Revista Política

Cultura actual: obstáculo a la espiritualidad. Juan José Pescio

Publicado el 04 marzo 2018 por Gabrielvl @gabrielvl05

En esta ponencia partimos de la siguiente hipótesis: Esta cultura violenta en la que estamos inmersos es consecuencia del proyecto de vida individualista y posesivo que orienta la vida. Este tipo de proyecto es el obstáculo que impide ponerse en el lugar del otro y registrar las señales de lo profundo.
Este proyecto de vida está hoy globalizado y se basa en el supuesto erróneo de que es el camino hacia la felicidad. Las diferentes culturas han adoptado esta dirección como si fuera la correcta sin advertir que como consecuencia de ella, es que vivimos en un mundo cada vez más violento. Hoy a nivel mundial, las autoridades políticas y los medios de difusión, (salvo algunas excepciones)sostienen de forma directa o larvada que:
“La actitud posesiva es positiva, porque impulsa a acumular bienes intangibles y tangibles en forma creciente, en el interior de esa entidad a la que llamamos “el yo y lo mío”. Por ese camino, se sostiene, vamos a llegar a la felicidad como individuos y también como conjunto social, como consecuencia del “derrame”. La actual economía a nivel mundial se apoya además en la teoría psicológica que afirma que este impulso egocéntrico, es el que mueve todo comportamiento humano individual y social y se afirma que este impulso tiene sus raíces en el cuerpo, es decir en la animalidad, en lo instintivo. Desde al Nuevo Humanismo, decimos que este impulso egocéntrico surge sólo cuando estamos instalados en la parte más periférica de nuestra interioridad, pero en la medida en que nos conectamos con nuestro sentimientos y tratamos de acercarnos a nuestras aspiraciones profundas, aparecen los impulsos solidarios que tenemos bloqueados y el deseo de ayudar al que lo necesita. Los niños por ejemplo, no sólo necesitan recibir afecto y ayuda sino darla y esto es algo que se puede aprender a hacer, si se crean los ámbitos adecuados. También puede comprender cualquier persona, basándose en su propia experiencia cotidiana, que al instalarnos en el proyecto de vida posesivo individualista, las demás personas, pasan a ser amenazas en la competencia para lograr la propia felicidad y otras veces se convierten en obstáculos o en aliados poco confiables, lo que desencadena nuestro temor o nuestra violencia. No es difícil observar también, que la dirección mental individualista y esta actitud posesiva, empujan a la lucha con los demás por llegar a la “cima” del poder económico, del conocimiento, del reconocimiento y afecto, de la posición en cualquier pirámide organizativa, llámese empresa, partido, movimiento social, iglesia, etc.
Es claro que para considerarse en la cima, todos los demás deben quedar por debajo. Sin embargo, a pesar de las declamaciones de solidaridad que se escuchan continuamente, este es el paradigma de felicidad del mundo actual que se expresa en el deporte, en la economía, en la política, etc.
Planteamos desde nuestro punto de vista, que cuando aspiramos a esta cima, es porque creemos que tendremos al llegar a ella, la suma de nuestros registros placenteros y ponemos entonces en el futuro, lo que creemos que será esta experiencia. Este proyecto de felicidad está centrado, prioriza, el obtener estos registros sólo para uno mismo y esto lleva a dar la espalda al dolor y sufrimiento de los demás. Crea además la condición de la desconfianza, el temor y la soledad y sobre todo nos impide escuchar las señales internas más profundas de aquello que realmente necesitamos. Esa tensión de temor y violencia cotidiana, es llamada habitualmente “ambición personal”. A las nuevas generaciones se les aconseja tenerla, para triunfar en la competencia con los demás. De ese modo, se los quiere preparar para lo que llaman “realidad de la vida”.
Pero sin embargo, muchísima gente, que va experimentando esa sensación de temor y violencia en su interior, no está dispuesta a aceptarla como natural e inevitable y decide intentar cambiar de dirección. Pero ocurre, que en los ámbitos en los que convivimos y en la sociedad en general, ya existen de hecho estos valores, estos proyectos de vida individualistas, posesivos y competitivos, objetivados en leyes, en instituciones, en personas que se mueven por ellos y justificados por estas ideas dominantes y los poderes que las promueven, etc.
