Había terminado la creación, y tras siete días intensos, descansó…
Eones después, pensó que le faltaba algo por hacer. Y decidió enviar a su mensajero, destino, en forma de dedo, a la era de las redes, a terminar el trabajo. Su trabajo parecía fácil: sólo tenía que pulsar un botón, el adecuado.
Destino, consciente de la importancia, no se conformó con pulsar una vez, sino que volvió a hacerlo otra, por si acaso, aunque al tiempo se decía: “si tiene que ser, será, la magia hará su trabajo”. Sabía que había cumplido correctamente el mandato.
Partió, tranquilo, dejando que las cosas siguieran su curso.
Arriba, el creador sonrió. Ahora sí había hecho bien su trabajo, y éste estaba terminado. Lo demás ya no era cosa suya…