Revista Opinión

Cuidado: la policía anda suelta y está armada

Publicado el 08 septiembre 2010 por Fragmentario
¿Quién vigila al vigilante?

¿Quién vigila al vigilante?

Ezequiel tenía la vida simple, castigada y alegre de los muchachos del barrio Pío X, periferia de la Corrientes vieja y dormida.

A los catorce años el mundo es una conquista diaria. A Ezequiel debía costarle trabajar por las noches juntando cartón con su padre, en el viejo carro familiar, para después levantarse temprano, desayunar con sus hermanos y partir al colegio. A los catorce años el mundo es una rutina cargada de sueños.

Esa tarde de anteayer se impuso un sol primaveral que dejó atrás las lluvias y la inundación. Ezequiel pidió permiso para ir a jugar a la pelota. Su padre lo autorizó con el gesto automático de los padres, que consiste en ordenar a los hijos portarse bien y volver lo más temprano posible. La cancha de Libertad se llenó de jóvenes, de goles, de alguna falta malintencionada. El partido terminó y todos comenzaron el éxodo celebrando o sufriendo el resultado.

A pocas cuadras las seccionales dos, tres y doce dieron comienzo a su razzia. Los jefes del operativo buscaban a dos jóvenes que habían escapado luego de robar una cadenita de oro a una señora. No sabían nada más sobre ellos. Golpearon puertas y vulneraron patios, gritaron y amenazaron. Los vecinos, acostumbrado a las violentas incursiones de la ley, juraban que los perseguidos no eran de la zona sino del asentamiento La Lata. Sin resignarse, los efectivos se extendieron por las zonas laterales.

Nunca sabremos por qué rasgo, actitud o asociación el policía dio la voz de alto a Ezequiel. Tampoco queda claro si se quedó paralizado o, invadido por el miedo, corrió en busca de su familia. Lo cierto es que se abalanzaron sobre él, lo sometieron y, cuando quedó inmóvil en el piso, lo fusilaron con una itaka, de un balazo en el cuello. Luego lo cargaron en la camioneta, “como una bolsa de papas”, en palabras de su tío, y lo dejaron encerrado durante media hora sin recibir atención de ningún tipo.

Los médicos del hospital pediátrico Juan Pablo II no pudieron hacer nada. Inconsciente y desangrándose, Ezequiel -estudiante, carrero, pobre y adolescente- se murió a los catorce años.

El comisario Tránsito Ramírez habló de falta de coordinación y errores humanos. El ministro Valdés se refirió primero a un hecho desafortunado en el marco de un intercambio de disparos. Cuando la evidencia lo superó -ni siquiera los ejecutores se animaron a fabular tanto- cambió su versión por la de un disparo accidental y recordó, haciendo gala de su amplio conocimiento técnico-criminalístico, que a las armas las carga el diablo. Ninguna autoridad se acercó a la familia para dar explicaciones. Tal vez no sean necesarias.


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