La palabra cultura se introdujo en el mundo de la empresa hace unos veinte años.
La cultura, que por definición no sirve para nada, encontrará por fin su utilidad con la llamada ‘cultura de empresa‘.
De entrada algo no encaja, porque no hay nada más despreciativo con la cultura que la empresa. ‘Cultura de empresa’ es pues un oxímoron, esa fórmula de estilo que consiste en asociar dos palabras que no tienen nada que ver la una con la otra (como por ejemplo ‘banca cívica’ o ‘ejército de pacificación’,….).
Aunque la cultura de empresa es útil para los jefes cuando las cosas van bien porque crea artificialmente un sentimiento de identidad y de pertenencia, y para cuando las cosas van mal pasa a verse como un arcaísmo que obstaculiza los cambios.
De hecho, la cultura de empresa no es más que la cristalización de la estupidez de un grupo de personas en un momento dado. Este micropatriotismo está constituido por una masa compacta de hábitos un poco rancios, facilidades y tics de vestimenta y de comportamiento que se acerca a la caricatura. Una vez reescrita por los jefes se convierte en historia oficial, con sus héroes y sus fiestas destinadas a movilizar y favorecer la identificación con una empresa unida y solidaria.
En ese caso se traduce en una profusión de seminarios huecos, camisetas inllevables, pins (sí aún existen) y eslóganes supuestamente motivadores.
Toda esta profusión de baratijas y consignas se explica porque la empresa, que en esto sigue la evolución del conjunto de la sociedad, se encuentra amenazada por simientes de descomposición.
La cuestión esencial que se plantea hoy en día en el seno de una comunidad, nación o empresa, es: ¿Cómo convivir?, un interrogante para el que cada vez tenemos menos respuestas.
Pero como la empresa no está más preparada que la colectividad para aunar fuerzas, opta por crear artificialmente una gran familia, estableciendo símbolos con los que supuestamente deben identificarse los asalariados.
Que los haga: el día en que tenga como único objetivo producir emblemas de reconocimiento para uso de los empleados, la empresa estará inevitablemente condenada a desaparecer.
Entre tanto, tenemos que seguir haciendo el esfuerzo de levantarnos por la mañana para hacer algo que no queda claro lo que es, tarea bien difícil.
La cultura de las empresas es como la ética: cuanto menos se tiene, más se hace ostentación de ella; pavonearse demasiado resulta sospechoso.