-¿No has estado en Calamocha, tú?-¿Qué?-¿No has estado en Calamocha?No había muchos parroquianos en el “Bergman”, un exquisito bar musical en el que se escuchaban viejas grabaciones de jazz los lunes y los jueves y un local de actuaciones en vivo más ruidosas los viernes y los sábados. Aquel día era domingo, jornada semanal reservada a las actuaciones de grupos de aficionados. Ramón observó al tipo que le había interrogado tan inopinadamente sobre cuestión tan críptica. Se trataba de un individuo de mediana edad que parecía disfrazado de predicador, vestido con jersey gris, chaqueta oscura con coderas y gruesas gafas de pasta.-Mire, amigo, no entiendo lo que me está preguntando. Lo cierto es que ni siquiera sé qué es Calamocha, ni, por supuesto, dónde se encuentra.-No importa, amigo, en este mundo facundo, quien no va el primero va el segundo. El concierto de aficionados que estaba anunciado para aquella noche era el de un grupo punk de chicas llamado “Las Clavículas Autoconclusivas”, al que su reducido séquito de fans conocía habitualmente como “Las Clavículas”. Las chicas, que contaban con un equipo tan precario que los cables de las guitarras estaban pelados por varios sitios, sufrían habitualmente varias descargas eléctricas en el transcurso de sus actuaciones, la cual cosa, dadas las características estridentes de su estilo vocal y la espectacular tiesura de sus crestas capilares, nadie entre el público era capaz de advertir.En la barra del “Bergman”, Ramón seguía sufriendo el desconcertante acoso del desconocido con aspecto de reverendo.-¿Conoce usted la historia de dos que iban por el camino y uno le decía al otro: “No me fío de la mitad de la cuadrilla”, y eran padre e hijo?-No. Oiga ¿va usted a darme la murga toda la noche?-Le soy sincero, no estoy aquí para darle la murga. Estoy esperando a mi chica. Verá, quiero hacerle una pregunta, cuando llegue.Ramón no pudo evitar observar detenidamente la expresión del desconocido, nítidamente expectante. Se encogió de hombros y preguntó:-Está bien, dígame, ¿cuál es la pregunta?-¿Qué le dijo la manzana al gusano?
Ramón apuró su copa y salió al frío de la noche. Tomó el metro, llegó a su domicilio, un pequeño apartamento atestado de películas y libros de cine, se desvistió, se acostó y pensó infructuosamente en la respuesta a la pregunta que había formulado el desconocido. “¡Maldito lunático!”, exclamó mentalmente a las cuatro de la madrugada, sin poder dar con ella. Poco antes, en el “Bergman”, la chica del aparente sacerdote de paisano había contestado a su pregunta, sin inmutarse: “Me gusta que estés dentro de mí” y el tipo había salido a la calle a la carrera. Llovía a cántaros, pero sonreía.