Siete de cada diez españoles votaron al PP, al PSOE y a Ciudadanos, partidos moderados y dialogantes que suman 253 de los 350 diputados del Parlamento.
Sin embargo, los otros tres, si son como el líder de Podemos, Pablo Manuel Iglesias, albergan un gran resentimiento que parece odio contra todos los demás.
El PP, al que la corrupción de tantos dirigentes le hizo caer desde los 185 diputados al entrar 2012 a los 123 de ahora, sigue siendo el más votado porque mantiene un sentido del Estado demostrando firmeza, por ejemplo, frente a los independentistas catalanes.
Del PSOE se recuerda aún el desastre provocado por Rodríguez Zapatero entre 2004 y finales de 2011, que arruinó el país, resucitó guerracivilismos y estimuló el separatismo con su Estatuto catalán inconstitucional. De ahí que de 169 diputados en 2008 cayera a 110 en 2011.
Ciudadanos, nacido en Cataluña en 2006, fue el único partido que se enfrentó al expansionismo nacionalista, mientras el PP cabildeaba con él y el PSC-PSOE coqueteaba con el separatismo gobernando la Comunidad con ERC.
Cuando el PSOE perdió poco antes de 2012, su líder, Alfredo Pérez Rubalcaba, recuperó la cordura del partido y actuó como hombre de Estado.
Pero su relevo desde junio de 2014, Pedro Sánchez, inició en un estilo bronco y provocador. Cayó a 90 diputados. Poco más que el naciente Podemos, al que calificaba de antisistema y populista, dependiente de Venezuela e Irán; ahora le llama “progresista-reformista”.
La elección del socialista Patxi López como presidente del Congreso con apoyo directo de Ciudadanos e indirecto del PP, frente al odio que destila Iglesias, debería lograr que Pedro Sánchez recuerde que su partido pierde cuando olvida el sentido del Estado concentrado en siete de cada diez españoles.
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SALAS