El artículo Cuidados Básicos de la Piel aparece en consejos
La limpieza del rostro, al menos dos veces al día, ayuda a eliminar los restos de la contaminación del ambiente que se depositan sobre nuestra piel y que le restan luminosidad y vigor. Así mismo, una adecuada limpieza facial es necesaria para limpiar nuestra piel de microorganismos que pueden infectarla y de restos de cosméticos, células muertas y secreciones que impiden que se oxigene correctamente.
La contaminación y los restos de cosméticos se adhieren a la piel y crean una película de suciedad que, además de bloquear los poros, favorecen la aparición de granos y puntos negros, la deshidratan y le quitan vitalidad.
Algunos contaminantes presentes en el ambiente tienen acción oxidante, y favorecen el envejecimiento cutáneo e incluso, en personas sensibles pueden provocar cuadros de dermatitis alérgica o irritaciones importantes de la piel.
Por todas estas razones se aconseja la limpieza del cutis dos veces al día, utilizando siempre un limpiador suave, a ser posible que no tenga jabón, como los “syndets” o los que contienen tensioactivos no iónicos o anfóteros que respetan la estructura de la piel, y con un pH entre 5 y 5,5 (ácido). En zonas de aguas duras, o en pieles muy sensibles y/o deshidratadas se recomienda mejor el uso de soluciones micelares, que no se han de retirar con agua.
Los profesionales también aconsejan utilizar un tónico entre la limpieza y la aplicación de los productos de tratamiento e hidratación, que tiene que ser sin alcohol para evitar que reseque la piel.
En pieles gruesas, resistentes y/o grasas se aconseja realizar una suave exfoliación con cierta frecuencia, para retirar las células muertas que se depositan en la piel e impiden la oxigenación de las células más jóvenes.
Tras la limpieza, se ha de hidratar la piel. Sobre todo durante el invierno es de gran importancia el uso de cremas hidratantes y en el caso de que se tenga la piel muy seca, repetir la aplicación dos o tres veces al día. El frío provoca vasoconstricción de los capilares que nutren la piel, provocando la deshidratación cutánea, que hace más lenta la renovación celular. Como consecuencia de este proceso, la capa formada por las células muertas se hace más gruesa e impide que la secreción de las glándulas sebáceas llegue con facilidad a la superficie para lubricar y nutrir la epidermis.
La deshidratación conlleva una pérdida de elasticidad de la piel, lo que favorece la aparición de arrugas. La falta de hidratación de la piel también puede provocar en algunos casos que aparezcan descamaciones e, incluso, rojeces en las mejillas debidas a que los capilares no se adaptan bien a los cambios bruscos de temperatura.