Es que cuando venimos al mundo, nos encontramos con generaciones anteriores impulsadas por este proyecto, nos rodean millones de trepadores de pirámides, programados para la lucha por llegar a ser los primeros en algún campo. Ellos son el principal componente de esta “realidad” que pretende moldear a las nuevas generaciones a su semejanza. Desde niños nos premian en la escuela, en la familia y luego cuando somos mayores, en el trabajo, si nos destacarnos sobre los demás, cuando ganamos en las competencias, ya que son parte fundamental de nuestra “formación”, pero extrañamente para quienes piensan que eso es lo mejor que nos pueden ofrecer, muchos jóvenes no quieren entrar en el molde, no quieren competir y ganarle a los otros, sino cooperar con los demás y ofrecer su ayuda solidaria a los que la necesitan.
El discurso solidario queda vacío en las instituciones, cuando las prácticas cotidianas están montadas sobre la idea de rivalizar con otros por alcanzar una meta, de la que los perdedores van a quedar excluidos. No es difícil hoy para nadie, entender que el proyecto individualista posesivo, está en la base del vínculo dominador-dominado entre los seres humanos, logrado y mantenido por medio de las armas, el dinero o el conocimiento y que el dominador, sigue tratando de aumentar sus dominios sin límite, aunque quiera disfrazar sus intenciones con argumentos humanitarios.
Aún las personas bienintencionadas al tratar de ayudar a los jóvenes (padres, docentes), creen que si se apoyan en estas motivaciones centradas en uno mismo y en los míos, van a lograr formar un tipo de persona solidaria y un ciudadano comprometido con el bienestar general. Es muy claro para la gran mayoría de la gente, que el vínculo opresor-oprimido está condicionando las relaciones internacionales en la economía, en la política, pero quizás no es tan evidente, que estos poderes están tratando de promover e imponer este proyecto de vida centrado en uno mismo, como camino a la felicidad. Puede ser que esto que hacen sea en parte por no comprender las verdaderas necesidades de los seres humanos y por otra como una forma masiva de movilizar la maquinaria de la producción y el consumismo y disolver toda forma de organización colectiva posible. Vemos hoy en China, por ejemplo, donde hay casi 1.000.000 de nuevos millonarios menores de 40 años, como la “ambición por progresar económicamente” en los jóvenes, va mucho más allá de la satisfacción de sus necesidades básicas.
Vemos que este mismo impulso hoy, al propagase intencionadamente como el ideal que unifica esta cultura global, va borrando las diferencias entre las antiguas culturas y los jóvenes de China, India, Brasil, Europa o USA comparten el mismo proyecto de vida individualista acumulativo como camino a la felicidad. Este proyecto ilusorio, va barriendo las tradiciones de colaboración y ayuda mutua o la búsqueda de lo sagrado. Este barrido que hacen a los otros caminos a la felicidad que pudieran elegir las poblaciones, puede ser en forma violenta como en China o simplemente haciéndoles vacío.
En este punto de esta presentación, en el que la mirada se amplía hasta el ámbito que corresponde al planeta y a la especie, vamos a enmarcar el tema con una cita de Silo, que en su exposición del año 76 en Canarias dice: …”¿Y qué hay más abajo del deseo, y qué hay más abajo de la necesidad? Algo, que de ningún modo desaparece. Detrás del deseo y detrás de la necesidad está sin duda, la posesión… …Y basta ver cómo se comporta una persona cuando no tiene deseo por un objeto, pero alguien pone en peligro su posesión. Resulta que ahora la relación es con otra persona y ya no experimenta por esa otra persona ningún deseo, pero sigue experimentando por esa otra persona, posesión. Y la posesión se traslada y no se trata sólo de posesiones físicas; hay posesiones morales; hay posesiones mentales; hay posesiones ideológicas; hay posesiones gésticas; hay posesiones rituales. Hay posesiones de todo tipo y todo aquello está, siempre, comprometiéndome con los objetos. De tal modo que basta que algo entre en el campo de la posesión de esos objetos que detento, para que mi posesión, que siempre está trabajando, se active con más fuerza. La posesión no cesa, y sí puede cesar el deseo. El deseo tiene características no tan corporales, no tan físicas como la posesión. Uno puede desear lograr algunas cuestiones espirituales, diferente al registro físico de querer poseer algo espiritual. Observen qué sucede en el propio cuerpo cuando se desea simplemente, o cuando se posee, o cuando el deseo es por poseer. Y siempre el deseo tiene que ver con la posesión, que es su raíz. Más abajo del deseo está esta posesión y tiene fuertes connotaciones físicas y fuertes registros físicos. Y este registro de la posesión tiene que ver con la tensión. Y se sabe que se está deseando poseer algo porque se registra una particular tensión. Y cuanto más fuerte es ese deseo de posesión, más fuerte es la tensión. Y claro, uno se agarra a los objetos, uno se agarra a la vida, uno se agarra a las cosas; y se agarra con las garras, con las manos. De tal manera que no suelta uno esas cosas, y esto de no soltar cosas, esto, trae registros de tensión… Seguramente el hombre, y ésta es la diferencia fundamental, tiene esa aptitud sobre las otras especies para soltar; tiene aptitud para alejarse de los objetos; tiene aptitud para desposeerse.
