Un marido, receloso de su mujer y sospechando algo, le activó una aplicación llamada Find my friends -con lo fácil que es llamar y preguntar, os diréis, pues no, ahora os cuento el por qué-.
La mujer, desconocedora de esto, estaba tranquilamente a lo suyo cuando el marido le envió un mensaje para preguntarle dónde se encontraba. Ella mintió. Él desconfío, activó la aplicación y ¡zas! descubrió que no era donde decía ella.
Vamos, que seguramente tengamos divorcio al canto. Aunque la excusa de "me enteré gracias al móvil" lo mismo no le sirve porque es un delito manipular el teléfono de alguien sin su conocimiento -en su país, que seguramente sean americanos, por variar-. La próxima vez lo que tiene que hacer es preguntar y activar. Así mucho más fácil. La otra persona o no engaña o se buscará otra táctica.
Lo que viene al caso es la constante vigilancia que tenemos encima, cual Gran Hermano -me refiero al de George Orwell más que al programa basura-, lo que provoca dos situaciones: gente más perversa y retorcida para engañar o la paulatina desaparición de la mentira.
Como estamos donde estamos y somos quienes somos, es decir, humanos, seguramente suceda lo primero. Ya pasó la moda de controlar los sms y las llamadas, ahora son las aplicaciones, pero ahora que se ha descubierto lo bien que funcionan, ¿qué será lo próximo? ¿Irnos a la tienda del espía? (En Madrid hay una y la sacan todos los años con los trucos, que digo yo, para qué, si así la gente ya se los sabe).
Qué es peor, ¿buscar o vivir en la ignorancia? Dicen que el que busca siempre encuentra y está claro que en este caso así ha sido.
Lo que sí os puedo decir es que a mí no me busquéis. No tengo móvil de última generación -ni de penúltima-, no uso aplicaciones y por supuesto, no salgo de casa -con el móvil encima quiero decir-. Así que siempre me podréis encontrar delante de este nuestro y vuestro ordenador, en este nuestro y vuestro blog, fiel a... al mejor postor.