Tenemos un conjunto de símbolos, normas, creencias, ideales, costumbres, mitos y rituales que debemos conocer y observar, pues nos otorga identidad y capacidad.
Hoy día, la principal prerrogativa de nuestro sistema democrático es la ausencia total de detractores, nadie lo cuestiona y por tanto no produce cordura, ni moderación, ni mesura, ni prudencia, carece de tacto, comedimento o templanza, porque no está constantemente cuestionado. Y es esta ausencia de critica, esa indulgencia por parte del pueblo sometido la que se transforma en el conformismo que ambiciona el sistema político, el mayor peligro para la sociedad porque sin las criticas el progreso y el cambio de mecanismos que todo sistema político necesita para perfeccionarse no se activan. Lo que favorece a aquellos que confunden intencionadamente critica con enemigo.
Debemos pensar en nuestro sistema democrático como si se tratara de una conquista recién alcanzada. Hay que estar siempre dispuesto a revisar toda la teoría política que hemos experimentado como pueblo y que creció acompañada de la fe en su progreso cuando no lo tuvo. Recordar que una vez hubo un estancamiento y limitaciones para la participación de los ciudadanos como elemento esencial de la democracia. Tenemos que ir más allá del simple voto en una urna cada cuatro años. Se trata de adquirir una mínima cultura política básica, aunque no sea nada más que para que no nos engañen a la cara aquellos que sólo son quienes, porque así lo hemos decidido, nos representan.
Porque sin conocer las pautas de cultura política de la sociedad a la que pertenecemos, mal vamos a comprender los movimientos de nuestros políticos. Para ellos saber lo que siente y lo que piensa su pueblo se limita a las encuestas, algo puramente aseptico. Pero no somos borregos condicionados, o no deberíamos serlo, por eso es fundamental saber qué está pasando, cómo se están haciendo las cosas, cuándo podemos actuar y porqué somos el soberano.
Existen tres tipos básicos de cultura política. Parroquial, de súbditos y de democracia participativa. La cultura parroquial, es la que mas interesa a la clase política, porque los ciudadanos no tienen ninguna noción acerca del sistema, en la de súbditos, los ciudadanos tienen alguna noción, pero lo valoran en términos de sometimiento, no participan, así que a los políticos tampoco les desagrada. Pero en la cultura participativa, valoran, evalúan, saben comunicarse con las autoridades, disfrutan de las políticas públicas y se sienten individuos con derechos y libertades, esta es la que evitan y por eso nos controlan y nos coartan la libertad de expresión, porque no quieren un pueblo despierto y activo que pueda poner las cosas en su lugar y a ellos de patas en la calle llegado el caso.
La cultura política surge de los procesos de socialización, y se puede adquirir a través del aprendizaje en la comunidad, la familia, la escuela y los medios. Pero sobre todo mediante la experiencia con el entorno. La socialización es la base de la cultura política.
Los españoles tenemos altas dosis de cinismo democrático, adolecemos de cierta ineficacia subjetiva, pues pensamos que no estamos capacitados para el ejercicio de la política, pero además, también pecamos de ineficacia objetiva, porque pensamos que no podemos influir. Este es el error en el que nos han querido anclar estos sinvergüenzas, porque ahí no somos peligrosos. Apatía, desafección; somos demócratas sí, pero nos sentimos insatisfechos con la democracia, nos quejamos, pero no nos implicamos. Y así nos va. Les hemos dado las llaves de todas las puertas y de todas las cajas fuertes para que las puedan saquear a placer. Y así jamás podremos acabar con la corrupción institucional, con la prevaricación, con el cohecho, con la desobediencia, con la malversación o con el tráfico de influencias entre otros muchos delitos.
Arrastramos un pasado histórico sobrecogedor, doscientos años de interrupciones democráticas, de fraude, de conflicto, de políticas pendulares, de constituciones excluyentes de una mitad de España, de enfrentamientos. En definitiva, una historia política convulsa. Tenemos un sistema de partidos artificial. Un Congreso pensado para funcionar con partidos, no con diputados. No tenemos articulación social. Todas nuestras organizaciones son sintéticas, ajenas a la sociedad. Hay que inicial un método con un procedimiento capaz de vincular a los ciudadanos con los partidos políticos, porque el pueblo en su conjunto es el único protagonista de la vida política como país.