Hay algo en la estructura de la mente ya a nivel humano, algo que está preparado para que esta mente se libere de la posesión objetal. Y esta diferencia es grande ya, entre el ser humano y el mono…. La mente humana seguramente es muy joven y todavía está muy ligada a la posesión. Pero según se ve en estos procesos y según se ve en el avance mismo de la mente individual, se avanza sobre todo cuando la mente es apta o es capaz para desposeerse. Entonces sucede que la mente no registra tensión, entonces sucede que no hay registro físico de tensión, entonces sucede que los músculos no son necesarios con respecto a los objetos en el sentido de la posesión.” (Silo) Volviendo humildemente a nuestro planteo inicial sobre el condicionamiento cultural individualista y competitivo, podemos simplemente decir ahora en este marco, que esta cultura actual refuerza la actitud posesiva y bloquea el impulso opuesto de soltar, de dar.
Entonces estos dos factores: el proyecto posesivo personal que se fue internalizando en nuestra subjetividad a lo largo de la vida y los ámbitos externos condicionantes que lo siguen reforzando, bloquean los impulsos a ponerse en el lugar del otro, a la compasión, los que son tomados como debilidad. Y aunque los sentimientos profundos nos impulsen en dirección de ayudar y de construir para otros, nuestra cabeza, acostumbrada al cálculo de la ganancia personal, pone resistencia para aceptarlo como proyecto de vida.
Sin embargo la nueva sensibilidad que comienza a nacer, abre la posibilidad de tomar contacto con nuestros propios impulsos solidarios y con las señales internas de lo sagrado. Los que vivimos en esta época, experimentamos más o menos claramente, que esta dirección individualista de la vida nos queda chica, como si fuera un ropaje que nos aprieta, porque hay algo que en interior del ser humano que está creciendo y que los Humanistas podemos contribuir a que se acelere este proceso.
Estamos actualmente en esa transición. Cuando los hombres y mujeres que hemos sido formados en esta cultura nos colocamos mas cerca de la profundidad de nuestros corazón y registramos que preferimos aquellas acciones que terminan en la mejora de otros, necesitamos saber que no estamos equivocados, que nos estamos siendo menos “realistas”, sino que por el contrario, estamos más cerca que nunca de la verdadera realidad del otro y de la propia.
Para sostenernos en esa dirección, necesitamos de un marco conceptual que permita comprender ese registro y un ámbito humano solidario con el que interactuar para expresarlo en acciones hacia el mundo. Una nueva cultura solidaria y no violenta será la consecuencia de este impulso profundo que busca expresarse en el mundo y plasmarse en nuevas formas de convivencia a nivel mundial
Nuestra espiritualidad está en la dirección interior que nos señalan nuestras aspiraciones más profundas de convivencia solidaria, en la que la dirección de nuestros actos terminan en otros, sin censura externa y sin autocensura. La propuesta de felicidad individualista con la que nos quieren dividir los opresores, va llegando a su fin como pretendido fundamente para la primera civilización planetaria. Se hace necesario entonces convertir definitivamente el proyecto de vida equivocado, tanto en el mundo externo como dentro de nosotros mismos, para que el ser humano sea libre de tomar contacto con lo sagrado en su interior, ya que este proyecto de vida equivocado es el principal obstáculo para el desarrollo de la espiritualidad. Estos impulsos profundos son los que pueden formar una comunidad solidaria y abrir el corazón y la mente.
No pueden ser impuestos por una moral externa.
Surgen del interior cuando se puede salir del encierro en lo mío. Es entonces cuando el otro aparece como intencional y libre, cuando surgen deseos de dar lo necesario desde el corazón, sin especulación. Sería conveniente entonces ofrecer a cada conciencia, ámbitos para conocer y practicar esta nueva opción de “dar en lugar de tener”, “soltar en lugar de acumular”,” acercarse a la profundidad del sentimiento, en lugar de ir hacia la exterioridad”, para que cada persona pueda concretar como resultado de su reflexión, la elección intencional para su vida, de abrazar aquella dirección mental que permite tomar contacto con ese otro tiempo y otro espacio y con aquella actitud abierta hacia los demás, que hacen verdaderamente feliz y libre al ser humano.

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