Manuela Carmena y Ada Colau han anunciado que expandirán en sus ciudades la agricultura orgánica, llamada ecológica, ignorando que es uno de los orígenes del hambre y la pobreza en el mundo.
Han prometido abrir “huertos” en parques y campos de Madrid y Barcelona para gozo de los habitantes autoproclamados ecologistas, amantes de lo natural.
Esas señoras deberían saber que los cultivos orgánicos, huertos imitando la agricultura prehistórica, y más en grandes ciudades, son antisociales porque usan tal cantidad de agua necesaria para la vida e higiene humanas que agravan las sequías, como ocurre actualmente en California.
El mito de la agricultura ecológica y sus bondades queda desmontado con un informe del Departamento de Agricultura (USDA) de EE.UU. que, tras estudiar 14.450 fincas orgánicas que cubren 4,1 millones de hectáreas, encontró:
Que a pesar de consumir un 60 por ciento más de agua, lo que provoca salinidad donde hay poca, los rendimientos de maíz orgánico son el 30 por ciento más bajos que los convencionales; los de arroz, el 41 por ciento; el trigo de primavera, el 53 por ciento; las mandarinas orgánicas, 48 por ciento; la lechuga orgánica, el 70 por ciento.
El Instituto Hudson para los Problemas Mundiales de Alimentos advierte que la agricultura convencional vence a la orgánica en una media del 30 por ciento, aparte de que su eficiencia de nitrógeno mejora el 60 por ciento y ahorra un 35 por ciento en mano de obra.
Los cultivos llamados orgánicos deberían gravarse con elevados impuestos, y además por resultarnos sanitariamente carísimos: provocan graves contaminaciones y envenenamientos que los médicos no denuncian, temerosos de la ecológica corrección política.
Por pegarle una patada al PP muchos españoles se la han atizado en el su propio trasero.
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