Tiempo estimado de lectura: 1 minuto
Fuente: gratisography
El trabajo en nuestra sociedad ha llegado a convertirse en algo tan esencial para vivir que el mero hecho de desempeñar alguna actividad dentro del sistema productivo es el factor que regula gran parte de nuestra autoestima. De ahí que resulte fácil imaginar el estado anímico al que se ven expuestos aquellos profesionales que no encuentran su hueco en el mercado laboral.
A este hecho le debemos añadir un cierto barniz ideológico por el cual se nos repite insistentemente que la dedicación al trabajo es la clave del éxito personal. ¿Personal o profesional? Pues después de lo dicho en el primer párrafo cada uno que saque sus propias conclusiones.
No siempre fue así.
El trabajo, que históricamente ha tenido una función instrumental y el medio que nos permitía gozar de ciertos bienes de consumo, hoy se ha convertido en un fin en si mismo. Este es el nuevo paradigma, el trabajo como la vía para “sentirnos realizados”, lo que da sentido a la vida y nos permite alcanzar dignidad y valor en nuestra sociedad. Vale, aceptamos barco, pero ¿acaso todos disfrutamos de las mismas oportunidades?…
El trabajo es algo esencial para el que el hombre lleve una vida equilibrada, indispensable para que el individuo pueda realizarse. Christine Laforgade
La culpa es tuya
Como bien señala Michela Marzano, vivimos en una sociedad en la que los nuevos interrogantes engendran nuevos profetas. En este contexto, el paradigma del trabajo como eje central de nuestras vidas aporta una visión bastante simplista del ser humano pero ha logrado calar en la mente de muchas personas gracias a la retórica del lenguaje que utilizan muchos de los gurús de la gestión empresarial. Mensajes como “querer es poder”, “el éxito está al alcance de todo el mundo”, etc. revolotean sobre nuestras cabezas haciéndonos caer en la falacia de control (distorsión por la cual nos creemos responsables de todo o de nada). El problema es que este planteamiento lleva una dolorosa carga de profundidad, la culpabilización del individuo. ¿Cómo? Pensemos que si no alcanzamos las metas que nos hemos propuesto la respuesta de estos nuevos profetas empresariales sería obvia: “no has entendido bien los conceptos”, “no te has esforzado lo suficiente”, o bien “no aplicaste la fórmula correcta”. En definitiva, que solo tú eres el responsable de tu situación (en el post “la falacia de emprender” puedes ampliar ciertos matices sobre esta cuestión).
El axioma del “todo es posible” a menudo nos crea una imagen distorsionada del mundo pero la realidad nos demuestra, a veces con toda su crudeza, que no se puede tener todo lo que uno desea y que existen limitaciones materiales y éticas que se imponen. Por otro lado, en nuestro mundo, el caos y la aleatoridad están tan presentes que no somos totalmente responsables del propio éxito o de la propia felicidad; por tanto, no se puede gestionar y controlar todo. Esto me recuerda la máxima estoica que me enseñó un paciente al que conocí durante mi etapa como psicólogo clínico.
Hay cosas que se pueden cambiar, hay otras que no se pueden cambiar y la sabiduría consiste en establecer la diferencia entre las dos.