaciones profesionales para los white collar, y partidos que representan cada uno de los intereses de clase), pero eso no es “postmodernismo” sino ultramodernismo, como el que sociólogos como Esping-Andersen describen, creo, con herramientas de análisis mucho más útiles y realistas que toda la sociología líquida habida y por haber.

Sé que este análisis me enemista con el corpus doctrinal de la universidad donde estudié mi DEA en Sociología, la UOC, pero temo que igual que la politología francesa está demasiado marcada y sesgada por el mayo68icismo la sociología y los análisis sociopolíticos españoles están demasiado sesgados por un postmodernismo que es poco constructivo.

Y mi interés de “clase” como alguien que con su “voto económico” puedo ejercer menos poder que el director del banco de Santander, realmente esta postura, debilita las pocas instituciones, reales, con un mínimo de efectividad y capacidad de influir en la economía y en la sociedad desde las que puedo hacer política.

Puede que al señor Castells o al señor Oliveres desde su cátedra, la creencia de que los sindicatos o las organizaciones políticas clásicas son entes a extinguir para que renazca un movimiento social con toda su fuerza les sea lo que más favorezca sus sesgos cognitivos. Pero evidentemente no mis intereses personales, ni de la gente que gana su dinero de forma parecida a la mía: basicamente a través de una actividad profesional de algún tipo y no de invertir grandes capitales.

Los sueños de los sociólogos líquidos son posiblemente las pesadillas de las clases trabajadoras en el sentido más amplio, plural y extenso que podamos imaginar.

 


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