Todo problema de España con Marruecos tiene mala solución, y la peor es la que pedían algunos prosaharauis con ropas de camuflaje y armas simuladas que se manifestaron hace unos días en Madrid gritando “¡Guerra, sí!” junto a sindicatos y partidos políticos, menos el PSOE.
Estaba hasta el vicesecretario general de Comunicación del PP, Esteban González Pons, al que abrazaban los saharauis que aún agradecen como lección a Marruecos la toma española del islote de Perejil, en julio de 2002.
Invadido por seis gendarmes marroquíes, fue recuperado por unos pocos españoles más en un acto serio que convirtió en ridículo Federico Trillo al emitir un comunicado que parecía la Reconquista de Granada o la conquista de la Luna.
La amistad de Bush y Aznar permitió que aquel asalto de Mohamed VI a la soberanía española le hiciera pensar la inconveniencia de emprender actos mayores en Ceuta y Melilla.
Aznar apoyó en contrapartida la invasión de Irak, y meses después de la conquista angloamericana envió tropas españolas a reconstruir el país, como se dice en estos casos.
Veinte meses después de Perejil se producían los atentados de Madrid del 11M de 2004 cuya consecuencia, aparte de los 172 muertos, fue el inesperado triunfo electoral de Zapatero.
La mayoría de los terroristas eran marroquíes. Los eficaces servicios secretos de su país, infiltrados entre los inmigrantes, aparentemente desconocían el proyecto de atentado con explosivos industriales, pero quizás también militares en poder de pocos países, entre ellos Marruecos.
Conviene llevarse bien con Marruecos por razones estratégicas, comerciales, Al-Qaeda, y precaución ante actos imprevisibles.
También porque EE.UU. ya no ayuda como antes: recuerda que Zapatero se sentó al paso de su bandera y retiró las tropas de Irak en un acto que debería haber sido honorable pero que resultó cobarde, según afirmó el vicepresidente de Obama, Joe Biden.